E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA

16.10.2021

Crisis energética y crisis climática

Dr. Luca Ferrari

Dr. Luca Ferrari

En las últimas semanas hemos sido testigos de una serie de noticias preocupantes que tienen como denominador común la escasez de energía. En Europa, el nivel de almacenamiento de gas natural es el más bajo de los últimos cinco años y los precios de este energético, fundamental para la calefacción invernal y para compensar la intermitencia de las fuentes renovables, se han incrementado 400 % desde el principio del año.

 

En China e India hace falta carbón -con el que se genera la mayor parte de la electricidad-, por lo que el precio también se ha disparado llegando casi a triplicarse con respecto al de hace un año. Esto ha provocado apagones controlados en diferentes provincias y el cierre temporal de varias fábricas. China y otros países de Asia oriental también están tratando de importar cada vez más gas natural licuado, compitiendo con Europa en el mercado internacional. En Brasil, la importación de gas licuado se ha duplicado en el último año, porque la generación hidroeléctrica ha bajado notablemente por la peor sequía de los últimos 91 años que experimenta este país.

 

¿Se trata de problemas transitorios hacia la recuperación de la pandemia o bien síntomas de un problema estructural de nuestro sistema energético y socioeconómico? La explicación más frecuente en los medios es la primera y tiende a poner énfasis en coyunturas políticas. Por ejemplo, la falta de gas en Europa se atribuye a una menor exportación de Rusia, el principal proveedor de Europa, para presionar la autorización a la entrada en función del nuevo gasoducto Nord Stream 2, que la conecta directamente con Alemania sin pasar por Ucrania. En el caso de China, se ha mencionado la política de limitar el uso del carbón para que el aire sea más limpio en los próximos Juegos Olímpicos de Invierno y también la decisión de dejar de importar este combustible de Australia por el enfriamiento de las relaciones entre estos dos países.

 

Sin embargo, las razones son más profundas y tienen que ver con los límites de la producción de energía asequible a nivel global y con la imposibilidad de que las fuentes renovables puedan sustituir los combustibles fósiles, sin cambiar radicalmente la economía y el estilo de vida de la parte más afluente de la sociedad. La reducción de la demanda de energía durante la pandemia ocurrió en un momento en que el petróleo ya había alcanzado su máximo de producción -finales de 2018- y se acercaba el pico del carbón y el gas natural. Todos los países en los que la generación de las fuentes renovables intermitentes se han incrementado significativamente en los últimos años, han tenido también que aumentar su consumo de gas natural y, en algunos casos, de carbón como fuentes despachables de respaldo para suplir la falta de generación cuando no hay sol y viento.

 

La recuperación de la demanda, a medida que termina la pandemia, junto con los eventos climáticos extremos como sequías u olas de calor o frio, han exacerbado la situación provocando la escasez que estamos observando. A su vez, la falta de energía o su costo demasiado elevado está provocando el cierre temporal de fábricas de todo tipo tanto en China como en Europa.

 

En las últimas dos décadas, el gas natural ha sido promovido como un recurso fósil más limpio y de «puente» para la transición a fuentes renovables, pero hay dos problemas que se están manifestando y que invalidan esta idea. Por un lado, el gas natural es también finito y es menos abundante de lo que estimaban las agencias internacionales hace unos años con la llamada «revolución del shale». Rusia tiene grandes reservas, pero no puede subir mucho más la producción y ya tiene compromisos importantes con China; el gas shale de EE.UU. ha llegado también a una meseta de producción y sólo para mantener la producción actual necesita incrementar cada vez más la actividad de perforación y fracturación, porque el declive de los pozos es más rápido ahora con respecto a hace 10 años. Por otro lado, el gas natural se ha vuelto el energético de mayor uso para compensar la producción intermitente de sol y viento, como lo demuestra el incremento de su uso por parte de los países que más generación tienen de estas fuentes renovables. Así que más que un «puente» es un soporte indispensable para estas fuentes.

 

En este contexto, la situación nacional no pinta muy bien. Alrededor de 60 % de la electricidad de México procede de la combustión de gas natural, que es importado de EE.UU. en casi 90 %, ya que la producción nacional se destina principalmente de los usos internos de Pemex y a la industria petroquímica. Si bien al momento la situación no es tan crítica como en Europa o Asia, si hubiese un invierno particularmente frío o eventos extremos en Texas como en febrero de este año, podríamos tener problemas de abastecimiento de este insumo crucial para el sistema eléctrico nacional. Aún sin problemas de desabasto, el precio de gas de referencia para Norteamérica -el Henry Hub- ya se ha duplicado en el último año y podría subir más, en caso de mayor demanda para calefacción en EE.UU.

 

Esto va a impactar sobre los costos de generación pero, dado que los precios de la electricidad son fijos o tienen un margen de variación mínimo, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) tendrá pérdidas y, posiblemente, lleve a cabo apagones programados. La dependencia del sistema eléctrico nacional del gas y su creciente importación viene de las administraciones anteriores. Empezó a principios del sexenio del presidente Fox y ha continuado sin interrupción en los siguientes sexenios «neoliberales». Lo que no se explica es por qué la presente administración sigue apostando a este energético de manera casi exclusiva, como lo muestra el plan de negocios de CFE 2021-2025, que prevé la construcción de una decena de centrales de ciclo combinado y turbogas, y sólo una no fósil. Al parecer, en este tema no hay preocupación para la soberanía nacional y la autosuficiencia energética, y no se toma en cuenta la precariedad de este recurso finito y cada vez más caro.

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