El fraude a la cultura

Mtro. Ignacio Salazar Arroyo 

Profesor titular C (tiempo completo) de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México

Ilustracion: Ignacio Serrano

Las trampas electorales que infectan a México desde remotos tiempos permanecen como maldición es nuestros días. Lo que acaba de ocurrir en las pasadas elecciones del 1 de julio de 2012 es solo una de las innumerables canalladas de los permanentes estados de corrupción que permean a cada estrato de las sociedades en nuestro país.

 

Sobre el crimen organizado, nos dejamos seducir por los medios en el entendido de que hay chicos buenos y malos. Los que matan, roban, asaltan o venden drogas son los criminales que transgreden las leyes… ellos son el crimen organizado. Los comunicadores no mencionan a los senadores, diputados, gobernadores, líderes sindicales, rectores de universidades, profesores e investigadores aviadores, jueces, policías, magistrados, etc. ¿Acaso en ellos y en sus métodos no hay actos delictivos organizados?

 

Todo acto que realiza una persona, con principios y valores, a fin de detener esta deteriorada degradación es una reafirmación por mantener los fundamentos esenciales de la vida en orden y armonía. Es un grito para detener esta destrucción (ahora sí globalizada) y pedir que paremos este suicidio colectivo.

 

La ilusión de un mundo mejor, a través del materialismo y la tecnología, solo nos ha dejado la carga de tragar una cucharada de clavos diariamente, con el permanente autoengaño de beber un néctar que se transforma en veneno mortal. Ninguna de estas promesas nos ha dejado una migaja de felicidad, todo lo contrario, sufrimiento sobre sufrimiento; el cual hay que anestesiar por cualquier medio, desde las drogas hasta el colmo de la diversión televisiva.

 

En estos entornos, se van creando modelos culturales que giran de manera similar a satélites. Estas microculturas provienen de las acciones que las siembran y adelante las cultivan. Hay innumerables acciones que, al colectivizarse, devienen en formas culturales que tienden a permanecer o a disolverse en relación directa con las condiciones y circunstancias que las generan. Así, hay una cultura del engaño, otra de la desmedida ambición de poder, otra de la insaciable hambre por el dinero… al fin, acciones humanas que derivan en cultura.

 

En los miles de discursos que gritaron los ambiciosos contendientes a la plétora de puestos que se disputaban en la mesa de los juegos electorales, no aparecía la cultura como la ha vivido la humanidad desde hace miles de años. En ningún discurso apareció como eje de algún propósito o proyecto en la cadena de ilusiones prometidas, a fin de trasformar los actos de gobierno para el bien común.

 

En cada participante que deseaba ser senador, gobernador, diputado o presidente de la República reverberaban las mismas promesas por una vida mejor, desde los municipios hasta el país en pleno. Pero la cultura… la cultura les resultaba, entre otros temas, un terreno ignoto, impopular y, muy fácil de resbalarse y terminar en un vergonzoso ridículo, como los conocidos por todo aquel que presenció la penosa exhibición de algunos aspirantes; así que mejor dejar pasar este intrascendente tema y seguir prometiendo más seguridad, salud, “educación” y una vida feliz de llegar al puesto deseado. Todo por amor a la patria y al bienestar de los mexicanos.

 

Se ha construido un país con inquietantes niveles de ignorancia por parte de los responsables de crear proyectos, acciones, políticas y estrategias que nos permitieran vislumbrar un panorama que pudiera aspirar a la medianez en la difusión y promoción de los valores culturales. Hemos regresado al estado en que quedaron las cosas hace doce años. Vamos a reiniciar los 80 años de un intento tartamudo por legitimar a la ignorancia y torpeza en los terrenos de la cultura, a través de representantes y autoridades carentes de la más mínima preparación e incapaces de iniciar y, construir un proyecto y sus políticas culturales.

 

El balance de los últimos doce años en el Conaculta, y en la gran mayoría de los consejos e institutos de cultura en los estados, se puede calificar de mediano a no satisfactorio. Los propios estudios de encuestas del Consejo así lo manifiestan. Rinden cuentas con déficit, entregan residuos de lo poco que pudieron construir y lo dejan en manos manchadas de un pasado oscuro y a momentos, gris.

 

Las comunidades artísticas y los creadores van a seguir trabajando bajo la débil sombra de gobiernos indiferentes e ignorantes. México ha cambiado su basamento cultural, que presentaba una fuerte dependencia de las burocracias administradoras de los recursos para la difusión y, ahora, ha tenido que crear modelos de autogestión autónomos.

 

Las culturas populares y rurales seguirán siendo utilizadas por las camarillas oficiales como escaparates de lo “típico mexicano”, para presentar una visión chabacana del legado auténtico y serio en la historia de esos trascendentes actos que le dan rostro y revitalizan el sentido grupal de las innumerables regiones culturales del país.

 

Las ciudades han logrado producir infinidad de actos culturales que derivan de dos vertientes: las tradiciones de barrio o pueblo, y la fusión que realizan los jóvenes a través de sus particulares incursiones en lo heredado y lo que ellos crean. Hay una permanente actualización de los lazos familiares en las barriadas con estas mezclas entre las diferentes generaciones que los mantienen. Aquí nacen las acciones marginales, deliberadamente apartadas de los dirigentes y cuerpos burocráticos que las consideran subversivas a sus intereses. Aquí, nuevamente, no se presentaron proyecciones y proyectos que alentaran estas vitales manifestaciones culturales en estas áreas, solo dejaron pasar la oportunidad y se concentraron en los trucos para engañar y manejar a las masas en complicidad con las televisoras, engañando con la vulgaridad y el descaro barato de una opereta compuesta por tontos.

 

No tratamos de revivir a José Vasconcelos, ni a Carlos Chávez, Agustín Yáñez o Jaime Torres Bodet y menos desear la posibilidad de contar con pensadores, artistas o humanistas de tales dimensiones para dirigir los destinos de la formación artística y cultural; sin embargo, la penosa degradación de los últimos secretarios de la SEP y presidentes del Conaculta nos ha llevado a una marginalidad que alcanza proporciones internacionales.

 

La dolorosa ausencia de humanistas en la cultura contemporánea mexicana nos deja sin modelos y referentes que pudieran orientar los criterios de los incapaces dirigentes, que van a seguir tratando de dar con el ojal en una aguja que les es imposible ensartar.

Solo nos queda seguir trabajando por persuadir, a través de argumentos y acciones, que la cultura en México debe tener rumbos que puedan ser detectados por los administradores de los gobiernos, a fin de establecer políticas de apoyo y difusión que contrarresten las poderosas aguas de las culturas del espectáculo y la diversión como formas de evasión existencial.

 

La exclusión de las humanidades y de las ciencias de todos los modelos de difusión y apoyo con que cuentan los aparatos de gobierno, ha sido la peor desgracia que aqueja a México. Siempre se piensa cuando se habla de cultura en las artes y, para colmo, en las bellas artes, quedando a un lado los diseños y todas las formas de conocimiento que emanan de las ciencias y humanidades. Todo es cultura, solo que hay apartados y áreas que definen las personalidades de cada disciplina.

 

No hay esperanza. Seguiremos con gobernantes ignorantes e insensibles que exhiben su miopía hacia la educación, las ciencias, las humanidades, las artes y toda forma de creación que emane de lo humano. Así lo han dejado ver y así lo mostraron en sus fraudulentas campañas para jalonear el poder.

 

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