¡SERENDIPIAS!
A mediados del siglo XIX, el reciente hallazgo de petróleo en un pequeño poblado de Pennsylvania, EE.UU. y su incipiente explotación constituyeron el contexto en el que fue descubierto el producto que, durante 160 años, ha sido empleado en la atención de quemaduras y heridas de la piel.
Fue en Titusville, donde el joven químico de 22 años, Robert Chesebrough, decidió orientar sus investigaciones hacia la obtención de nuevos productos derivados del petróleo y su aplicación. Así, fue que abandonó la tarea de producir queroseno a partir del aceite de cachalote y volcó su interés hacia la perforación de los primeros pozos de su comunidad.
El proceso de perforación de los pozos suponía la posibilidad de que los trabajadores resultaran con quemaduras y heridas en la piel. Cierto día, Chesebrough observó que éstos untaban sobre sus lastimaduras una sustancia gelatinosa, resultante del mismo proceso de extracción, al que llamaban «cera de varilla». La razón, una notoria aceleración en la cicatrización de la piel.
Chesebrough tomó algunas muestras de la sustancia que, además causaba un mal desempeño en la maquinaria cuando entraba en ella, y las llevó consigo para estudiarlas. ¡Serendipia!, el nuevo producto que buscaba, estaba ante sí.
El inventor nombró su producto como Vaselina, popularmente dicho, debido a la conjunción de la palabra alemana wasser (agua) y la griega έλαιον (aceite). Su comercialización no fue sencilla, por lo que Chesebrouhg tuvo que probar en sí mismo la efectividad de su producto: quemó e hirió su piel y demostró la rápida cicatrización de la misma, luego de administrar Vaselina.
La popularidad del producto permitió a su descubridor abrir su primera fábrica en 1870, desde donde hizo eco a la frase inicial de su patente estadounidense: «Yo, Robert Chesebrough, he inventado un producto nuevo y útil a partir del petróleo, llamado vaselina».