13.09.2021

La sonrisa más alucinante del Cámbrico

M. en C. Adolfo Pacheco Castro

Fotografía: Jorge Alcántara

Los primeros fósiles de Hallucigenia sparsa fueron colectados a principios de 1900 en la localidad de Burgess Shale en el monte Wapta, Provincia de British Columbia, Canadá. Su descubridor fue Charles Doolittle Walcott, paleontólogo y padre de familia de quien se sabe esperaba con igual ansia la llegada del verano para poder ir a colectar fósiles que la noche de acción de gracias.

 

Generalmente, Walcott hacía partícipe a su familia en las expediciones paleontológicas, tanto así que el estrato más rico de fósiles fue descubierto accidentalmente cuando el caballo de su esposa resbaló y dio vuelta a una laja llena de fósiles marinos del Cámbrico (508 millones de años). Esta casualidad ocurrió al finalizar su temporada de campo y la caída de la nieve les impidió identificar en ese momento la procedencia de la laja, por lo que Walcott tuvo que esperar un año entero para volver a ese lugar. Un tiempo bastante considerable para un hombre de hábitos conservadores, cuyos destellos de creatividad o impaciencia se apaciguaban con un trabajo metódico y constante detrás de su escritorio, siempre al amparo de una vida moralmente subsecuente.

 

Walcott regresó una vez más a Burgess Shale y lo continuó haciendo cada vez que se derretía la nieve con el sol de verano hasta casi el final de sus días. Se sabe que para 1924 (15 años después de su primer hallazgo) había colectado cerca de 65 mil especímenes, los cuales, en su mayoría, se encontraban en un estado de conservación excepcional, ya que muchos de los fósiles marinos preservaron en las lajas la forma de sus partes blandas (cartílagos, músculos, branquias, etc.).

 

Sin embargo, Walcott identificó erróneamente la mayoría de su extraordinario material, atribuyendo a especies de grupos actuales la totalidad de sus descubrimientos. Había ahí según él: cangrejos, camarones, equinodermos y algunos artrópodos. Este error en su descripción se debió quizás a que pasaba la mayor parte del año registrando detalladamente cada fósil colectado durante el verano, sin tiempo de adentrarse profundamente en tratar de entenderlos, por lo que tuvo que pasar medio siglo para que sus fósiles fueran redescubiertos y llevados hasta el lugar de su gloria actual.

 

Uno de estos fósiles, fue aquel referido por Walcott como Canadia sparsa, un poliqueto sin ninguna característica sobresaliente y del cual sólo se encontraban poco más de una decena de fósiles. Pero, donde Walcott vio el vestigio de uno de los gusanos anélidos más común en los antiguos y recientes mares, otros, después de él, verían al fósil más extraño de todos los tiempos.

 

Los ojos de Conway Morris, un estudiante de doctorado de Cambridge, se postraron ávidamente sobre las lajas de esquisto con fósiles de Canadia sparsa, luego de abrir todas las gavetas de la colección de Walcott, en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano, en Washington D. C., pues suponía que extrañas sorpresas aguardaban por ser redescubiertas en la localidad con los animales más antiguos de la historia: Burgess Shale.

 

Era la década de los 70, un tiempo de ebullición social en occidente, donde los límites de nuestra humanidad continuaban siendo expandidos por la lucha de los derechos humanos que exigían el fin de la guerra (Vietnam), las caminatas de los astronautas sobre la Luna y los acordes psicodélicos del rock progresivo. En este contexto, Morris era el vivo retrato de un «radical social» según las palabras de Stephen Jay Gould. Morris era un estudiante ávido de interpretaciones diferentes y muchas de sus ideas más alocadas las compartía con su asesor Whittington y su compañero de doctorado Briggs. No lo sabían, pero los tres iniciarían una revolución en la comprensión del origen de todos los animales, la cual trastocaría los mismísimos cimientos darwinianos de la biología.

