E3: Energía, Ecología, Economía

09.05.2018

El fin de los petrodólares y el regreso a un mundo multipolar  

Dr. Luca Ferrari

Reemplazo. Jorge Alcántara 2018

A principio de los años 90, después de la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos se levantó como la única superpotencia global. En un famoso libro, Francis Fukuyama proclamó el fin de la Historia como lucha de ideologías y el inicio de un mundo, en el que la llamada democracia liberal occidental quedaba como la única opción tras el fin de la Guerra Fría. En el lapso de un par de décadas, la Historia tomó su venganza mostrando que este concepto era efímero y simplista. El ascenso del radicalismo islámico, así como el resurgimiento de Rusia como potencia energética y militar, y de China como potencia económico-comercial están nuevamente desafiando el rol dominante del imperio estadounidense.

 

A nivel mundial, a pesar de contar con 4,2 % de la población, Estados Unidos consume la quinta parte de la energía (20,3 % del petróleo y 21,1 % del gas natural). Su presupuesto militar no sólo es el más grande del mundo (cuatro veces el de China y 7,5 veces el de Rusia), sino que es mayor que los siguientes 12 países, de los que 10 son sus aliados. Estados Unidos es también el país más endeudado del mundo: el déficit de la balanza comercial y del gobierno federal crece constantemente desde la década de los 80, de tal forma que, en 2017, la deuda del gobierno federal alcanzó 104 % de su Producto Interno Bruto.

 

¿Por qué Estados Unidos puede permitirse una deuda y un déficit federal tan alto? Porque el banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal, puede crear de la nada grandes cantidades de dólares. ¿Y porque esto no genera inflación como en cualquier otro país? Porque el dólar goza de un estatus privilegiado, ya que es la divisa internacional de intercambio.

 

En la actualidad, 84 % de todas las transacciones mundiales involucran al dólar y 64 % de todas las reservas de divisas de los bancos centrales están denominadas en dólares. Como resultado, siempre hay una gran demanda de esta divisa, lo que permite al Departamento del Tesoro pagar tasas de interés muy bajas cuando contrae deuda, aunque la cantidad de dólares en circulación sea cada vez mayor. Este «privilegio exorbitante», como lo definió el expresidente francés Giscard d'Estaing, cuando era Ministro de Finanzas en 1965, hace que Estados Unidos pueda vivir por encima de sus medios importando bienes, sólo imprimiendo más dólares, mientras que los demás países tienen que exportar bienes o materias primas para obtener dólares.

 

Hasta 1971, la moneda estadounidense se podía cambiar por oro a una tasa fija de 35 dólares por onza, lo que le daba una notable solidez, pero también limitaba a la Reserva Federal en su ampliación de la masa monetaria. Además, en los años 60, en un intento de reducir la influencia económica de Estados Unidos, el gobierno francés de De Gaulle empezó a reducir sus reservas en dólares intercambiándolas por oro. Estos factores fueron determinantes en la decisión del presidente Nixon, primero, de devaluar el dólar con respecto al oro (1971) y, finalmente, desvincularlo por completo de este metal a finales de 1973.

 

Al no estar anclado a un bien físico, la Reserva Federal quedó libre de imprimir cualquier cantidad de dólares, pero existía el riesgo de una devaluación. Para asegurar la demanda internacional de dólares, el gobierno de Nixon -a través del Secretario de Estado, Henry Kissinger- llegó a un acuerdo con Arabia Saudita, que dio origen al sistema de petrodólares. Los términos del acuerdo eran simples: los sauditas iban a aceptar sólo dólares a cambio de su petróleo y reinvertirían los excedentes en bonos del Tesoro de Estados Unidos. A cambio, Estados Unidos iba a proporcionar armas y garantizar seguridad a los saudíes, que estaban preocupados por los crecientes conflictos en el mundo árabe y el ascenso de gobiernos seculares en Egipto, Siria, Libia, Irak, entre otros. Arabia Saudita era el mayor exportador de petróleo y el país dominante de la OPEP, así que todos los demás países exportadores adoptaron el dólar y, dado que el petróleo es la materia prima con mayor demanda a nivel mundial, también las demás commodities se comerciaron en dólares.

 

La hegemonía del dólar en el mercado del petróleo fue desafiada en 2003 por el entonces presidente de Irak, Saddam Hussein, quien empezó a vender su petróleo en euros. En 201,1 Muamar Gadafi, entonces presidente de Libia, intentó una movida similar pero utilizando su moneda respaldada por el oro. Los dos líderes fueron ejecutados después de que sus países fueran invadidos por Estados Unidos, algo que muchos consideran poco casual. El mes pasado, sin embargo, se dio un paso más sustancial en el proceso de des-dolarización del mundo. Después de una larga preparación, el 27 de marzo, China lanzó en Shanghái su mercado de futuros de petróleo denominados en yuanes (moneda China) y desafió la supremacía del dólar como moneda de reserva global, al anunciar que pagará las importaciones de petróleo en su propia moneda en lugar de en dólares.

 

Por el momento, China sólo tiene acuerdos de compra de petróleo en yuanes con Rusia, Angola e Irán, por lo que el mercado de petróleo de Shanghái sólo representa 6 % de las transacciones petroleras mundiales. Sin embargo, China es el principal importador mundial de petróleo. Además, China ha estado acumulando grandes cantidades de oro por más de una década y está respaldando su moneda con este metal, por lo que el yuan se puede convertir en una divisa mucho más sólida del dólar, que es una moneda fiduciaria sin ningún respaldo, devaluada 3,800 % con respecto al oro desde 1971.

 

El lanzamiento del «petro-yuan» es el inicio del fin de los petrodólares y, por ende, un paso más en la disminución de la hegemonía estadounidense hacia un mundo multipolar. La creciente influencia de Rusia e Irán en Siria y en el Oriente Medio, y el alejamiento de Turquía de la OTAN se suman a este escenario, donde Estados Unidos empieza a ser menos relevante militar y económicamente. El reciente lanzamiento «demostrativo» de misiles sobre tres objetivos menores en Siria, sin el respaldo de la ONU y sin que el supuesto ataque químico del gobierno de aquel país haya sido comprobado, pone en evidencia la creciente debilidad del último imperio. En México, deberíamos tomarlo en cuenta a la hora de elaborar nuestra política exterior y deberíamos revisar una política económica enfocada obstinadamente a la exportación hacia aquel país.

 

 

 

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