PENSAR EL ARTE

19.03.2021

Encuentros y desencuentros de lo contemporáneo en contextos históricos

Dra. Laurence Le Bouhellec

Innecesario. Jorge Alcántara 2021
Dra. Le Bouhellec

El pasado 4 de octubre 2019 se inauguró, en los jardines de los Campos Elíseos de la capital francesa, una escultura monumental del norteamericano Jeff Koons (1955), probablemente uno de los artistas-marca contemporáneos más fácilmente identificables, en particular, por sus llamativas imágenes de perros. Pensemos, por ejemplo, en la serie de Balloon Dog o en el famoso Puppy colocado a finales del siglo pasado afuera del Museo Guggenheim de Bilbao, España.

 

En este caso, el Bouquet of Tulips, realizado en bronce, de 12 metros de altura por un peso total de 60 toneladas, fue «regalado» a la ciudad de París como un homenaje a las víctimas de los atentados de 2015. Más allá de una primera polémica, apuntando al hecho de que los nombrados tulipanes se parecen mucho más a ciertas partes íntimas del cuerpo humano -que no se suelen nombrar ni mucho menos representar- que a las flores como tal, una segunda polémica se fue desarrollando en relación con esta obra presentada oficialmente como un regalo desinteresado y que, más bien, apunta a una mega operación publicitaria por parte de uno de los artistas vivos más conocidos y, sobre todo, más caros del mundo.

 

Llama la atención, por un lado, que el lugar donde fue colocada la escultura no tiene nada que ver con los lugares donde ocurrieron los atentados de 2015, sino más bien con un punto específico de uno de los más concurridos corredores turísticos parisinos. Por otro lado, la operación financiera sorprende: resulta que para el Bouquet of Tulips, cuyo monto está estimado en poco más de cuatro millones de euros, si bien varios mecenas y coleccionistas franceses y norteamericanos aportaron la cantidad de tres millones y medio de euros, el mismo Jeff Koons terminó aportando lo faltante.

 

Para algunos observadores, todo apunta, por ende, a una precisa manifestación de interés para sostener el valor del artista norteamericano en el mercado y, de paso, promocionar la misma producción plástica norteamericana en el viejo continente. Finalmente, algo muy similar sucedió a finales del siglo pasado cuando se sellaron los acuerdos que dieron luz verde a la apertura de la franquicia Guggenheim en la ciudad de Bilbao: museo sí, pero siempre y cuando se respete su primera y privilegiada vocación de exhibición y difusión del arte estadounidense.

 

En el caso particular del Bouquet of Tulips, todo parece indicar que los intereses económicos suelen suplantar sin ningún problema a todos los demás y, sobre todo, a los estéticos, los cuales ya no parecen preocupar en lo más mínimo a las personalidades encargadas de aprobar la inserción de una determinada escultura en el tejido urbano o conjunto monumental histórico. ¿Acaso la alcaldesa parisina se documentó sobre Jeff Koons o sobre integración plástica antes de recibir el polémico Bouquet of Tulips en 2019? ¿Acaso la presidenta del Castillo de Versalles valoró realmente la propuesta de Sir Anish Kapoor antes de otorgarle en 2015 la autorización para alterar los diseños del paisajista André Le Nôtre con Dirty Corner?

 

Una polémica más: el caso de Dirty Corner

 

Porque si se trata otra vez de una escultura monumental contemporánea a connotaciones sexuales, se trata también de otra obra altamente polémica y, desde un principio, abiertamente detestada por un público que no reparó en vandalizarla una y otra y otra vez. Dirty Corner es una pieza integrada por una especie de túnel de acero oxidado de diez metros de alto, parcialmente recubierto de tierra y que da la impresión de emerger entre pedazos de concreto y varias enormes piedras dispuestas a su alrededor, de 25 toneladas cada una.

 

Tomando en cuenta el tamaño del conjunto escultórico, así como su colocación, sobra decir que la intervención de Sir Anish Kapoor (1954) ha dejado sens dessus dessous el famoso Tapete Verde diseñado en el siglo XVII por Le Nôtre para ambientar el palacio de Luis XIV. Pero ¿cómo acomodar 500 toneladas de piedra y concreto más mil toneladas de tierra sin estropear de paso los seculares diseños paisajísticos del Castillo de Versalles? De por sí, ya lo había advertido el artista al momento de presentar el proyecto de Dirty Corner y comentar con toda tranquilidad que le había surgido la idea de invitar al caos en este lugar histórico.

 

En lo personal, me ha parecido muy desafortunado este tipo de propuesta de instalación en un lugar tan emblemático para la historia de Francia como lo son el Castillo de Versalles y sus exteriores, inscritos ambos en la lista del Patrimonio de la Humanidad desde 1973.

