E3: Energía, Ecología, Economía

La batalla por el futuro de la energía

Dr. Luca Ferrari

 

Fotografía: Jorge Alcántara

Las estadísticas de 2016 indican que la economía global sigue creciendo muy poco, de igual manera que el consumo de energía, que no rebasa el 1 % anual. El precio de venta de los energéticos, empezando por el petróleo, sigue siendo demasiado bajo comparado con su costo de producción, lo que hace poco atractiva la inversión en exploración. En este contexto, se ha desatado una batalla entre diferentes grupos de productores de energía para atraer la inversión de los capitales que quedan en esta nueva etapa de energía cara.

 

El lobby de los combustibles fósiles, particularmente el ligado al petróleo y al gas de lutitas, está cada vez más activo declarando que puede ser rentable, aún con un precio del petróleo de 50 USD/barril y que hay grandes recursos todavía por extraer. El hecho de que las empresas del shale de EE.UU. estén cada vez más endeudadas contradice este dicho y, si bien es cierto que hay grandes recursos, lo que importa son las reservas, es decir, lo que podamos producir técnica y económicamente, que es mucho menos. Del otro lado del campo de batalla está el lobby de las energías renovables que, si bien es menos poderoso que los petroleros, tiene el apoyo de los movimientos ecologistas y de buena parte de la opinión pública que se ha convencido de la influencia negativa de los combustibles fósiles sobre el clima. Enmedio está el lobby nuclear, que presume promover una fuente limpia y con alta eficiencia en la generación de energía, dejando a un lado el «pequeño problema» de la seguridad y de los desechos radioactivos.

 

A nivel mundial, 78,3 % de la energía consumada se produce todavía con combustibles fósiles, 2,5 % con nuclear y sólo 19,2% con fuentes renovables; sin embargo, casi la mitad de esto (8,9 %) es biomasa tradicional (leña), 4 % es hidroeléctrica y sólo 1,4% son renovables modernas como solar y eólica. A pesar de esto, se han multiplicados los estudios que tratan de demostrar que un mundo alimentado en 100 % por energía renovable es factible, así como otros que indican que esto es imposible.

 

Como en el caso del calentamiento global, el tema se ha politizado o más bien transformado en un asunto de fe, lo que complica su entendimiento. El debate ha alcanzado también al ámbito científico llegando a revistas de primer nivel. En 2015, la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), una de las más prestigiadas de EE.UU., publicó un artículo de un grupo de investigadores de las universidades de Stanford y Berkeley -liderado por Mark Jacobson- sosteniendo que una combinación de energía hidroeléctrica, solar y eólica pueden proporcionar 100 % de la demanda eléctrica de dicho país. Recientemente, un grupo multidisciplinario de 21 investigadores líderes en su campo, coordinado por Christopher Clack de la National Oceanic and Atmospheric Administration, ha criticado el trabajo de Jacobson y colegas en la misma revista argumentando que «incluye errores, métodos inapropiados e hipótesis implausibles». Jacobson y colegas han respondido de manera fuerte acusando, entre otras cosas, que Clack y colegas son pagados por los lobbies petrolero y nuclear.

 

Es difícil poder opinar sobre un asunto técnicamente complejo y con variables de difícil previsión, pero al leer las dos posiciones, lo que salta a la vista es que en ambos casos no se ha tomado en cuenta la opción de una reducción de la demanda de energía y de cambios sustanciales en su uso. En mi opinión, esto va a ocurrir de manera forzosa debido a los costos de producción crecientes de los hidrocarburos, las políticas globales de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y de cierre de centrales nucleares, y porque las energías renovables pueden sustituir sólo parcialmente los combustibles fósiles. Otro aspecto importante, relacionado al primero, es que esta discusión académica se concentra esencialmente en aspectos técnicos, cuando los problemas mayores van a ser en el ámbito social y político. Esto porque la transición hacia las energías renovables implica cambios profundos en el estilo de vida y la economía que, para ser aceptados por la población, necesitan una larga preparación.

 

Es difícil pensar que las fuentes renovables puedan proporcionar un suministro continuo y masivo de energía, como al que nos hemos acostumbrado con los combustibles fósiles. La intermitencia de la energía solar y eólica hace que su integración a la red eléctrica presente problemas crecientes, a medida que se incrementa su participación en la matriz energética. El sustituir la producción centralizada y controlable de energía eléctrica por medio de combustible fósiles con fuentes menos controlables (incluso la hidroeléctrica está sujeta a los cambios climáticos) es costoso e ineficiente. Las renovables se prestan más a soluciones descentralizadas con un control más directo de las comunidades locales que a megaproyectos centralizados como los propios de los combustibles fósiles y nuclear. De hecho, un tema emergente en el debate es lo de la «democracia energética», que implica desarrollar sistemas energéticos más justos y sostenibles precisamente a partir de la particularidad de cada situación geográfica e histórica. Obviamente, esto va en contra de los intereses de las grandes empresas transnacionales de la energía (tanto fósiles como renovables), por lo que no será un camino sencillo. Sin embargo, esperamos que la transición energética represente también un cambio de paradigma en esta dirección, para que contribuya a disminuir los conflictos y la inequidad.

 

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de petróleo en el Golfo de México

Dr. Luca Ferrari

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