DRAMATURGIA FÓSIL

20.04.2023

Protagónico: Tyrannosaurus rex 

Dr. Adolfo Pacheco Castro

Tyrannosaurus rex. Bordado: Julieta Espinosa.
Fotografía: Jorge Alcántara

Primer acto: el desenterramiento

 

Iniciaba un nuevo siglo y los primeros años de 1900 eran marcados por el auge de la revolución industrial y las ideas de progreso de la civilización occidental. Naciones como EE.UU. se jactaban de su creciente poderío y buscaban a toda costa demostrar a sus contrapartes su riqueza. Los museos eran considerados pilares para tales fines, ya que renovaban la identidad de los ciudadanos curiosos con cada nuevo espécimen exhibido en sus salas, ya fuera éste un brillante escarabajo colectado en el trópico o un monstruo marino de otra era.

 

Los museos avanzaban como una máquina bien aceitada, impulsada por la dedicación de administradores, científicos y colectores, que trabajaban sin descanso para ofrecer inolvidables experiencias a sus visitantes.

 

Barnum Brown era uno de esos colectores, había sido contratado por el afamado paleontólogo Henry Osborn del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Su trabajo consistía en buscar piezas fósiles monumentales para el museo y sus ojos expertos eran capaces de reconocer en las rocas desde pequeños fósiles de roedores hasta esqueletos completos de dinosaurios. Era un hombre duro, que podía resolver cualquier problema con el mínimo de dinero y la máxima eficiencia, sin que le molestara trabajar de sol a sol en los ambientes más salvajes de Norteamérica.

 

En sus primeros años de trabajo con el museo (1900-1905), Brown recorrió a caballo los parajes erosionados de EE.UU.: entre los estados de Wyoming, Dakota del Sur y Montana. Durmiendo en casas de campaña y recorriendo senderos solo conocidos por cazadores de pieles y los relictos de nativos norteamericanos, su trabajo consistía en extraer intactos tesoros valiosísimos de estos lugares inhóspitos, los cuales eran constituidos por bloques de roca y fósiles que podían llegar a pesar varias toneladas. Esto lo realizaba en parajes alejados de cualquier ayuda, por lo que la extracción y transporte de sus pesadísimos especímenes petrificados lo realizaba con un puñado de dólares, cuerdas, palancas y la fuerza de sus caballos.

 

El objetivo inicial de Brown en esta área era colectar los restos de un monstruoso habitante de otro tiempo. En específico, había sido contratado para colectar un cráneo de dinosaurio, del que se decía podía ser tan grande como un elefante y cuyos cuernos de un metro de longitud lo transformaban en la más imbatible de las bestias prehistóricas: el Triceratops horridus. Este dinosaurio ya había sido descrito por Marsh y ahora Osborn quería el suyo para estudiarlo y mostrarlo en el salón principal del museo. Brown comenzó a prospectar minuciosamente algún rastro de esta bestia, encontrando una enorme abundancia de sus fragmentos, pero muy incompletos como para ser exhibidos.

 

La primera temporada de campo estaba planeada para terminar a finales de septiembre de 1900, pero Brown decidió extenderla un par de semanas más, pues los dioses de la fortuna lo habían recompensado con un segundo lugar. Esto fue en Weston County, Wyoming, y el premio de consolación parecían ser los restos de un dinosaurio carnívoro, diferente a todo lo conocido y de un extraordinario tamaño.

 

Inicialmente Brown lo asoció con un Ceratópsido basal pero su instinto le dictó que posiblemente era algo más, por lo que en una carta a Osborn le escribió: «He encontrado otro espécimen, que espero sea un esqueleto… Este es un dinosaurio carnívoro. He trabajado dos semanas en él y he obtenido siete costillas, tres vértebras, un hueso largo de alguna extremidad, algunas partes de la pelvis y la mandíbula…tiene numerosas placas que varían de tamaño entre uno y 15 centímetros, siempre asociadas con las costillas, formando una armadura dermal…otros huesos imposibles de determinar se encuentran con claridad en la matriz del espécimen... Algunos de estos huesos son dientes de Hadrosaurus, Palaeoscincus, escamas de peces y pequeños huesos. Todas evidencias de la última comida de este animal» (Dingus y Norell, 2010).

