11.09.2020
Dr. Carlos M. Arróyave Hernández
En diferentes medios de comunicación han sido publicados artículos sobre la COVID-19 en niños, que han mencionado la forma en que la enfermedad se presenta en ellos, haciendo pensar que manifiestan cierta inmunidad y, por lo tanto, pocos enferman; y que los síntomas son diferentes a los de los adultos. A la fecha, la literatura científica dice que la sintomatología de adultos y niños es muy semejante, con la diferencia de que en los primeros es menos grave. En 90 % de los casos, se presenta con fiebre, congestión nasal, tos, dolor de garganta, falta de aire al respirar, fatiga, falta de apetito, dolor de cabeza, nausea y/o vómito.
Con la facilidad de poder hacer la prueba de identificación del virus por medio de laboratorio, cada vez se encuentran más niños y adultos asintomáticos, pudiendo ser éstos una fuente de contagio. Un ejemplo de este problema lo tenemos en el reporte de un campamento de verano de este 2020 en Georgia, EE.UU., donde instructores y niños se contagiaron. La prueba de la presencia del virus -que no se hizo en la totalidad de los que asistieron a éste- fue positiva en 260 de 579 niños y, de éstos, 74 % tuvieron síntomas leves como fiebre, dolor de cabeza y de garganta. Este tipo de hallazgos han sido reportados en otros lugares.
Existen síntomas que son poco usuales como la presencia de edema, enrojecimiento y/o color morado de la punta de los dedos, teniendo la sensación de quemadura o picazón, sin tener mayores consecuencias. Se han reportado, también, erupciones similares a una urticaria o varicela, así como problemas de audición como zumbido o silbido en los oídos. Cuando la infección es severa, 30 % de los niños experimentan complicaciones relacionadas con procesos de coagulación.
Cuando el niño se agrava, se ha observado el síndrome multisistémico inflamatorio, caracterizado por la presencia de fiebre, datos de laboratorio de un proceso inflamatorio y ataque al estado general, que requiere de hospitalización por la presencia de varios órganos involucrados como el corazón, los pulmones, el riñón y los aparatos digestivo, hematológico y neurológico.
En relación con el contagio, 17 % de los niños han sido infectados por su madre o su padre. La presencia de carga viral en la faringe fue de 33 % de los adultos y de 12 % de los niños. Al momento, no hay un consenso sobre esta carga viral y la transmisión de la enfermedad.
Recientemente, un grupo de investigadores de San Antonio, Texas, EE.UU., hizo un revisión de la literatura hasta mayo del 2020, sobre pacientes menores de 21 años de edad que habían sido internados por presentar COVID-19 y cuya confirmación de la enfermedad había sido realizada por medio de laboratorio, utilizando la reacción en cadena de la polimerasa por transcripción reversa.
Los resultados mostraron que 56 % fueron del género masculino, con una edad promedio de nueve años, y que 76 % adquirieron la enfermedad por exposición familiar. De los 7780 pacientes, únicamente 3 % requirieron atención en cuidados intensivos; 65 % tenían un estado previo de inmunosupresión o, enfermedad de origen cardiaco o respiratorio; 59 % presentaron fiebre; y 56 % tos, además de fatiga, dolor abdominal y falta de apetito. Los estudios radiológicos o tomografía computarizada fueron normales en 23 % y 19 %, respectivamente. Cuatro marcadores de laboratorio asociados con inflamación sistémica se encontraron por arriba de la media. La presencia del síndrome multisistémico inflamatorio fue de 0.14 % y la mortalidad de 0.09 %.
Como se mencionó al principio de este artículo, el estudio concluyó que este tipo de padecimiento tiene un buen pronóstico en pediatría. Lo cierto es que los niños infectados asintomáticos pueden ser un riesgo de contagio de la infección viral.
Estudiando mujeres embarazadas, reportaron que hasta en 14 % pueden tener una prueba diagnóstica positiva, siendo en su mayoría asintomáticas y en ningún caso grave. Puede haber una transmisión madre a hijo pero ésta es rara y, en la mayoría de los casos, los productos nacieron por cesárea. No se ha podido demostrar la presencia del virus en el cordón umbilical, líquido amniótico, leche materna o faringe del recién nacido.