PENSAR EL ARTE

01.02.2018

El hombre. Muerte y nacimiento de una categoría conceptual.

Dra. Laurence Le Bouhellec

Directora Académica

Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte

Universidad de las Américas Puebla

Ilustración: Jorge Alcántara 2018
Dra. Le Bouhellec

Con un par de frases anunciando, en la parte final de Las palabras y las cosas, que la categoría «hombre» -posicionada, en su momento, como uno de los principales nodos de la plataforma epistemológica de la modernidad- tendría tarde o temprano que desaparecer a la hora de reagenciarse la aprobación de una nueva episteme, M. Foucault desató una recia polémica. Sin embargo, para quienes se han dado a la tarea de estudiar la historia de las ideas en la muy larga duración, queda más que claro que nuestros sistemas de representación del mundo se han ido necesariamente modificando a lo largo del tiempo y no solamente porque nos hemos ido planteando problemáticas diferentes más acordes con el contexto histórico en el que nos tocó vivir, sino también porque la caja de herramientas teóricas requerida para su aprehensión y resolución se ha ido, de manera consciente o no, ajustando a la par, fluctuando y modificándose a su vez a la compleja red de palabras y conceptos que se van desprendiendo de ella, creciendo o decreciendo según, y hasta, en algunos casos extremos, lamentablemente, desapareciendo por completo.

 

Cabe subrayar que por cada idioma extinto, se cierra casi definitivamente una ventana de aprehensión y, comprensión al mundo y a quienes lo habitan o habitaban en sus ámbitos terrenales y más allá; porque si bien hemos logrado de manera muy puntual y con muchos esfuerzos descifrar algunos antiguos sistemas de escritura (pensemos, por ejemplo, en los emblemáticos trabajos realizados en su momento por el francés J-F. Champollion con la piedra de Rosette o, posteriormente, por el ruso Y. Knorozov con la glífica maya), resulta casi imposible lograr reconstruir en toda su complejidad un sistema de representación del mundo junto con la significación de sus correspondientes campos de visibilidad, aunque las décadas de incansables investigaciones llevadas a cabo por G. Dumézil en el siglo pasado, permitieron puntualizar ciertos componentes esenciales de los sistemas de configuraciones simbólicas desarrollados por determinadas comunidades humanas a lo largo del tiempo.

 

Para quienes se interesan, de manera general, en la historia de las ideas y en las peculiaridades de las mutaciones de sus categorías conceptuales, cuando no se cuentan con huellas de sistemas de comunicación escrita o no se han logrado identificar todavía, el análisis de los campos de la imagen resulta imprescindible. En este sentido, si nuestra inquietud gira en torno de la toma de conciencia por parte del ser humano de sus posibles diferencias con los demás seres animales, entonces, los registros del paleolítico superior, que se han conservado en particular en el interior de las grutas, a pinturas europeas resultan absolutamente emblemáticos.

 

De entrada, lo que no deja de sorprender cuando se hojea el catálogo de los campos iconográficos que integran los sistemas de representación de las imágenes de aquellas grutas a pinturas -dejando de lado las huellas de manos, así como el complejo grupo de los signos geométrico-abstractos- es la enorme desproporción existente entre el registro zoomorfo y el registro antropomorfo, quedando además patente que el registro de los animales se caracteriza por su heterogeneidad y extrema meticulosidad en el trazo y representación, cuando la figura humana carece completamente de realismo. No solamente contrastan abiertamente los herbívoros con los carnívoros, los animales de gran tamaño como el mamut, el bisonte o el rinoceronte con los animales de menor tamaño como la comadreja, el pingüino o el búho, sino también que muchos de ellos cobran vida por grupos enteros desde la oscuridad de pasillos y recovecos; mientras que la figura humana destaca siempre por su extrema soledad y aislamiento en el programa pictórico, sea en el pozo de Lascaux o en el desprendimiento último de Chauvet, por ejemplo.

