PENSAR EL ARTE

22.01.2020

Hombres de maíz

Dra. Laurence Le Bouhellec

Tipos de maíz. Fotografia Jorge Alcántara
Dra. Le Bouhellec

Hombres de maíz es una novela del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1967, que me dejó en claro la importancia del lugar ocupado por el maíz en el imaginario simbólico indígena americano, tanto prehispánico como contemporáneo.

 

Hace ya un poco más de 70 años que se publicó esta novela, que me abrió también las puertas a la reflexión sobre las consecuencias -a menudo catastróficas-, tanto para nuestro mundo como para nosotros mismos, de la implementación de la perspectiva de la modernidad occidental ligada a una economía de tipo capitalista, en particular, por el hecho de haber logrado transformar radicalmente nuestra visión y comprensión del entorno natural, aprehendido a partir de este momento como un vil objeto de explotación.

 

Por otra parte, aquel sistema de representación del mundo ha decidido también alterar voluntariamente las características originales de los hombres de maíz, al alterar las características de su misma esencia: el maíz. Es que el maíz no es cualquier planta, sino un condensado de energía cósmica y, por ende, quien no respeta a la planta de los dioses, tampoco respeta a los seres humanos y termina, de una manera o de otra, alterando el orden cósmico original.

 

Es muy probablemente la cultura olmeca la que nos legó algunos de los cosmogramas mesoamericanos más antiguos, algunos de los cuales se han conservado in situ en la antigua ciudad de Chalcatzingo, Morelos. Estos cosmogramas dejan registrada, de manera explícita, el esencial vínculo que une al ser humano con la planta de maíz en la antigua cosmovisión americana.

 

Destaca en particular un relieve -llamado Monumento 1- en el que aparece un personaje sentado en un trono con una especie de cetro en la mano; en la parte superior de la imagen se aprecian nubes de las cuales caen gotas de lluvia; frente a la boca del personaje destacan grandes volutas; todo el entorno sugiere que la escena sucede en una cueva, fungiendo esta última como un portal privilegiado entre los niveles cósmicos de nuestro mundo, por donde emergen las fuerzas del interior de la tierra, pero también como un conducto por donde descienden al bajo mundo los seres y las fuerzas terrestres.

 

Si este relieve parece indicar que, en el imaginario simbólico prehispánico, algunos personajes podían llegar a concentrar los poderes del agua y de la tierra, en otros objetos que ostentan representaciones de los dirigentes olmecas, se observa que la planta de maíz brota directamente de su cabeza. De manera general, si bien resulta algo común ver en la banda frontal que suele distinguir a los antiguos gobernantes olmecas no solamente la mazorca, sino también las hojas y los granos de maíz; en otros casos, es por la hendidura en forma de V, que divide la cabeza del personaje en dos partes, que suele brotar una planta de maíz.

 

Por otra parte, se piensa también que entre los olmecas, las hachas de jade -relacionadas tanto con el simbolismo del maíz como con la fertilidad agrícola- se utilizaban para desbrozar la maleza y preparar los terrenos para el cultivo. En algunas de representaciones, toda la cabeza del dios del maíz simbolizaba un grano de maíz con la mazorca surgiendo del centro de la planta verde. En otras, es el mismo dios del maíz que aparece rodeado de cuatro mazorcas en forma de hachas en las orillas de la figura.

 

En esta paradigmática representación, es el cosmograma olmeca formado por una barra y cuatro puntos, que aparece con el dios del maíz como axis mundi. Una última pieza olmeca que no puedo dejar de mencionar por su singularidad, descubierta en una temporada de excavaciones en 2012, en Arroyo Pesquero, Veracruz, es la diminuta pieza de serpentina bautizada El Elote, que representa la espiga del maíz. En su parte inferior, se percibe un corte, lo que probablemente significa que estaba inicialmente unida a un bastón, quizá el equivalente de un báculo de poder.

 

Son probablemente tanto el Popol Vuh como las narraciones gráficas, exhibidas por una gran cantidad de vasos cilíndricos mayas del periodo clásico -hacia los siglos VII u VIII d.C.-, las que han permitido documentar con mayor precisión los mitos, los dioses o las rutas del inframundo mesoamericano y su necesaria conexión con la planta de maíz.

 

El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas quichés, en palabras de Miguel León Portilla «transmite el antiguo saber no solamente de los quichés y los antiguos pueblos mayas, sino de Mesoamérica entera». Por su parte, Allen J. Christenson, autor de un reciente estudio y traducción del texto, lo considera «una declaración universal sobre la naturaleza del mundo y el papel del hombre en él».

 

Resulta compleja la información que conforma el Popol Vuh y que, de manera general, se suele repartir en tres apartados. En el segundo apartado, destaca en particular el tema de la muerte y resurrección del dios del maíz, asociado directamente con los procesos naturales de enterramiento y transformación de la semilla del maíz en el interior de la tierra. Sobra decir que, el viaje del dios del maíz al inframundo va de la mano, en el Popol Vuh, con la hazaña de los Gemelos Divinos encargados de rescatarlo precisamente de ahí.

