​La escultura mexicana como objeto del  impulso e interés del INBA -Años 50 a 80 del S. XX-

Dra. María Teresa Favela Fierro.

Investigadora en el Centro Nacional de Investigación,  Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap).

Fotografía: Jorge Alcántara

Durante mucho tiempo, la pintura de caballete ha sido el arte plástico que ha dominado en el gusto del público en general y, por ende, su consumo masivo. A lo largo de los 50, el Salón de la Plástica Mexicana del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) desempeñó un papel esencial, puesto que fue la primera instancia cultural que se ocupó del rescate de la escultura del casi olvido en el que se le tenía. Para colocarla al mismo nivel que la pintura, el Salón organizó, a partir de esos años, una serie de exposiciones y concursos que se convertirían en el antecedente inmediato de futuros certámenes, organizados por el entonces Departamento de Artes Plásticas del INBA. Las muestras realizadas por el Salón de la Plástica Mexicana fueron: Primer y Segundo Salón de Escultura 1955 y 1959, respectivamente, y Colectiva de Escultura en 1958. Los concursos fueron los salones anuales de escultura de 1954, 1957 y 1958.
En los años 70, el Salón de la Plástica Mexicana presentó el Salón Anual de Escultura, junto con el de dibujo en 1971 y a la par el de grabado en 1972. No fue hasta 1980 cuando se renovaron estos concursos con la salvedad de que, en ese año, se separaron las diferentes especialidades. Por su parte, el Departamento de Artes Plásticas organizó la primera Exposición de Escultura Contemporánea en 1960, que no formó parte de ninguna otra serie llevada a cabo por el INBA. Después, continuaron las Bienales Nacionales de Escultura (1962, 1964, 1967 y 1969) para imponer el nuevo rostro de la escultura, que se transformó de fondo para dar paso a prácticamente cualquier resolución formal.
Los concursos significaron una apertura para el arte de la tercera dimensión hacia una variedad de discursos escultóricos y la desacralización de los materiales tradicionales. Mientras los escultores investigaban nuevos lenguajes plásticos y los desarrollaban en sus obras, los críticos intentaban darles alcance e intentaban valorarlas, obligados a inventar denominaciones para las nuevas propuestas estéticas. El INBA prefirió dejar como responsables del rumbo y valoración del arte a los críticos con sus sugerencias y propuestas.
Con el suceso político y social del movimiento del 68, el romanticismo, la nostalgia, la bohemia y la tónica de matiz existencialista cedieron paso a la desacralización del objeto artístico y del artista. Los lenguajes plásticos de Estados Unidos y Europa en los años 60 que influyeron a los nuestros fueron: cubismo, constructivismo, abstracción geométrica, nueva figuración, expresionismo, cinetismo, ensamblado, surrealismo, neoplasticismo y abstracción.
No hubo más arte regional, todo fluía en todo y casi no podía distinguirse lo interesante de lo superficial. El arte de los 60 fue un gran suceso mundial sin origen geográfico. Fueron experiencias de «catarsis», de inconformidad, provechosas quizá en última instancia. Se trató de proposiciones, de provocaciones, mediante las cuales artistas pretendieron encontrar una expresión personal a cualquier precio.
La escultura de raigambre no-figurativa nació más tarde que la pintura del mismo estilo, no sólo en nuestro país sino también en el ámbito internacional. Ello se debió, quizá, a una falta total de antecedentes: nunca se dio antes la absoluta ruptura con el mundo de la representación de la naturaleza. En pintura o en dibujo podemos encontrar, en épocas distintas, decoraciones geométricas que eliminan cualquier elemento de la naturaleza pero sólo en el siglo XX, la escultura descubrió la posibilidad de expresarse y diferenciarse dentro de esa gran renuncia. Y la descubrió, con retraso, después de pasar por diferentes procesos de análisis, síntesis y eliminación. La nueva escultura se desarrolló rápidamente, dio una buena cosecha en un cuarto de siglo y manifestó su acentuada tendencia a lo no-figurativo.
En ciertos casos, la escultura se volvió abstracta. En el transcurso de los años 60, se abandonaron cada vez más las referencias y alusiones naturalistas, y se buscaron valores puramente formales, comparativamente a las décadas anteriores.
La mayoría de las formas de expresión plástica que proliferaron y obtuvieron un premio en las bienales nacionales de escultura fueron esfuerzos serios de autoexpresión, renovación y autenticidad; posiblemente unas mejor logradas que otras pero, al fin, se vislumbró un nuevo panorama en la escultura contemporánea de México. Aunque, en ocasiones, también se cayó en libertinajes y excesos de valoración tanto de los críticos como del propio INBA. Se trató de experimentar de un lenguaje plástico a otro sin que existiera una maduración o un desarrollo lógico.
No todos los casos pasaron por esta situación. La escultura tiene una naturaleza de perdurabilidad más marcada que la pintura y exige siempre al artista una lenta maduración. A diferencia de la pintura, la obra de la tercera dimensión no puede ser lírica, ya que no responde automáticamente a esos impulsos. Por tal motivo, el trabajo escultórico tuvo que dar zancadas más largas para tener la posibilidad de emparejarse con el de otras latitudes.
Al final de esas bienales nacionales de escultura de la década de 1960, la mayoría de los artistas se distanciaron de la «mexicanidad», entendida como una identidad institucionalizada y comerciable inventada a partir de un pasado sentimentalizado. En suma, los pintores y escultores de la «nueva generación» buscaron la forma de expresar a nuestro país con un nacionalismo transformado de acuerdo con la situación nacional e internacional; decidir los temas, las preocupaciones estéticas, el contenido y la poética, de ahora en adelante sería su propia responsabilidad.
