18.01.2021
Mtro. Carlos-Blas Galindo Mendoza
La falta de públicos para las artes no es algo reciente en nuestro país ni, menos todavía, algo que se le pueda endosar al actual gobierno federal mexicano, que es el primero de carácter democrático luego de la hegemonía priísta y de la «alternancia» panista durante buena parte del siglo XX y los primeros años de la presente centuria.
Como se sabe, en el capitalismo el arte es mercancía. Tiene tanto un valor de uso -es decir, que le puede resultar útil o importante a algunas personas, no así a otras- como un valor de cambio -esto es, su precio-, que no depende de su valía intrínsecamente cultural, sino de un mercado que ahora está globalizado; y, como también se sabe, la concepción misma de lo que es artístico -y de lo que no lo es- está en función de los intereses de la clase social hegemónica, que es la burguesía, frente a la que el resto de la población contamos con un papel de subalternidad.
Es verídico que existen artistas que confrontan esta situación como también es cierto que, por eso mismo, su producción resulta relegada de los procesos de distribución cultural que se controlan desde el poder, el cual está focalizado en las ferias internacionales de arte. No me es posible anticipar si en el presente siglo la humanidad logrará superar la etapa capitalista −aunque yo anhele que así sea e intervenga, desde mi lugar al interior de la cultura artística, para que esto suceda− y, con ello, al patriarcado; mismo que está indisolublemente ligado a ese pernicioso sistema económico imperante, el cual es adaptable a cualquier régimen político. El capitalismo persistirá mientras subsista el patriarcado, por lo que está destinada al fracaso cualquier vía de abolición del capitalismo que no incluya la extinción simultánea del patriarcado. El feminismo ya actúa en ese sentido.
En México, la falta de públicos deriva básicamente de la exclusión −unas veces paulatina, otras abrupta−, desde el inicio de la etapa neoliberal en los gobiernos federales (en el sexenio 1982-1988, cuando Miguel de la Madrid era el titular del Poder Ejecutivo), de programas formativos como las giras por el país de la Orquesta Sinfónica Nacional, de la Compañía Nacional de Danza y de su homónima de Teatro, o del proyecto de casas de la cultura, así como la eliminación −también en unas ocasiones gradual y, en otras, tajante− de contenidos de cultura artística en los planes de estudio de educación básica, media y media superior; asunto este último que el actual gobierno federal mexicano sí está atendiendo, al reincorporar asignaturas artísticas (con énfasis en danza y música) a los planes de educación primaria.
El arte como parte de la formación académica de las personas (de aquellas que tienen acceso a la educación, que no son todas) dejó de convenirles a los gobiernos neoliberales puesto que está relacionada con la creatividad y con el pensamiento crítico. La formación de públicos habrá de ser una tarea prioritaria e inminente como parte de las políticas gubernamentales, si lo que se quiere es evitar la marginación de obras que sean críticas ante los gustos de la burguesía (que son los gustos imperantes, dado el carácter hegemónico de la clase en el poder), propiciar un arte otro, no reprimir la creatividad colectiva, fomentar el pensamiento crítico y crear las condiciones para la extinción del capitalismo y del patriarcado, de manera que sea posible el ejercicio pleno, por parte de toda la población mundial, del derecho humano a la cultura.
Hoy en día, en México −y sobre todo en la capital del país−, se ha suscitado una confrontación entre algunas personas integrantes del sector de la cultura artística en sus fases de producción (artistas en lo individual y organizados en colectivos) y de distribución (el periodismo de cultura, de manera muy relevante), por una parte, y personas servidoras públicas que tienen cargos en la Secretaría de Cultura federal y en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) que, en este 2021, será parte integrante de la mencionada Secretaría del ramo y se le denominará como Sistema de Apoyos a la Creación y a Proyectos Culturales. Esto es insólito.
Quienes ahora claman por intervenir en la toma de las decisiones inherentes a las políticas públicas en materia de cultura artística no se organizaron de una manera semejante a la actual, antes o en los inicios de los sexenios previos al lopezobradorista.
Lo sé porque me cuento entre quienes en 1988 integramos la corriente de trabajadores del arte, la ciencia y la cultura del Frente Democrático Nacional en apoyo a la candidatura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de México. Las y los actuales demandantes no estuvieron ahí (tal vez eran muy jóvenes todavía).
Lo afirmo porque soy parte del grupo que se conformó con el nombre de Los abajofirmantes, colectivo que consiguió cambios sustanciales a las reglas de operación del Fonca al inicio del salinato; cambios que se han mantenido y proceso en el que quienes ahora reclaman no recuerdo que hayan participado.