 

La resurrección del dios del maíz, tema recurrente en los vasos cilíndricos mayas del periodo clásico, deja ver al dios emerger de la hendidura en forma de V de un caparazón de tortuga, representación simbólica del inframundo. Alcanzamos a verlo, también, abrazando con su mano derecha una bolsa llena de granos de maíz, en una escena que no está sin recordar el significativo episodio de un mito del altiplano que narra cómo, con argucias, Quetzalcóatl cometió el robo de los granos de maíz.

 

El mito forma parte de la llamada Leyenda de los Soles y narra cómo, una vez que Quetzalcóatl ha creado a los hombres, busca el alimento que habrá de sustentarlos. Para ello acude al Tonacatépetl o Montaña de los Mantenimientos, donde los tlaloques -ayudantes del dios de la lluvia- lo guardan celosamente. Con suma astucia logra el robo de lo que será, posteriormente, el alimento principal de los seres humanos. Es a esta parte del mito que una de las obras, inconclusa, realizadas por Diego Rivera en el estadio universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México hace alusión.

 

Cabe agregar que descubrimientos recientes en el noroeste de México, que documentan prácticas de agricultura temprana en la zona, unidos a restos de representaciones de la planta de maíz en algunos sitios como Maguelloso, Espinazo y Ojo Frío en Mina, Nuevo León, así como en la Mesa de Catujanos en Candela, Coahuila, permiten ampliar la visión que se tenía inicialmente de la importancia de la cultura del maíz en México. Quizá uno de los mayores hallazgos es el de restos de agricultura en la zona aledaña a El Morro en Aramberri, Nuevo León, que deja claro que hace poco menos de tres mil años se sembraba maíz en el corazón de la Sierra Madre Oriental.

 

Fue en 2013 que Araceli Rivera Estrada, investigadora del INAH-Nuevo León, dio a conocer la presencia de indicios de agricultura antigua en el estado de Nuevo León, después de excavaciones realizadas en el sitio El Morro; un pequeño abrigo rocoso que conserva abundantes vestigios de pintura rupestre y donde se localizaron semillas, olotes y hojas de maíz, cuya antigüedad puede remontarse hasta 3,500 - 3,000 años, junto con otros indicios que documentan el cultivo de calabaza y frijol en la zona.

 

Tomando en cuenta estos últimos hallazgos y retomando las palabras del historiador Enrique Florescano, se puede afirmar sin la menor duda que: «el maíz es uno de los factores de cultura y de identidad más profundamente arraigados en la sociedad mexicana de todos los tiempos». Por su parte, el antropólogo Guillermo Bonfil afirmaba en su momento:

 

«El maíz es una planta humana, cultural en el sentido más profundo del término, porque no existe sin la intervención inteligente y oportuna de la mano; no es capaz de reproducirse por sí misma. Más que domesticada, la planta de maíz fue creada por el trabajo humano. Al cultivar el maíz, el hombre también se cultivó. Las grandes civilizaciones del pasado y la vida misma de millones de mexicanos de hoy tienen como raíz y fundamento al generoso maíz. Ha sido un eje fundamental para la creatividad cultural de cientos de generaciones; exigió el desarrollo y el perfeccionamiento continuo de innumerables técnicas para cultivarlo; condujo al surgimiento de una cosmogonía y de creencias y prácticas religiosas, que hacen del maíz una planta sagrada; permitió la elaboración de un arte culinario de sorprendente riqueza; marcó el sentido del tiempo y ordenó el espacio en función de sus propios ritmos y requerimientos; dio motivo para las más variadas formas de expresión estética; y se convirtió en la referencia necesaria para entender formas de organización social, maneras de pensamiento y conocimiento, y estilos de vida de las más amplias capas populares de México. Por eso, en verdad, el maíz es el fundamento de la cultura popular mexicana».

 

Con estas palabras se aclara el porqué de la declaratoria del 29 de septiembre como Día Nacional del Maíz en México; sin embargo, si bien el maíz es fuente de alimento para el cuerpo y el espíritu, símbolo cultural de identidad, sustento comunitario, hoy en día resulta amenazado por los intereses corporativos de empresas como Monsanto y Syngenta, cuyos granos transgénicos, con el apoyo del gobierno mexicano, ponen en peligro no solamente a las especies autóctonas, sino a las prácticas culturales en torno a éstas.

 

La amenaza cultural es efectivamente enorme, porque la implementación de los transgénicos no sólo pone directamente en riesgo la milenaria tradición del cultivo propio del maíz en México -en particular, pone explícitamente en peligro el sistema milpa que se pretende sustituir por el monocultivo-, sino el lugar que ocupa en el imaginario simbólico del país y que el eslogan «sin maíz no hay país» resume de manera ejemplar.

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