ECOLOGÍA RIZOMÁTICA HOY

09.06.2022

Paisajes verdes urbanos

Dr. Pedro Joaquín Gutiérrez-Yurrita

Ilustración: Jorge Alcántara 2022
Fotografía: Jorge Alcántara

Naciones Unidas, a través del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, indicó que más de 55 % de la población mundial habitaba en ciudades en 2018. En México ocurre, por supuesto, un fenómeno similar; la población rural está emigrando a las ciudades despoblando campos y gentrificando ciudades, transformándolas en grandes zonas metropolitanas.

 

El Censo de Población y Vivienda 2020 elaborado por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) determinó que 79 % de la población nacional ya es urbana La densidad poblacional más alta del país está en la Ciudad de México (6163 hab / km2), sin embargo, los servicios públicos que debe ofrecer no han crecido al mismo ritmo, de tal forma, que hay severas carencias de alumbrado público, alcantarillado, abastecimiento de agua potable, seguridad y transporte público, así como de áreas verdes para recreación, descanso y saneamiento del aire de la ciudad.

 

Es preciso mencionar que los programas de ordenación territorial en la Ciudad de México han quedado rebasados totalmente y no hay actualizaciones de estos, ni concordancia entre los programas regionales con el federal. En este momento, hay una ausencia total de autoridades que generen las propuestas de ordenación ecológica del territorio, como fue concebido este instrumento del derecho ambiental hace unos 34 años (Artículos 19 y 20 Bis5 de la LGEEPA, DOF última reforma 11/04/2022).

 

La economía urbana, por otro lado, tampoco ha crecido con la misma velocidad que el incremento de la población y sus demandas de bienestar, opciones para el desarrollo social y crecimiento individual. Hay que señalar que una urbe poblada con gente local, profundamente entrelazada con millones de inmigrantes recientes -especialmente de zonas rurales de México-, debe tener una infraestructura especial para permitir que cada migrante mantenga su identidad y cree nuevas afinidades en y con su reciente domicilio, generando apego al lugar.

 

Estas circunstancias han tenido un doble efecto en la política mundial de cara a la sustentabilidad; por un lado, han hecho que el estudio de las ciudades esté en la agenda de cada nación y sea crucial para alcanzar la sustentabilidad local, promoviendo el Objetivo del Desarrollo Sostenible (ODS) 11: «lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles»; y por otro lado, han hecho que Naciones Unidas proponga modificar la clasificación escalar de las ciudades basándose en el grado de urbanización -servicios de la ciudad- y no exclusivamente en el número de habitantes.

 

Por el tema que nos ocupa de ecología del paisaje, nos centraremos ahora en los paisajes verdes intraurbanos, por ser los menos estudiados, bajo una mirada que integre la ecología y el urbanismo moderno. Es de destacar, en este sentido, que la meta 11.7 del citado ODS 11 es: «proporcionar acceso universal a zonas verdes y espacios públicos seguros, inclusivos y accesibles».

 

Los paisajes urbanos están fuertemente asociados a la arquitectura del paisaje y a la jurisdicción local. Los arquitectos y geógrafos se encargan principalmente de describirlos, unos bajo la fisionomía natural del territorio y otros, para la estética de la ciudad como aquel espacio habitable social e individualmente derivado del buen funcionamiento de ésta; la jurisdicción local, a través de ordenamientos territoriales y normas de construcción.

 

Las áreas verdes de la Ciudad de México han sido estudiadas bajo un esquema arquitectónico de ornamentación general y como espacios de ocupación social para recreación, ocio y deporte. Se han cartografiado, medido y descrito botánica y fisiográficamente, pero en ningún caso se las ha visto como paisajes urbanos ecológicos. Incluso, si llegásemos a analizar las áreas verdes bajo el contexto de la economía ecológica -servicios ecosistémicos que la naturaleza, aunque esté antropofizada, aporta a los ciudadanos- y la sociobiología, su desempeño en la biocultura del habitante de la ciudad es prácticamente nulo.

 

Las áreas verdes de las ciudades pueden bien dividirse en dos tipos: las circundantes a la ciudad y las intraurbanas. Las primeras comparten elementos de la campiña que rodea la urbe y tienen una presión y funcionamiento ecológico muy diferente a las intraurbanas. Las segundas, no menores en importancia, aunque sí en dimensiones, son auténticas islas verdes dentro de un entorno gris de hormigón, cristal y acero. Son, en síntesis, paisajes verdes intraurbanos.

 

Si la presión más fuerte de los paisajes verdes circundantes a la ciudad es por el incremento de la mancha urbana, el abandono de tierras agrícolas poco trabajadas y convertidas en eriales, la deforestación y la invasión de terrenos para vivienda informal; la presión de las áreas verdes intraurbanas es básicamente por espacios seguros de recreo, ocio y paseo de mascotas. Los antiguos jardines se transforman en planchas de cemento para jugar alguna especie de deporte (fútbol rápido, básquet, voleibol, bádminton, etc.) o en sitios para dejar correr libremente a los perros y, en el mejor de los casos, en encierros con juegos infantiles para los más pequeños de las familias locales.

 

La región donde está enclavada una ciudad cuando se deteriora, se convierte en una amenaza para los pobladores locales. Las escorrentías de la lluvia corren con mayor celeridad y crean inundaciones, las ráfagas de viento levantan la tierra seca y generan tremendas tolvaneras contaminantes y dañinas a la salud humana de diversas formas. El poco suelo que va quedando de la erosión cuando se humedece, por la falta de vegetación natural, se desliza provocando grandes movimientos de masa, socavones, etc. Esto es, la zona antes verde que circunda una ciudad si no se conserva adecuadamente con estrictos programas de paisajes verdes antropofizados, se transforma en peligrosa para los habitantes.

 

Por su parte, los paisajes verdes intraurbanos, al estar inmersos en la megalópolis, cuando no se cuidan bajo la estricta mirada de ecólogos urbanos, lejos de servir para relajación, diversión y área deportiva de recreo, se convierten en sumideros de vegetación y fauna nociva. Ardillas, ratas, ratones, palomas, gorriones, estorninos, gaviotas, cucarachas, pulgones, chinches y un largo etcétera de fauna exótica indeseable a los humanos prolifera, ataca la poca fauna nativa que ha sobrevivido, enferma a la población y deteriora inexorablemente el paisaje verde.

 

Ambos paisajes verdes de las ciudades, los circundantes y los intraurbanos, deben gestionarse con un programa de ordenación ecológica del paisaje, en concordancia con un programa de ordenación territorial de la región, dentro del Plan Parcial de Ordenación del Territorio Municipal, como mandata la ley nacional y promueven los convenios internacionales. De esta forma, los paisajes verdes extra e intraurbanos --o islas verdes- como elementos del paisaje de la megaciudad se convierten en elementos estructurales y funcionales, ecológicamente hablando, indispensables para el bienestar de la sociedad, identificación de los individuos con su sitio de residencia y apego al lugar.

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