Durante el periodo presidencial de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) se pasó por alto a la escultura, pues no se le consideraba al igual que a la pintura en concursos ni exposiciones. Después de la IV Bienal Nacional de Escultura de 1969, en 1971 se organizó la muestra titulada Primer Salón Anual de Escultura (aunque no fue un concurso y no fue seguido por ningún otro), presentada en el Museo de Arte Moderno.
Cabe destacar que la realización de salones o concursos fue muy intermitente teniendo en cuenta que el Salón de la Plástica Mexicana se caracterizó por presentar este tipo de eventos para pintura, escultura y dibujo. Ese salón anual -de alguna manera- fue el heredero de las cuatro bienales de escultura del decenio anterior. Más de la mitad de los participantes no estuvo presente y, por tal razón, no pudo considerarse como una muestra del estado que guardaba el arte de la tercera dimensión. Más de ochenta artistas enviaron obra, en la que destacaron los más diversos materiales: ónix, mármol y piedras mexicanas; se pudieron apreciar piezas realizadas en madera, en materiales sintéticos, en planchas de acero, en chatarra o elementos prefabricados. En cuanto a los estilos o tendencias, casi permanecieron iguales sin novedad significativa alguna con respecto a las bienales. El Salón de la Plástica Mexicana organizó durante los años 70 concursos de escultura compartidos, en 1971, con dibujo y, en 1972, con grabado, los cuales se suspendieron hasta 1986.
Una vez superada la polémica sobre la vigencia o no de lo que se entendía por nacionalismo -inspirado en el arte prehispánico y su asimilación moderna-, vertido en el movimiento escultórico en los años 60 -en particular en las primeras bienales nacionales de escultura organizadas por el INBA-, en las siguientes dos décadas la situación mudó por completo: muchos escultores persiguieron un cambio en la disciplina de la tercera dimensión tradicional, una transformación en la relación del artista con el público a través de las temáticas y, en general, de la manera en la que el arte debía relacionarse con la sociedad.
En un inicio, la incursión en expresiones y materiales heterodoxos derivó en el distanciamiento con la escultura tradicional y, progresivamente, la indefinición de la disciplina encontró dificultades para autonombrarse «escultura»: ya no podía definirse su vocablo plástico. Debía, entonces, denominarse escultura híbrida: paulatinamente sufrió cambios en la forma de concebir al arte. El resultado, en los años 80, fue un panorama diversificado en opciones plásticas: no excluyó que la escultura tradicional -la que como método usa la talla, el labrado, la fundición o el vaciado- siguió coexistiendo con las nuevas tendencias hasta llegar al vanguardismo de las «instalaciones», que propusieron otra manera de apreciación. Esas características fueron visibles a lo largo de las Trienales de Escultura (1979, 1982, 1985 y 1988), organizadas también por el INBA a través de su Dirección de Artes Plásticas.
En la década de 1980, la mayoría de los grupos del decenio anterior había desaparecido para dar paso a los artistas jóvenes y aumentar, con ello, la heterogeneidad de los discursos visuales. Por otra parte, la creación colectiva y politizada que caracterizó a esta generación fue cediendo al individualismo.
Durante este periodo, la palabra escultor y la práctica escultórica dejaron -en la mayoría de los casos- de tener sentido; surgió la heterogeneidad de los discursos visuales, a veces híbridos, donde la influencia del constructivismo, minimalismo, conceptualismo, arte povera, hiperrealismo, expresionismo abstracto, geometrismo, arte op, escultura vegetal, montajes escultóricos, entre otros tomaron su lugar en las obras mexicanas de la tercera dimensión. De todas formas, el nombre de «escultura» se siguió aplicando a una serie de «cosas» sorprendentes u objetos artísticos.
La escultura tiene su propio razonamiento interno, así como su serie de reglas que no están abiertas a profundas modificaciones. Otra característica es que se perdió la huella de la mano del artista, casi ya no existió el tratamiento de la materia. El propósito del artista determinó, según su criterio, la función que debía cumplir su obra. Unas veces fueron provocaciones hacia el espectador o, la denuncia y la evidencia de un medio ambiente hostil, la pérdida de valores, la soledad, el extravío de la identidad como ser humano, el individualismo creativo. Al mismo tiempo, se observó una parte lúdica, irreverente, insólita. Lo posmoderno -aunque muy poco-, con sus preocupaciones del yo interno y la catarsis, salió a flote.
En un lapso breve, la polaridad entre el arte social y el arte por el arte se mezclaron en repetidas ocasiones. Una preferencia estilística no necesita eliminar a la otra, como sucedió en los años 50 y 60. A mediados de los 80, la diversidad del arte mexicano permitía una convivencia de sus múltiples desigualdades. La escultura perdió solemnidad y se volvió contestataria, sin embargo, no se excluyó a la escultura tradicional -la que como método usa la talla, el labrado, la fundición o el vaciado-, que siguió coexistiendo con las nuevas tendencias.
Ya no hubo política cultural formal, entendida como método para proteger y difundir el patrimonio. Por tal motivo, durante los años 80, el INBA organizó una serie de encuentros o simposios para determinar nuestra «identidad cultural», ya bastante diluida por los embates de diferentes sucesos políticos, culturales, artísticos y sociales internos y provenientes del extranjero, y se llegó «a la nada».
Por lo que respecta al papel que desempeñó el INBA como organizador tanto de las bienales de los años 60 como de las trienales de escultura, dio la oportunidad a los artistas de todas las edades de dar a conocer su producción entre el público visitante y entre los mismos escultores. Tanto los jurados como los funcionarios mantuvieron una línea precisa: premiar y seleccionar a aquellos artistas dueños de expresiones actuales. Lo que es por demás evidente es la dificultad de definir el término «escultura» y la forma de concebirla.

 

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