ECOLOGÍA RIZOMÁTICA HOY

06.04.2020

Conservar paisajes o conservar especies: el caso de la totoaba y la vaquita marina (Alto Golfo de Baja California, México)

Dr. Pedro Joaquín Gutiérrez-Yurrita

Simbiosis. Ilustración: Jorge Alcántara 2020

Desde los inicios de la humanidad hemos viajado, primero, con los alimentos recolectados y que podían mantenerse comestibles durante largo tiempo y, luego, con los animales que logramos domesticar y llevar en nuestras andaduras para desplazarnos, pero siempre, buscando mejores sitios para establecernos en cada estación meteoro-astronómica. Hacíamos grandes recorridos en periodos de tres a cuatro meses para encontrar la mayoría de nuestro sustento hasta que descubrimos la agricultura y, con ello, nos volvimos migratorios y, posteriormente, sedentarios.

 

Ciertamente, la agricultura ayudó a que mejorara la domesticación de animales para complementar nuestra dieta pero esta actividad también era periódica, de tal forma, que teníamos que encontrar una manera de preservar alimento para la temporada de escase. Bajo este apremiante de supervivencia, hemos inventado variados métodos de conservación de alimentos, siendo uno de ellos, el secado.

 

Secar alimentos puede ser el método más primitivo, debido a que es fácil darse cuenta de que, dejando un alimento al Sol durante unas horas, se seca totalmente y la pérdida de agua hace que dure muchos días comestible. Este método de preservación de alimentos no requería gran técnica y era eficaz para diversas plantas y animales. Colocar un animal o simplemente una piel limpia de vísceras al Sol, nos aseguraba alimento para muchos días y vestido para muchos meses.

 

Este hecho consumó nuestra forma de vida sedentaria frente a la nómada y a la migratoria, a tal grado, que configuró las diferentes culturas de la humanidad y, con ello, los paisajes que incluso tenemos en la actualidad. En este punto, como homenaje a uno de los grandes arqueólogos y antropólogos, Henri Breuil (1877-1961), me atrevo a compartir una frase que alguno de uno de sus colaboradores escribió en alusión a lo que Breuil decía en las entrevistas, al ser cuestionado sobre las diferentes hipótesis del origen de la humanidad: «la cuna de la humanidad tal vez sea en realidad una cuna con ruedas» (cita tomada de Hurel, 2011).

 

El asunto es que los humanos aprendimos a transformar de manera más rápida y adecuada a nuestros propósitos de vida, que el resto de los seres con los que convivíamos y convivimos actualmente, el entorno ambiental que nos rodeaba. Comenzamos a identificarnos con un territorio; desarrollamos apego a las faenas que hacíamos en el mismo territorio y lo fuimos convirtiendo en nuestro paisaje. Paisaje que creamos y el cual ha ayudado a crear también nuestra cultura. Se hizo recíproca e inseparable la relación comunidad humana-territorio.

 

Es claro que la mayoría de las técnicas de secado de alimentos se han mantenido hasta nuestros días con ciertos cambios por el avance tecnológico, pero algunas persisten y ahora las llamamos tradicionales, ancestrales, artesanales, de cultura patrimonial, etc. Esta modernización ha conducido a la humanidad a preservar más alimentos de los que puede consumir una comunidad y a utilizarlos como moneda de cambio por productos que no posee y necesita.

 

Actualmente, el comercio es más fuerte que la necesidad de supervivencia con lo autoproducido, y se ha convertido en el motor de la actividad de secado de alimentos. Se supone que actualmente secamos más de lo necesario para nuestra supervivencia y llevar una vida digna, de tal forma, que el excedente lo vendemos al mejor postor y mientras más secamos, más vendemos y más nivel de vida tenemos, mediante su comercialización y adquisición de productos foráneos a nuestra cultura. ¿Pero en todos los casos es así? Analicemos el caso de un pez endémico del Alto Golfo de California (la totoaba o corvina blanca, Totoaba macdonaldi), muy apreciado como alimento por las culturas indígenas de la zona (los cucapás o gente del agua) y ahora por el alto precio que alcanza en el mercado negro chino su vejiga natatoria seca (buche en el argot).

 

Pescar totoabas ha sido costumbre centenaria, alrededor de 600 años, de la gente que ocupó de manera constante el delta del Río Colorado, sus ciénagas y parte marina circundante. Ahora si salen a pescar, se convierten en delincuentes porque está protegida la totoaba, pero también está protegido todo el delta y, además, está protegida una especie de marsopa muy emblemática para la conservación biológica internacional, la vaquita marina (Phocoena sinus), que sufre bajas importantes por el método de pesca.

 

En el párrafo anterior, tenemos cuatro elementos que se relacionan entre sí de manera muy estrecha si lo visualizamos a través de la ecología del paisaje. El paisaje del delta ha configurado la cultura cucapá y ésta, a su vez, ha modificado algunos patrones de funcionamiento ecológico del delta y su área de influencia tanto agua arriba como en el mar. Pescar totoabas puede capturar de manera accidental vaquitas. Si se prohíbe pescar, se está prohibiendo la cultura cucapá, lo cual va contra todo derecho humano.

 

La pesca es uno de los vínculos culturales más fuertes de los cucapás con su historia, sus tradiciones y modo de vida en el delta. Por otro lado, si se les permite pescar, ¿cómo debería ser la pesca?, ¿cómo la realizaban sus abuelos hace 100 años?, ¿cuál sería la cota máxima de pesca?, ¿la suficiente como para alimentar a su familia o para comerciar y tener más productos que lleguen de fuera?, ¿cuánta gente puede pescar?, ¿toda la población adulta o sólo la parte de la población que históricamente pueda justificar que desciende de línea directa de pescadores? En esta última pregunta, se asume que hay cucapás cuyos ancestros no pescaban antes porque hacían otras actividades.

 

Quizá el enfoque de ecología rizomática ayude a desvelar algunas preguntas y proponer medidas de control a la pesca, de tal forma, que la esencia de la cultura cucapá se mantenga sin menoscabo de la conservación de las especies biológicas que están en juego, una por pesca directa y otra por pesca accidental. De no hacerlo así, se puede acorralar a los cucapás en un delta sin opciones. Al criminalizar la cultura pesquera se orillaría a los pescadores a desarrollar una pesca furtiva que, a la postre, es mucho más perjudicial al bienestar social y a la conservación que la pesca regulada.

 

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