 

Este espécimen fue enviado a Osborn junto con otros cinco bloques más con varias toneladas de roca y hueso. Esto no fue tarea fácil pues el invierno estaba cerca y los gastos se incrementaron. Para mala suerte de Brown, Osborn minimizó su preciado espécimen, luego de dedicar casi dos años a su limpieza. Le pidió entonces que tuviera más cuidado con las toneladas de huesos y sedimentos que enviaba por transporte: «Estarás muy decepcionado de escuchar que el dinosaurio que colectaste con mucho trabajo y cuidado ha resultado casi inútil… hay apenas dos o tres huesos de valor… Esto parece advertirnos que debemos de examinar el material con un poco más de cuidado en el campo antes de tomar un bloque y enviarlo hacia el este, generando excesivos gastos de flete…» (Dingus y Norell, 2010). Este espécimen pasó sin más importancia y fue denominado como Dynamosaurus imperiosus (AMNH 5866), el reptil dinámico imperial.

Segundo acto: el rostro del protagónico

 

Los rumores sobre una bestia monstruosa colectada por Brown en la formación Hell Creek calentaban las frías y ajetreadas calles de Nueva York, pues en la primera plana del New York Times del 30 de diciembre de 1906 se leía que por primera vez los restos del Tyrannosaurus rex serían expuestos al público en el Museo Americano de Historia Natural dentro del Hall of Dinosaurs.

 

La noticia estaba ilustrada por una fotografía en la que podía observarse a un hombre de pie entre las piernas esqueléticas fosilizadas de un dinosaurio bípedo gigante. El tamaño de este carnívoro prehistórico era tan grande que la cabeza del hombre apenas llegaba a sus rodillas, siendo imposible que en la misma imagen se observara el torso o la cola del animal.

 

Coronando esta primera plana se leía en el encabezado: THE PRIZE FIGHTER OF ANTIQUITY DISCOVERED AND RESTORED, lo que se traducía como: «el más grande luchador de la antigüedad descubierto y restaurado». El término prize fighter era utilizado para referirse a los peleadores de box, el deporte de contacto por excelencia de la época, que consiste en lanzarse de puñetazos al torso y a la cabeza. Irónicamente, nuestro peleador, el rey tirano de los dinosaurios, era incapaz de someter a cualquiera solo mediante el uso de sus brazos.

 

La descripción de Tyrannosaurus rex fue realizada por Osborn un par de años antes de su presentación en el museo, ésta incluía los fósiles colectados por Brown en la formación Hell Creek del Cretácico tardío (entre 68 a 66 millones de años), que inicialmente consideró poco relevantes. El material tipo fue asignado al espécimen AMNH 973 y la descripción incluyó la mandíbula, fragmentos del cráneo, vertebras, costillas abdominales, pelvis, patas y la escápula con un diminuto húmero adjunto.

 

Inicialmente Brown y Osborn dudaron en que el húmero perteneciera a este gigante carnívoro, pero la cabeza del minúsculo húmero encajaba en la cavidad glenoidea de la escápula. Además, el pequeño brazo tenía inserciones musculares bien desarrolladas, por lo que Osborn propuso que estos bracitos debiesen de tener alguna función relevante, como la de ser un órgano de agarre durante la cópula.

 

El estudio inicial de este carnívoro continuó durante varios años más y otros especímenes importantes como Dynamosaurus (AMNH 5866) y Manospondylus (AMNH 3982) fueron reasignados a Tyrannosaurus rex. Con el paso de los años ejemplares más completos fueron colectados tanto en Hell Creek como en otras formaciones de Norteamérica y la fama de este rey de los dinosaurios llenó las principales salas de todos los museos de historia natural.