 

Morris miró hasta el cansancio los fósiles de Canadia sparsa, los cuales se encontraban en todas las posiciones posibles y todas ellas exigían una capacidad de interpretación no desarrollada por Walcott. Éste último sólo había considerado para su identificación aquellos fósiles que se preservaron totalmente acostados, mostrando su cuerpo lateralmente en el plano de la laja. Pero la revolución interpretativa de Whittington y sus estudiantes consistía en observar cada fragmento, cada mínimo detalle de los especímenes, con una paciencia estoica (sitzfleisch, término alemán más adecuado según Gould), siguiendo la profundidad de cada línea oscura de silicatos de alúmina y calcio que anteriormente fuera órganos y vísceras, hasta reconstruir su cuerpo en una forma tridimensional y traerlos de vuelta.

 

De todos los cuerpos preservados en el esquisto de Burgess Shale, Canadia sparsa era el más extraño de todos y Morris describió cada uno de sus extravagantes detalles. Éste fue un animal bilateral de entre 25 y 50 milímetros de longitud, del cual por décadas se discutió vehementemente cuál era la cabeza, la cola, el dorso o el vientre. Este animalito tenía, según Morris, siete segmentos repetitivos a lo largo de un cuerpo cilíndrico. Los segmentos estaban compuestos por un par de tentáculos de un lado y un par de espinas rígidas del otro, que Morris interpretó como zancos móviles que le permitían a este organismo moverse entre el fango marino. El cuerpo cilíndrico terminaba en una cola larga y móvil donde estaría el ano, que en la base tenía tres pares de pequeños tentáculos cuya función era desconocida y, en el otro extremo, Morris identificó una cabeza deforme a manera de saco bulboso, sin ojos ni boca.

 

¿Cómo podría existir un animal que no tuviera boca?, ¿de qué manera podría alimentarse? Morris, propuso que cada uno de los 14 tentáculos dorsales podrían ser órganos de alimentación independientes que llevaban la comida hasta su interior, algo nunca antes visto en la historia de los animales, que exigía que los límites en la comprensión de los animales fuesen expandidos más allá de lo conocido fuera de la totalidad de los atlas zoológicos de la época. El cuerpo alucinante de Canadia sparsa sólo podría entonces habitar en el Cámbrico, en un delirante sueño y/o bajo los efectos de algún psicoactivo, desplazándose torpemente entre el fondo marino, dejando tras de sí tanto los cánones de la adaptación progresiva como su nombre.

 

El material fósil de Canadia sparsa fue reasignado como Hallucigenia sparsa por Morris en 1977, por el «aspecto extraño e irreal del animal». Y junto con este material, la mayoría de los fósiles de Burgess Shale fueron reinterpretados como algunos de los animales más extraños conocidos. La reconstrucción, entonces, de los primeros ecosistemas dominados por animales poseía los rostros más bizarros jamás imaginados, fósiles como Anomalocaris, Opabinia, Nectocaris, entre otras, denotaban que el origen de todos nosotros (desde un caracol hasta un elefante) no fue simple y poco diverso como se creía, sino un escenario alucinante, lleno de diversidad e innovaciones morfológicas. En estas lutitas cámbricas se desenterraba el albor de una vida maravillosa que superaba por mucho todo aquello que jamás soñamos.

 

«El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos» por Marcel Proust. Cuántas horas no han sido dedicadas a recorrer con la vista cada íntimo detalle de las calizas de Burgess Shale; por más de 100 años, nuestros ojos se han posado sobre sus fósiles y aún continuamos descubriéndolos. Hasta el gran paleontólogo S. J. Gould se sumergió en este lodo Cámbrico luego de mirar los paisajes de lutita, para rescatar el cuerpo inerte de Hallucigenia sparsa, a quien definió como el animal más extraño de todos los tiempos, el cual podría volverse incluso más extraño, si es que lo que fue interpretado como su cabeza en realidad fuera la sección que unía su cuerpo al de un organismo mayor y más extraño aún, de manera similar a como ocurrió con Anomalocaris canadensis. Gould confiaba en que las sorpresas más grandes en relación a estos fósiles estaban aún por ser develadas.

