E3: Energía, Ecología, Economía

20.06.2018

El «gasolinazo» de Brasil: ¿pasos en la azotea?  

Dr. Luca Ferrari

Fotografía: Jorge Alcántara 2018

La reciente huelga de los transportistas en Brasil invita a una reflexión sobre la precariedad del modelo de transporte y distribución de muchos países. De una forma similar a lo que pasó en México a principios del año pasado, en junio de 2017 el gobierno de centro-derecha del presidente Temer decidió dejar fluctuar el precio de la gasolina y el diésel de acuerdo con los precios internacionales del petróleo y destilados. Inicialmente, esta decisión pasó desapercibida, ya que los precios del crudo eran relativamente bajos, pero desde entonces el precio del petróleo se incrementó notablemente, mientras que la moneda brasileña (real) se ha depreciado 12 %. En consecuencia, el diésel subió 52 % en un año.

 

En el transcurso de una semana, la huelga y los bloqueos de los transportistas crearon un desabasto de combustible y, de bienes e insumos esenciales poniendo de manifiesto la extrema dependencia de Brasil del transporte basado en combustibles fósiles y la mínima resiliencia de un sistema donde, en nombre de la «eficiencia» económica, casi no existe almacenaje de bienes, sino que todo es llevado en el momento del productor al consumidor final (just in time).

 

Brasil es un país gigantesco y tiene una alta dependencia del transporte terrestre basado en diésel. 61 % de toda la carga se hace por carreteras, 21 % por ferrocarril y 17 % por medio marítimo. La situación de México no es muy distinta: 56 % por carretera, 12 % por ferrocarril (que funciona con diésel) y 31 % por medio marítimo. En ambos casos, el transporte aéreo es menor de 1 %.

 

Otra característica que comparten los dos países es la estructura de los precios de los combustibles. En Brasil casi la mitad está constituida por impuestos. En México, los impuestos a gasolina y diésel para 2018 han estado rondando en 30 %, sin embargo, esto es menos de lo que debería ser porque la Secretaría de Hacienda ha disminuido a la mitad el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) federal para «amortiguar el efecto del alza del precio del petróleo» o, siendo menos ingenuos, porque estamos en tiempos electorales.

 

No sólo el gobierno toma ahora medidas populistas, sino también el candidato del «frente» PAN-PRD-MC está proponiendo bajar los impuestos a la gasolina. Como lo he analizado en otra contribución para Serendipia, considero que sólo debería subsidiarse (por medio de impuestos bajos o nulos) al diésel, ya que es lo que beneficia a la mayoría de la población (transportando bienes y personas). Pero hacia un futuro bastante próximo, México enfrenta un problema serio: la dependencia extrema del transporte basado en combustibles fósiles frente al inevitable incremento del precio del crudo.

 

Después de tres años de bajos precios, desde mediados del año pasado, el petróleo ha empezado a subir de manera constante alcanzando un incremento de 52 % en un año. La razón es sencilla y, había sido ampliamente prevista y reportada en esta columna. Los altos precios entre 2011 y 2014 produjeron, por un lado, una disminución de la demanda y, por el otro, una sobreproducción del petróleo de lutitas (shale) y otros yacimientos caros. Se acumularon grandes inventarios hasta que finalmente hubo una espectacular baja de los precios. Pero los bajos precios causaron el efecto opuesto: un modesto incremento del consumo y, sobretodo, una drástica reducción de la inversión de la industria petrolera en exploración y producción. Como resultado, la cantidad de nuevo petróleo descubierto en 2016 y 2017 fue la más baja de los últimos 60 años. En promedio sólo se descubrió 10 % de lo que se consume anualmente.

 

No solo -dado que el petróleo que queda por extraerse implica altos costos de producción (aguas profundas, no convencional, campos complejos en lugares remotos- se cancelaron muchos proyectos de infraestructura para el desarrollo de yacimientos ya descubiertos; los excedentes que se habían acumulado entre 2011 y 2014 se están agotando y, por esta razón, el precio va subiendo; porque los mercados saben que estamos consumiendo más de lo que se produce. Si bien precios más altos estimulan nuevamente la inversión en exploración y producción, se necesitan varios años para que un nuevo descubrimiento entre en producción, durante los cuales el precio tiene que mantenerse sostenidamente alto (es decir encima de los 100 USD por barril), lo que no está garantizado.

 

En el corto plazo, México enfrenta una situación difícil: si después de las elecciones el gobierno deja de «subsidiar» el precio cobrando el impuesto completo, tendríamos un repunte de la inflación (ya que todos los productos serían afectados) y podríamos tener un desenlace similar a lo de Brasil. Si en cambio se quiere absorber el alza del precio cobrando menos impuestos, el nuevo gobierno tendrá aún menos márgenes de maniobra para implementar programas sociales.

 

En el mediano plazo, la única solución es la de disminuir progresivamente el uso de los combustibles fósiles en la transportación, construyendo nuevas líneas de ferrocarril eléctrico (más eficiente y seguro que las carreteras) y electrificando las líneas existentes. Pero esto implica también grandes inversiones y una mayor producción de electricidad que, como lo he recordado en otras contribuciones, producimos en gran mayoría con gas importado. Cualquiera que llegue a la presidencia después del 1 de julio no la tiene fácil.

El fin de los petrodólares y el regreso a un mundo multipolar

Dr. Luca Ferrari

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