 

Mujeres, viejos y niños se arremolinaban bajo los pies de los tiranosaurios, fascinados por el colosal porte de este dinosaurio carnívoro que podía llegar a pesar dos elefantes africanos y medir 12 metros de longitud. Estaba dotado de un par de poderosas patas y una gran cola musculosa, además, su cráneo robusto de más de un metro estaba lleno de una hilera de enormes dientes, los cuales eran masivos y afilados, con una marcada curva dirigida hacia atrás que facilitaba la sujeción de sus presas luego de darles un mordisco. El mismo Brown escribió «ésta fue una criatura poderosa, seguramente con movimientos rápidos cuando la ocasión lo ameritaba y con la capacidad de destruir a cualquiera de las criaturas contemporáneas, un rey de la época y un monarca de su raza» (Dingus y Norell, 2010).

 

Tercer acto: interpretación viva

 

A poco más de un siglo del descubrimiento de Tyrannosaurus rex se han colectado menos de un centenar de sus especímenes, de los cuales 68 -según información de paleobiodb.org- se encuentran en colecciones científicas, más un número inexacto de especímenes que está en manos de coleccionistas privados.

 

Hay varios museos que portan con orgullo estas joyas de la corona, entre los más famosos están: Sue (Field Museum of Natural History, Chicago), Scotty (Royal Sakatchewan Museum, Canadá), Stan (Black Hills Institute of Geological Research, Dakota del Sur), Trix (Naturalis Biodiversity Center, Holanda) y Jane (Museum of the Rockies, Montana), los cuales corresponden a esqueletos casi completos, colectados entre los años 1990-2013 en los estados de Dakota del Sur, Wyoming y Montana.

 

Hoy en día, el Tyrannosaurus rex sigue luchando por mantenerse como el depredador terrestre más grande de todos los tiempos, junto con el Spinosaurus aegyptiacus y el Giganotosaurus carolinii (Persons et al., 2020). Aunque variantes más gráciles eran de tamaño similar al de otros carnívoros como Tarbosaurus (10-12 metros de largo) o Albertosaurus (8-9 metros de largo), aun así, ninguno de estos dinosaurios ha podido relevarlo en importancia o fama, pues los esqueletos de este dinosaurio siguen y seguirán siendo la atracción principal de todo museo de historia natural.

 

Ahora sus huesos petrificados se encuentran entre los más estudiados y nuevas evidencias sobre su morfología, biología o ecología salen a la luz año con año. Por ejemplo, las discusiones sobre si este dinosaurio era carnívoro o carroñero continúan, pues los modelos biomecánicos actuales proponen que no era un buen corredor, con un desplazamiento muy lento cercano a 5 km/h cuando caminaba (Bijlert et al., 2021), aunque algunos proponen que podía incrementar esta velocidad en carrera, llegando hasta 27 km/h.

 

Esta falta de velocidad contrastaba con su fuerza, en particular la de su mordida que era devastadora, pues un adulto podía morder con una fuerza de hasta 64 mil newtons, mientras que un juvenil tendría una mordida de 5600 newtons según Peterson et al. (2021). Esta es una fuerza 150 veces mayor a nuestra mordida de tan solo 400 newtons, e incluso mayor si traemos al ring al animal vivo con la mordida más fuerte: el cocodrilo Crocodylus porosus con una mordida de 5160 newtons.

 

Hoy en día también sabemos mucho sobre su desarrollo ontogenético, es decir, sobre su crecimiento, pues se han colectado individuos con una edad biológica diferente, siendo el espécimen más joven LACM 28471 del Museo de Historia Natural de Los Ángeles con tan solo un año -colectado por Harley Garbani- y Sue, el tiranosaurio más viejo con aproximadamente 28 años, ya en una temprana senescencia.

 

Sabemos que crecían muy lentamente durante sus primeros años de vida, como es el caso del espécimen CMNH 7541, que con siete años no superaba la tonelada de peso. El incremento acelerado en su tamaño se disparaba cuando alcanzaban la madurez sexual, cercano a los 13 años y su tamaño máximo se estabilizaba alrededor de los 25 años, cuando podían pesar entre siete u ocho toneladas de peso (Carr, 2020).

 

Discusiones más fuertes han llegado a través de estudios morfológicos detallados en las variedades robustas y gráciles de estos dinosaurios tiranos, en los cuales se ha propuesto que no sería una especie sino tres con base en la forma del fémur y los dentarios, erigiéndose las especies Tyrannosaurus regina o la reina tirana de los dinosaurios y Tyrannosaurus imperator, el emperador tirano de los dinosaurios (Paul et al., 2022); aunque muy pocos están de acuerdo en que Tyrannosaurus rex comparta su reinado con alguna otra realeza y describen que estas diferencias morfológicas son resultado de variación natural por ontogenia o dimorfismo sexual (Carr et al, 2022).