 

Recientemente en 2014, la cabeza de Hallucigenia sparsa fue encontrada en las mismísimas lajas colectadas por Walcott y estudiadas con detalle por Morris y compañía; a este material se le sumaron nuevos especímenes colectados en la misma localidad de Walcott (quizás mientras usted lee este artículo hay otros ahí afuera, colectando más especímenes en este mismo sitio). Los nuevos rostros en esta historia fueron Smith y Caron, dos investigadores de del Royal Ontario Museum de Toronto, Canadá, quienes observaron con la ayuda de un microscopio electrónico de barrido estos fósiles y revelaron uno de los mayores enigmas en la historia de la paleontología: la identidad de Hallucigenia.

 

Según Smith y Caron, lo que fue descrito por Morris como una cabeza en realidad era el contenido estomacal del organismo luego de ser despanzurrado por la presión del sedimento. Los zancos eran espinas sobre el dorso y los tentáculos de alimentación eran sus pares de patas, las cuales poseían pinzas que les permitirían escalar sobre estructuras duras. La cabeza se encontraba en lo que fue descrito como la cola, con los seis tentáculos bien desarrollados que llevaban la comida hasta su boca. La boca tenía una armadura faríngea circular, formada por múltiples segmentos y dientes esclerotizados que fueron utilizados para resolver su afinidad filogenética con los gusanos aterciopelados llamados onicóforos. ¡Hallucigenia sparsa no era el representante de un linaje (filo) perdido en la historia de la vida, sino uno de los primeros Panarthropoda!

 

La sonrisa de Hallucigenia sparsa había estado siempre ahí, fosilizada. Sin embargo, ni los ojos del experto mundial en onicóforos Whittington -asesor de Morris- había podido identificarla. El mismísimo Gould murió sin conocer la identidad de uno de sus fósiles más increíble, a quién le dedicó múltiples reflexiones en su libro La vida maravillosa y cuyo retrato petrificado lo inspiró a replantear algunos fundamentos en la teoría evolutiva.

 

Gould, alguna vez escribió que, en la paleontología, en ocasiones, se da mayor importancia a las historias dramáticas con grandes hazañas e ideas innovadoras, contadas por personajes de personalidades atrevidas, eclipsando los grandes descubrimientos de mentes más conservadoras, producto del trabajo constante, meticuloso y científico. Según Gould, si alguna vez hubiera existido un Premio Nobel de Paleontología, éste debería haber sido entregado a Whittington, Brigss y Morris, por su trabajo en el redescubrimiento de los fósiles del Cámbrico de Burgess Shale; mientras que Walcott debería haber sido honrado como uno de los paleontólogos más grandes en la historia de América.

 

Al final, es divertido pensar que hay sonrisas enterradas, ahí en las rocas, que luego de cientos de millones de años nos sonríen a todos, no importa si eres un padre amoroso y conservador, un reaccionario social con ideas ardientes o un científico curioso que mira objetivamente a través del ocular de su microscopio. Cierto es también, que en la paleontología no tenemos la certeza de saber quién reirá al último.

¿Pueden administrarse dos vacunas de compañías diferentes sin tener reacciones indeseables y obtener una protección adecuada?

Dr. Carlos M. Arróyave Hernández

La sobreposición de los ríos: superficial y subterráneo

Dr. Enrique González Sosa

Pintando de verde la caída del sistema

Dr. Luca Ferrari

Conservar paisajes o conservar especies: el caso de la Totoaba y la Vaquita marina

Dr. Pedro J. Gutiérrez-Yurrita

La Ruptura no existe

Mtro. Carlos-Blas Galindo Mendoza

Contacto:

TELÉFONO:

+52 442/2628967

CORREO ELECTRÓNICO: 

contacto@revistaserendipia.com

revista.serendipia@gmail.com

Síguenos en:

Versión para imprimir | Mapa del sitio
© Julieta Isabel Espinosa Rentería