ECOLOGÍA DEL PAISAJE HOY

Ciudadanía ambiental-global

Dr. Pedro Joaquín Gutiérrez-Yurrita

 

Hace ya más de una decena de años, que en Canadá se comenzó una cruzada en contra de las actividades de la humanidad que deterioran notablemente nuestro -ya de por sí deteriorado- planeta. Esta lucha no buscaba aliados entre las ONG, las instituciones públicas o las organizaciones internacionales privadas o públicas; procuraba que los ciudadanos de a pie, como tú y como yo, hiciésemos algo en beneficio de nuestro entorno cercano tomando como base un principio ético reseñado por A. Leopold en Land Ethics (1949): «Una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens de conquistador a miembro llano de la comunidad de la tierra y ciudadano de ella. Implica tanto respeto a sus semejantes como respeto a toda la comunidad como tal».

No importa el tipo de entorno en el que nos desenvolvamos: naturales; paisajes poco alterados como la campiña, que puede integrar diversas actividades productivas en un mismo territorio y escalonadas durante una espiral anual; o paisajes antropogénicos, donde ya ha sido devastado y eliminado todo vestigio de naturaleza para crear grandes escenarios metropolitanos con o sin jardines públicos, pero también sostenidos de manera artificial, porque todo en la ciudad es antrópico; la idea subyacente de esta corriente ambientalista es que cada uno de nosotros se concientice de que es parte integral de la naturaleza -allá donde viva- y de que su lugar de residencia está conectado con el de otras personas incluso a miles de kilómetros.

Quiere darse la idea de que todos estamos dentro de un mismo planeta y, por lo tanto, lo que sucede en un sitio repercute en mayor o menor medida en otro sitio, de tal forma que nuestro futuro depende de todos y cada uno de nosotros. Aceptar el reto de actuar responsable y positivamente hacia nuestro entorno inmediato requiere que realicemos cambios importantes en nuestras pautas de conducta cotidiana, en especial, las de consumo y uso de nuestros desechos. Ser Ciudadano Ambiental, como nombraron a esta campaña de concientización ecológica, es cambiar -aunque sea un poco nuestra vida- durante todo el día, todos los días.

M. Sagoff, un propulsor de esta filosofía de vida, por decirlo de una manera más científica -por su conceptualización, sistematización y grado de compromiso-, menciona que los humanos somos ciudadanos, no consumidores. Nuestro planeta requiere preferencias de ciudadanos y no gustos momentáneos, propios de los consumidores. Crítica recurrente también en los filósofos franceses que enfrenta las escuelas posmodernista e hipermodernista, con J. F. Lyotard y G. Lipovetsky como representantes de cada una de ellas, respectivamente.

La sociedad posmoderna vive el presente, el aquí y el ahora porque no sabe qué depara el futuro y tampoco le interesa mucho vivir en la incertidumbre de acontecimientos que no sabe si sucederán ni cuándo ocurrirán, en caso de que ocurran. La sociedad hipermoderna se preocupa un poco más por el tiempo, tal vez no para sí misma, sino para las sociedades que están emergiendo, claro, con sus hijos a la cabeza. No obstante, el hipermodernismo es la lógica de la contradicción más pura: Si te preocupas por el porvenir, ¿cuándo vives?, ¿qué es más importante, tiempo para generar una situación de bienestar en tu familia o tiempo para estar con ella? La primera parte de la pregunta te obliga a trabajar, a no gastar ni consumir en exceso para que posteriormente, los tuyos disfruten de tu legado, dejando de lado el regocijo mutuo de la compañía. La segunda parte implica un futuro incierto. Y como humanos, en nuestra fase adulta, lo que menos deseamos es la inseguridad. Pero como humanos, en nuestra fase adolescente y juvenil, lo que deseamos es vivir el hoy. El ciudadano ambiental debe ser el individuo que englobe todas nuestras fases de la vida, vivir hoy, pero con responsabilidad para poder proyectar mejores escenarios futuros de vida con la familia.

Naciones Unidas, a través del PNUMA, desarrolló un plan de acción llamado Ciudadanía Ambiental Global en 2004, con una duración en la primera fase de tres años. La meta era concientizar a la población de que, si todos vivimos en el mismo planeta, todos debemos cuidarlo. Uno de los aspectos cruciales de este plan era que todas las personas del orbe trabajásemos unidas, de forma holística, pensando globalmente, pero actuando en donde vivimos, localmente. Si cada ciudadano cambiara un poco su conducta en el sentido de hacerla más sustentable, se tendría una actuación generalizada de millones de personas en busca de mejores formas de aprovechar los recursos naturales, redundando en un mejor entendimiento entre los hacedores de políticas públicas, los empresarios y el resto de la sociedad.

E. Luque describe una situación en la cual encaja el perfil del ciudadano ambiental globalizado y globalizante, en el sentido de que un ciudadano ambiental es un ente que necesariamente entra en el juego de la política, a su nivel, en la participación social; así, sus demandas y sugerencias son recogidas por los órganos institucionales encargados de dirigir la política ambiental de su país. El problema radica en que si hay instituciones generales para recoger los documentos donde están expresadas las múltiples inquietudes de los ciudadanos, éstas pueden perderse en la maraña administrativa, por lo que se hacen indispensables otras estrategias de fomento de la participación pública en la toma de decisiones. Las microinstituciones pueden ser la respuesta por su estrecha interacción con las personas, considerando a cada gobernado como un ciudadano con alto potencial intelectual generador de ideas sobre cómo debe protegerse su entorno, cómo optimizar el uso de los recursos naturales de su comunidad y, así, mejorar su calidad de vida. La ciudadanía ambiental bajo esta perspectiva es el detonante de un cambio en el orden administrativo público, promoviendo la reconstrucción total de las instituciones y, con ello, el trasiego de ciudadanos a comunidades ambientales y luego a pueblos ambientales…

 

 

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