 

La pieza, mejor conocida como Vagina de la reina, fue, desde un principio, percibida como una franca falta de respeto a la última inquilina del palacio. Sin embargo, al evaluar la situación desde las particularidades del mercado del arte, está bastante claro que no es lo mismo colocar toneladas de acero y piedras en los jardines de Versalles -las cuales permiten al artista conceptor de «la obra» beneficiarse automáticamente y a muy corto plazo de cierta plusvalía- que en el estacionamiento de cualquier franquicia de supermercado en zona rural, donde la misma obra pudiera perder su propia aura de obra y, por ende, llegar a confundirse con algún lote de materiales de construcción desechados.

 

Nuevamente, se ha puesto en evidencia cómo los valores propios del mercado del arte arrasan con todo a su paso, prefiriendo complacer los deseos de especulación financiera de un pequeño puño de coleccionistas más que los legítimos intereses estéticos del gran público. Una cosa es no pertenecer a la esfera VIP del coleccionismo de arte contemporáneo, otra es carecer de sentido común y no darse cuenta que le dan a uno «gato por liebre». En este sentido, la repetida degradación de la obra fue una manera de manifestar inconformismo no solamente por sus obvias y ofensivas connotaciones sexuales, sino también y, sobre todo, por su intrusión voluntaria y chocantemente antiestética en un entorno patrimonial de altísimo reconocimiento.

 

La sabiduría de Ieoh Ming Pei

 

Definitivamente, hay que reconocerlo: no cualquiera puede entretejer con habilidad y pertinencia la inserción de algo concebido desde un enfoque contemporáneo en un entorno marcado por un determinado estilo histórico sea urbano, arquitectónico, paisajístico, etc. Nos queda bastante claro que son muy pocos los creadores que pueden rivalizar con la genialidad del arquitecto chino-americano Ieoh Ming Pei (1917-2019) para consagrar un diálogo empático entre la tradición -le déjà-là- y lo contemporáneo.

 

Para algunos, esta peculiar habilidad no ha sido más que el rico fruto de su herencia cultural china -siendo China un país profundamente orgulloso y respetuoso de sus tradiciones-, matizada por la visión estadounidense de la modernidad. Sea lo que sea, los desafíos planteados fueron brutales.

 

En la segunda mitad del siglo XX, el proyecto de remodelación de la famosa Cour Napoléon en el parisino Museo del Louvre atrajo todas las miradas. Para resolver la delicada y compleja situación a la cual se enfrentaba, Ming Pei dice haber observado detenidamente el entorno dentro del cual se iba a realizar la compleja intervención y haberse inspirado en los elementos geométricos que caracterizan los techos de los edificios que conforman el conjunto del antiguo palacio de los reyes de Francia, sin olvidar la presencia del obelisco de Lúxor colocado en el centro de la Plaza de la Concordia, a poca distancia.

 

De la observación-inspiración del arquitecto nacieron sus famosas pirámides transparentes: la primera, que se convirtió en la entrada principal del museo a partir de su inauguración en 1988, en el centro de la Cour Napoléon y la segunda, invertida, en el centro de la Place du Carroussel. Cabe recalcar que la idea de edificar una pirámide en la Cour Napoléon ya se había planteado con anterioridad, para el centenario de la Revolución Francesa en 1889, aunque el proyecto no corrió con suerte en este momento.

 

En el último cuarto del siglo XX, ya en tiempos de la arquitectura internacional y posmoderna, si bien en un principio la propuesta no fue del gusto de todos, unos años después, las icónicas imágenes de la Cour Napoléon remodelada por Ming Pei se han vuelto tan comunes y populares como las de la Torre Eiffel, transformando el lugar en uno de los más concurridos escenarios parisinos de selfies.

 

En relación con esta increíble capacidad de conectar pasado y presente, nutriendo uno con el otro, me parece que alguna chispa similar se produjo cuando, pocos años antes de su muerte, le fue encargado a Ming Pei el diseño del Museo de Arte Islámico de Doha, Qatar. Construido sobre una isla artificial, el edificio se inspiró libre y directamente en el manejo de los volúmenes angulares característicos de la famosa mezquita de Ibn Tulun construida en el siglo XI en El Cairo, Egipto.

 

Según cuenta Ming Pei, este proyecto fue el más difícil entre todos los que le tocó realizar, principalmente, a causa de la complejidad de la cultura islámica que tuvo que asimilar primero antes de presentar cualquier tipo de propuesta. ¡Qué diferencia entre la prudencia de Ming Pei y el oportunismo de Jeff Koons o de Anish Kapoor! Una diferencia, sin la menor duda, que favorece a la hora que influye desde un principio en la misma concepción de la obra, la aceptación que se puede tener o no del arte contemporáneo, sobre todo, cuando le toca integrarse a determinados contextos históricos.

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