 

Por otra parte y a lo largo de miles de años de trabajo plástico, el hacedor de arte de aquellos tiempos fue agregando progresivamente todos estos detalles en pezuñas, pelaje, hocico, orejas y ojos de los animales, que permitieron precisamente a A. Leroi-Gourhan esbozar un sistema de evolución estilística de los campos zoomorfos desde la aprehensión abstracta de la línea cervico-dorsal hasta el impresionante realismo de los caballos del salón negro de Niaux.

 

Al seguir comparando las principales características de los campos iconográficos zoomorfos y antropomorfos, no queda más que decir que la representación de la figura humana además de resultar francamente excepcional -cada gruta, por lo mucho, cuenta con una sola de ella- genera cierto desconcierto alejándose por completo del naturalismo y rayando más bien en lo caricaturesco. ¿Cómo la misma persona que nos puede impresionar tanto con la calidad del sistema de representación de la figura animal, puede llegar a experimentar esta aparente dificultad para poder representarse a sí mismo? Porque no cabe la menor duda que si bien se pueden identificar seres humanos en el arte parietal del paleolítico superior europeo, su aprehensión pide mucha atención al mezclarse casi sistemáticamente en su campo de visibilidad rasgos animales, hasta en la atribución del sexo, que termina a menudo desproporcionado y hasta colocado en el lugar incorrecto, negando así voluntariamente la verdad anatómica del hombre y transformándolo de facto en una extraña criatura que no deja de interpelarnos. Si no fuera a causa del marcado bipedismo con el que han sido grabadas o pintadas, sería muy probable que aquellas peculiares imágenes no se pudieran relacionar con la identidad humana.

 

Relacionadas en un primer momento con el término brujo, por sus obvias características fuera de lo «normal humano», estas representaciones fueron posteriormente designadas por los prehistoriadores como teriántropos a la hora de empezarse a valorar su hibridez, ya que en la mayoría de ellas, existe una clara representación de las partes animales que acompañan a la parte humana. Si bien parecen dominar las asociaciones con herbívoros, el bisonte en particular -como en la gruta Chauvet-, también aparecen asociaciones con carnívoros -por en ejemplo, en el caso de la paradigmática estatuilla de Hohlenstein-Stadel- o aves.

 

Su posible significado queda sin establecerse plenamente: si bien se ha pensado que estas muy particulares figuras humanas se pueden integrar sin mayor problema a una lectura que pretende justificar la integralidad y heterogeneidad de los campos iconográficos presentes en las grutas ornamentadas europeas del paleolítico superior desde el chamanismo -el despliegue de los diferentes registros iconográficos siguiendo el paso de un estado de conciencia alterada a otro-, recientemente, algunos investigadores han sugerido que se debería prestar más atención al lugar específico donde han sido colocadas las imágenes de teriántropos, es decir, su sistemática marginalización en los lugares más escondidos o casi inaccesibles de las grutas: pozo de Lascaux o Rouffignac, última parte accesible en Gabillou, camarín aislado de Niaux. Por lo tanto, se sugiere que estas figuras híbridas ubicadas en lugares, cuyo acceso resulta a menudo extremadamente difícil, se tienen que aprehender y pensar por sí mismas. En su momento, G. Bataille fue el primero en sugerirlo: estas imágenes nos indican el preciso momento en el que el hombre empieza a tener conciencia de la parte animal que le es esencial pero que, al mismo tiempo, por toda una serie de razones ha ido abandonando progresivamente. Desde este punto de vista, el arte parietal del paleolítico superior se podría considerar como la primera manifestación simbólica por parte del ser humano de una voluntad de expresar un pensamiento específico sobre sí mismo. Así que los más de 30 000 años que nos separan de los artistas de Chauvet, no pueden más que incitarnos a reconsiderar el surgir de nuestra humanidad que ahora parece desdibujarse.

 

                           El realismo en la práctica artística del siglo XX                         -Dra. Laurence Le Bouhellec Guyomar

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