 

En otros trabajos, los paleontólogos se han preguntado cuántos de estos monarcas pudieron reinar sobre la faz de la Tierra y mediante un modelo de densidad poblacional que utiliza el tamaño corporal y la Ley de Damuth, se estima que pudieron coexistir en un mismo momento unos 20 mil Tyrannosaurus rex, los cuales dominaron los ecosistemas terrestres durante al menos 127 mil generaciones, dando como resultado unos 2.5 millones de individuos en los 2.4 millones de años que duró su legado (Marshall et al., 2021).

 

Muchísimas más preguntas hay en torno a la biología de este numeroso séquito de la realeza: ¿tenían plumas?, ¿eran de sangre caliente (mesotermos o endotermos)?, ¿gregarios o solitarios?, ¿cómo respiraban?, ¿qué sonidos hacían?, ¿cómo fueron sus últimos días antes su extinción?

 

El final de los tiranosaurios llegó con la hecatombe producida por el impacto de un meteorito en Chicxulub, México, mismo que redujo a cenizas su reinado y marcó el final del Mesozoico: la era de los dinosaurios. Pero aún después de 66 millones de años, en los cuales las cordilleras que fueran sus palacios se erosionaron, la majestuosidad del Tyrannosaurus rex sigue intacta y su semblante petrificado continúa ocupando los lugares más privilegiados en la imaginación de los niños, las discusiones científicas y los grandes vestíbulos de los museos.

Referencias:

 

Bijlert, P. A., Soest, A. J., y Schulp, A. S. 2021. Natural frequency method: estimating the preferred walking speed of Tyrannosaurus rex based on tail natural frequency. Royal Society Open Science 8: 201441. https://doi.org/10.1098/rsos.201441

 

Carr, T. D. 2020. A high-resolution growth series of Tyrannosaurus rex obtained from multiple lines of evidence. PeerJ.8:e9192 https://doi.org/10.7717/peerj.9192

 

Carr, T. D., Napoli, J. G., Brusatte, S. L., Holtz, T. R., Hone, D. W., Williamson, T. E. y Zanno, L. E. 2022. Insufficient Evidence for Multiple Species of Tyrannosaurus in the Latest Cretaceous of North America: A Comment on “The Tyrant Lizard King, Queen and Emperor: Multiple Lines of Morphological and Stratigraphic Evidence Support Subtle Evolution and Probable Speciation Within the North American Genus Tyrannosaurus”. Evolutionary Biology 49: 327-341. https://doi.org/10.1007/s11692-022-09573-1

 

Dingus, L., y Norell, M. 2010. Branum Brown: The man who discovered Tyrannosaurus rex. University of California Press. Pags 368.

 

Marshall, C. R., Latorre, D. V., Wilson, C. J., Frank, T. M., Magoulick, K. M., Zimmt, J. B. y Poust, W. 2021. Absolute abundance and preservation rate of Tyrannosaurus rex. Science, 372: 284–287. DOI: 10.1126/science.abc830

 

Paul, G. S., Petersons, W. S. y Raalte, J. V. 2022. The Tyrant Lizard King, Queen and Emperor: Multiple Lines of Morphological and Stratigraphic Evidence Support Subtle Evolution and Probable Speciation Within the North American Genus Tyrannosaurus. Evolutionary Biology, https://doi.org/10.1007/s11692-022-09561-5

 

Peterson, J. E., Tseng, J. Z. y Brink, S. 2021. Bite force estimates in juvenile Tyrannosaurus rex based on simulated puncture marks. PeerJ. 9:e11450 https://doi.org/10.7717/peerj.11450.

 

Persons, S. W., Currie, P. J. y Erickson, G. M. 2020. An older and exceptionally large adult specimen of Tyrannosaurus rex. The anatomical record 303: 656-672. https://doi.org/10.1002/ar.24118

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