06.12.2017
Dr. Carlos M. Arróyave Hernández
La Organización Mundial de Gastroenterología define a los probióticos como «microorganismos vivos que cuando son suministrados en cantidades adecuadas, promueven beneficios en la salud del organismo que los recibe». Deben ser ingeridos en cantidades suficientes como para alterar a los microbios intestinales de quien los recibe, tanto por su implantación como por su colonización. Cuando hablamos de éstos, nos referimos a bacterias o levaduras que están presentes en alimentos, medicamentos o suplementos dietéticos.
Desde un punto de vista estrictamente científico, cuando uno hace referencia a los probióticos, el término debe reservarse a los microorganismos vivos que han demostrado ser útiles en estudios realizados en personas, los cuales pueden atravesar el aparato digestivo y recuperarse vivos en los excrementos, independientemente de que éstos se adhieran a la mucosa intestinal.
Los microorganismos habitan en nuestro intestino distribuidos según el grado de acidez en éste; son más abundantes en el colon debido a su menor grado de acidez respecto del duodeno. Es importante considerar que la superficie del intestino es cuanto menos 100 veces mayor que la de la piel y que, junto con los alveolos pulmonares, es uno de los tres órganos que están en contacto con el exterior. El intestino es de gran importancia tanto en la fase de desarrollo como en la edad adulta, por lo que debemos protegerlo frente a las agresiones que nosotros mismos le infligimos.
Toda persona tiene en su intestino 400 tipos diferentes de bacterias beneficiosas, que dentro de sus funciones destaca la de adherirse a la mucosa intestinal para evitar que otras bacterias dañinas se implanten y produzcan un desequilibrio que se traduzca en enfermedad. Estos microorganismos han evolucionado junto a nosotros formando una parte integral de la vida humana, en la que realizan una serie de funciones esenciales y están, por lo tanto, implicados en nuestros estados de salud y enfermedad; en otras palabras, las bacterias que tenemos en el intestino en un equilibrio fisiológico actúan como una barrera que evita que otras bacterias produzcan un daño.
Dentro de los microorganismos que pueden causar problemas de salud importantes tenemos como ejemplo a la Escherichia coli y a la Salmonella sp. El índice de porcentaje ideal entre bacterias buenas y malas debe ser de 85 % y 15 %, respectivamente.
Algunas de las funciones de este sistema, llamado microbiota son:
Los probióticos que se usan con mayor frecuencia pertenecen a las especies llamadas Lactobacillus y Bifidobacterium. Esta clase de microorganismo lo encontramos en:
Estos preparados se pueden considerar seguros, pero en casos en los que la persona tenga algún problema inmunológico, pueden presentarse efectos adversos debido a una interacción entre la bacteria y el huésped. Hay que tener precauciones con pacientes gravemente enfermos, prematuros, con inmunodeficiencias, síndrome de intestino corto, que tengan catéteres venosos centrales o enfermedad valvular cardiaca.
Estudios han reportado que los probióticos estimulan la respuesta inmune, cuando éstos son administrados dos veces al día por seis semanas en pacientes controlados en Taiwán y Nueva Zelandia.
La principal función de los probióticos es favorecer la digestión. Una forma de mantener nuestra microbiota normal y, un buen balance entre microorganismos buenos y malos, es sabiendo que hay aspectos diarios que la dañan: azúcares, vino, cerveza, dormir poco, antibióticos, no ingerir suficiente fibra, contaminación ambiental, agua con mucho cloro, alimentos con colores artificiales, jabones antibacteriales, entre otros.
El uso de probióticos preferentemente debe ser controlado por un médico que conoce si la cantidad de bacterias del producto es la adecuada. Éste deberá contener un mínimo de 40 billones de CFU (unidades formadoras de colonias) y varias cepas para que haya un balance en su intestino. Una cepa probiótica puede ser efectiva para una indicación, pero no para otra. Los modelos de estudio en laboratorio de probióticos son claves, pero no prueban la eficacia en humanos, por lo que debe de probarse en éstos. La eficacia de un probiótico en un tipo de población no es extrapolable a otra población diferente.