Lo sostengo porque en 1994 trabajé en la redacción del proyecto cultural que integrantes del grupo promotor El Juglar de la Alianza Democrática Nacional elaboramos y le entregamos al ingeniero Cárdenas durante su campaña a la Presidencia, por intermediación de Hiquíngari Carranza, y entre quienes no reconozco a gente del actual grupo quejoso.
Soy miembro activo del Frente Cultural Revolucionario y de la Convención Metropolitana de Artistas y Trabajadores de la Cultura. No leo, entre los nombres de quienes ahora sí piden intervenir en el diseño de la política cultural, a compañeras o compañeros con trayectoria en estas organizaciones independientes y contestatarias.
Todo parece indicar que algunas de las personas que son integrantes del ámbito de la cultura artística y que, en 2006, en 2012 y (o) en 2018 apoyaron la postulación de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, ahora pretenden cobrarle aquel apoyo. Hasta donde se sabe, las pintas o el grabado más grande del mundo (el de 2006, impreso durante el plantón en Paseo de la Reforma, en la CDMX, que se instaló en pro del recuento de votos, grabado en el que intervinieron más de 120 artistas), entre otras acciones, fueron realizados de manera espontánea en pro de las campañas lopezobradoristas y no medió promesa alguna por parte del actual presidente de México de corresponder, en cuanto hubiera accedido a su investidura, a aquellos apoyos.
Otras personas, que no manifestaron afinidad a alguna o más de una de las tres campañas de López Obrador, exigen ahora, con la convicción de que el actual gobierno sí es democrático, que se les tome parecer respecto a las políticas públicas en materia cultural. Por otra parte, existe gente muy cercana a Andrés Manuel López Obrador que forma parte del sector cultural, que ha colaborado con él desde hace muchos años y con quienes sin duda nuestro presidente abordó en el pasado -e incluso tal vez lo haga hasta la fecha- asuntos como el de las llamadas becas del Fonca (que, en rigor no son becas ni se les denomina así de manera oficial).
Ingreso conscientemente al terreno de la especulación para rememorar que si Jesusa Rodríguez -muy destacada y respetada gente de teatro-, quien en la actual legislatura es Senadora de la República, fue durante mucho tiempo la maestra de ceremonias de los mítines que encabezó López Obrador en el Zócalo capitalino, es posible suponer que, existiendo entre ambos una estrecha cercanía, al menos una vez, en el periodo considerado desde 2006 y hasta el presente, hayan abordado el tema de los apoyos del Fonca, respecto a los cuales Jesusa se ha manifestado abiertamente en contra en numerosas oportunidades.
Corresponde tanto a quienes promueven un congreso resolutivo en el que pretenden definir la orientación de la política cultural de lo que resta de este sexenio y aspiran a sentar las bases para tal política en futuros gobiernos, como a quienes laboramos como personas servidoras públicas en el sector cultural, aprovechar la actual coyuntura y llegar a acuerdos constructivos. Espero fervientemente que, entre tales decisiones, establezcamos como prioritaria la formación constante de públicos.
Ya sea que se realice tal congreso o que se opte por otro mecanismo, integrantes de nuestro medio cultural -como quienes promueven la interlocución con gente del gobierno-, de la academia -ámbito en el que, indudablemente, hoy en día se dirimen exitosamente asuntos como el feminismo o el poscolonialismo, por ejemplo- y de la sociedad civil -esta última desorganizada y, practicante del espontaneísmo y del inmediatismo) habrían de proponer lo que, hasta ahora, ha demostrado ser un dispositivo para que, quienes no trabajan en el gobierno -preferiblemente solo esas personas-, nos vigilen a quienes sí lo hacemos, hagan acopio de datos duros, apliquen métodos estadísticos, establezcan una interlocución no fugaz con nosotras y nosotros, y sobre todo, nos dirijan recomendaciones: un observatorio nacional de políticas culturales.
El observatorio pionero en Grenoble, Francia, fue establecido en 1989. Existe, desde hace diez años, un observatorio de esta naturaleza en la Universidad Veracruzana (otro caso de avanzada al interior de la academia), hay uno en Michoacán −que no es independiente, como tampoco lo son muchos otros de los numerosos que existen en el mundo− y otro más asentado en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que tiene como ámbito de escrutinio a la capital mexicana.
Han existido algunos intentos por contar con uno nacional -asunto en el cual intervine cuando dirigí el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del INBAL, entre 2004 y 2012-. Para tal efecto la académica Georgina Alcántara Machuca viajó al de Grenoble. Insto, pues, a quienes por ahora no forman parte de la burocracia cultural, a que consideren esta posibilidad y a que, de manera conjunta, asumamos el impostergable compromiso de formar públicos para las artes. De conseguirlo, no sería un triunfo para el actual gobierno, sino que lo sería para la sociedad en su conjunto.