COVID-19, embarazo, niños, refuerzo, comorbilidades, antiviral y secuelas

Dr. Carlos M. Arróyave Hernández

Dr. Carlos M. Arróyave. Fotografía: Jorge Alcántara

Considerando que apenas tenemos dos años de conocer la historia natural de la infección por Coronavirus-19 y que las investigaciones médicas recientes pueden cambiar con el tiempo, presento un resumen de los aspectos más importantes en la conducta a seguir en sector salud ante esta pandemia.

 

En las primeras publicaciones sobre el uso de la vacuna contra la COVID-19 no se hizo referencia a la mujer embarazada. Recientemente, se ha llegado a la conclusión -con los resultados de varios estudios- de que antes del embarazo, durante cualquier trimestre del éste o en el periodo de lactancia, la mujer debe aplicarse la vacuna.

 

Estudios realizados en otros brotes de infecciones virales han demostrado que las personas embarazadas son más susceptibles de padecer una enfermedad grave. Cuando se analizó la relación entre la presencia de COVID-19 y el parto prematuro, éste último resultó con una tasa más elevada que la esperada en la población; sin embargo, a este momento de la pandemia no se puede asegurar si el parto prematuro es una consecuencia o si las decisiones de las pacientes llevaron a los médicos a optar por partos tempranos para evitar complicaciones.

 

En un estudio de 125 000 mujeres embarazadas positivas para COVID-19, aproximadamente 22 000 requirieron hospitalización, habiendo 116 defunciones, de las cuales 97 % fueron embarazadas no vacunadas. Por otra parte, la Dra. L. Riley encontró que 99 % de los productos nacidos de mujeres vacunadas durante el embarazo tenían anticuerpos protectores. Éstos y muchos otros estudios muestran la importancia de que la mujer que desea embarazarse o lo está, y no se ha vacunado contra la COVID-19, lo haga.

 

Una de las preguntas que hacen los grupos que están en contra de la vacunación está asociada con el tiempo que dura la protección. Apenas vamos en el segundo año de vivir con este tipo de infección y la vacuna desarrollada para ésta. Para contestar en forma adecuada a la pregunta, debemos esperar varios años y analizar la información que proporcionen los estudios longitudinales de la respuesta inmune con diferentes vacunas. Lo único que se sabe es que la protección de la vacuna, medida por el título de anticuerpos, va disminuyendo con el tiempo.

 

La otra pregunta que hacen los grupos antivacunas está relacionada con la especificidad y seguridad, ya que en el pasado se necesitaban años en el desarrollo de una vacuna y, otros años más para su aprobación y uso en el humano. ¿Cómo es que las vacunas contra la COVID-19 se desarrollaron y se autorizaron en pocos meses? Para evitar perder de tiempo, dentro del movimiento contra las vacunas tenemos a tres grupos: los que dudan de ella, los que se resisten sin bases científicas y emplean prácticas médicas alternas, y los que la rechazan. Es posible que a los dos primeros grupos se les logre convencer de su uso, pero al último será muy difícil o imposible.

 

En cuanto a morbilidad y mortalidad hay publicaciones que demuestran que ambas están muy elevadas en personas no vacunadas y que la presencia de enfermedad no distingue edades, aunque cuando se analizan personas mayores de 80 años, la tasa de mortalidad es 15 veces mayor que en los otros grupos.

 

Diferentes publicaciones alrededor del mundo han demostrado claramente el beneficio de la vacunación. La crítica que se escucha es la falta de disponibilidad de vacunas en regiones donde, por razones múltiples, no las hay o el porcentaje de población cubierta es muy bajo. Como en las guerras, es necesario tener un equipo que evalúe el daño que causa la agresión contra las vacunas y se propongan medidas duras, racionales y bien fundadas a las que se les de difusión masiva, pues se requiere de una contraofensiva mundial para ayudar a controlar la infección.

 

En la edad escolar, hay varios estudios que muestran que la falta de vacunación en las escuelas -ya sea de educadores o educandos- causó claramente un aumento en el número de infectados, sugiriendo que la aplicación de la vacuna sea un requisito para asistir a clases.

 

Si bien la morbilidad y mortalidad en niños es baja comparándola con las demás edades, éstos llegan a desarrollar gravedad, ya que -en general- presentan una enfermedad multisistémica. Se ha tratado de saber el porqué de esta diferencia y se menciona que la inmunidad innata es más activa en niños que en adultos, además de que los primeros habitualmente no tienen ninguna otra patología agregada.

 

Cuando un niño presenta -sin razón aparente-, después de asistir a la escuela o una reunión, muchos síntomas como fiebre, dolor abdominal, vómito, diarrea, dolor de cuello, lesiones en la piel -como alergia y puntos rojos en los ojos- o que se le observe muy cansado, es preciso que sea evaluado. Dentro del tratamiento, cuando hay sospecha o la enfermedad es multisistémica, el agregar inmunoglobulina intravenosa ha sido de gran utilidad en su control. Es posible que en este mes de octubre de 2021 se autorice la vacuna para menores de cinco a 13 años.

 

En cuanto a las dosis de refuerzo, de acuerdo con el consenso de organismos internaciones de salud, las vacunas deben estar disponibles, ya que la protección contra el virus puede disminuir con el tiempo y puede ser menos efectiva para proteger contra la variante Delta. Actualmente, se recomienda en personas mayores de 65 años, mayores de 18 años que tienen comorbilidades -como diabetes y cáncer-, aquellos que estén catalogados como inmunodeprimidos o que tengan enfermedades autoinmunes -artritis reumatoide, lupus eritematoso, enfermedad celiaca, enfermedad de Addison, enfermedad de Graves, síndrome de Guillain-Barre, dermatomiositis, tiroiditis de Hashimoto, esclerosis múltiple, miastenia gravis y anemia perniciosa-, que trabajen en entornos de alto riesgo, que tengan contacto con mucha gente o que pertenezcan al sector salud.

 

Aunque es poco el tiempo en el que se ha aplicado la dosis de refuerzo, no se observado ningún factor de riesgo o contraindicación -fuera de la existente para personas que han tenido un choque anafiláctico-. La presencia de alergias comunes a inhalantes, alimentos o epitelio de animales no es una contraindicación. Dentro de las sustancias que se usan en la preparación de las vacunas contra la COVID-19 se han reportado reacciones alérgicas muy leves contra el polietilenglicol o PEG, que se usa para envolver al mensajero de ARN y así estar protegido por un medio aceitoso que le permita entrar en las células humanas.

 

La persona inmunocomprometida es aquella cuya respuesta inmune no responde en forma normal ante la presencia de una infección, incluyendo en este grupo a personas con enfermedades pulmonares crónicas, diabetes, afecciones cardiacas, cáncer o que estén recibiendo medicamentos que alteren en alguna forma los mecanismos naturales tanto celulares como humorales involucrados en combatir una infección bacteriana, viral o por hongos.

 

Si la vacunación fue con un tipo de vacuna, ya sea de una dosis o de dos, y no se tiene el mismo origen de laboratorio y se requiere de una dosis de refuerzo, no hay un criterio bien establecido que defina la incompatibilidad con una vacuna de diferente origen. Esto puede también pasar cuando la persona se encuentra en una situación en la que requiera de dos dosis y no haya forma de que la segunda dosis sea del mismo laboratorio. Algunas publicaciones, inclusive, reportan una mejor cobertura cuando la primera aplicación es diferente a la segunda.

 

Inicialmente, se usaron una serie de medicamentos para combatir el virus habiendo resultados de estudios no controlados científicamente. Los laboratorios Merck, utilizando molnupiravirde -que es un potente análogo de ribonucleosida que inhibe la replicación del virus-, desarrollaron un protocolo para pacientes diagnosticados con COVID-19 que no hubieran sido hospitalizados. El protocolo inicial contemplaba incluir a 1550 pacientes. Un análisis de resultados, a los 29 días de iniciada la investigación, mostró una disminución significativa en el riesgo de hospitalización o muerte en 50 % en el grupo que recibió el antiviral. Hasta ese momento, que era un análisis de únicamente 762 pacientes, 7.3 % de los que recibieron el antiviral fueron hospitalizados (28 de 385) sin haber ni un deceso; mientras que en el grupo control se reportó la hospitalización de 14,1 % (53 de 377), de los cuales fallecieron ocho.

 

Tras estos resultados, no se reclutaron más pacientes y el estudio se dio por terminado por recomendaciones éticas, pues en el grupo control hubo muertes, pero no en el grupo en estudio. Los datos aún deben ser analizados científicamente para darles validez; de cualquier manera, se está en el proceso de que el antiviral se apruebe para uso de emergencia en el manejo de pacientes infectados.

 

A prácticamente dos años de la aparición de la infección y haber estudiado a muchos pacientes, se ha encontrado que alrededor de 25 % de aquellos que tuvieron una infección leve o severa, ha continuado teniendo sintomatología por varios meses. A esto se le llama síndrome post COVID-19. Hay un número importante de síntomas asociados con este síndrome, pero lo importante es saber que además de los pulmones, este virus puede ocasionar alteraciones en el sistema de coagulación, estado de ánimo, fatiga y alteraciones neurológicas de diferente naturaleza. Así es que tenemos alteraciones del músculo cardiaco, aun cuando se tuvo una infección leve. En los pulmones, la presencia de neumonía suele asociarse con daño en los alveolos, debido a un proceso cicatricial que resulta en problemas respiratorios a largo plazo. Hay casos en los que la persona después de haber estado en una Unidad de Cuidados Intensivos, con asistencia respiratoria como la de un respirador, puede desarrollar un síndrome de estrés postraumático, depresión y ansiedad.

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