ECOLOGÍA RIZOMÁTICA HOY

13.06.2020

El CoVid en los tiempos del paisaje

Dr. Pedro Joaquín Gutiérrez-Yurrita

Tráfico ilegal. Jorge Alcántara 2020

Recuerdo con tristeza, mmm…, tal vez no es adecuado este comienzo, más bien: Al recordar lo que escribí para la edición núm. 14 de Serendipia en enero del 2010, me siento muy decepcionado con la sociedad, dado que no aprendemos las lecciones que nos dan las pandemias. En aquel número, mi artículo se llamó Ni todo lo que brilla es oro, ni todo virus es malo… y surgió la idea por la crisis sanitaria provocada por el virus conocido como H1N1, que produce la conocida y temible gripe porcina, letal en aquel 2009.

 

También recuerdo con gran pesar el problema todavía no resuelto y recurrente casi cada lustro de la gripe aviar H5N1 que, aunque es menos letal que la porcina o la del actual, CoVid-19, mató gente en oriente por 2003, se extendió rápidamente desde 2005 y llegó a México (Chiapas) en 2006, aparentemente sin causar muertes. Las pandemias nos acompañan desde el inicio de la vida; cuando aparecen los primates se hacen más particulares y con el origen del hombre, mucho más específicas, pero siempre son recurrentes en helicoidales de tiempo poco predecibles, estamos siempre, como podría decir Gabo: «en los tiempos del cólera».

 

El caso es que los virus cambian mucho, formando diferentes cepas a una velocidad muy grande, sin embargo, al no ser seres vivos -puesto que solamente son partículas complejas formadas por ácidos nucleicos [algunos de ADN (Ácido Desoxirribonucleico) y otros de ARN (Ácido Ribonucleico)] dentro de una membrana proteica que, en algunas ocasiones, presenta glicoproteínas que sobresalen a manera de corona- necesitan de una célula viva para replicarse. Todo es un proceso bioquímico natural potenciado por enzimas catalíticas.

 

Las glicoproteínas de la corona del CoVid-19 se acoplan a receptores específicos de las membranas celulares denominados ACE2 (Enzima Convertidora de Angiotensina II). Para introducirse en la célula, el CoVid-19 recibe ayuda de la enzima celular TMPRSS2 y, una vez dentro, disuelve su cubierta viral dejando libre su ARN (el coronavirus no tiene ADN), el cual -al estar en el citosol- es reconocido por la célula humana como propio y lo empieza a replicar, replicar y replicar. Este ARN tiene codificado crear una nueva capa protectora y, con eso, se termina de estructurar un nuevo coronavirus dentro de la célula, uno no, ¡miles!, porque ya hay miles de réplicas.

 

Las réplicas, antes de que llegue la muerte celular, escapan e infectan a otras células. Como la replicación del virus es intracelular, nuestro sistema inmune tarda en reconocer la invasión, puesto que actúa cuando los virus rompen las células y quedan libres en el torrente sanguíneo. Para ese entonces, como el efecto mayoritario del daño del virus es en la reducción de la actividad de ACE2 -enzima específica para regular el funcionamiento cardiovascular-, si la persona infectada ya tiene otros problemas fisiológicos, genera un síndrome más que una enfermedad, dado que engloba varias patologías relacionadas entre sí, que pueden conducir a la muerte del individuo.

 

El coronavirus que ahora nos afecta viene de una familia que nos ha afectado otras veces en el pasado, recordemos la pandemia de 2003 que empezó en Guangdong (China) por SARS-Cov y que se extendió por todo el Oriente Medio como MERS-Cov. Dada la obsesión de este virus por hacerse presente en la vida humana, es que al de ahora le llamamos nuevo, por ser una variante del anterior [2019nCoV]. Sin embargo, técnicamente el nombre oficial es SARS-CoV-2 [las siglas SARS, en inglés Severe Acute Respiratory Syndrome, vienen del padecimiento que producen (Síndrome Respiratorio Agudo Severo)].

 

Ya puestos a revisar el árbol genealógico de los coronavirus, cabe decirse que hasta ahora hay siete clases descritas, las cuales se dividen en cuatro grupos. CoVid-19 es oficialmente SARS-CoV-2 y pertenece al Orden Nidovirales, Familia Coronaviridae, Subfamilia Orthocoronavirinae, Género b y Subgénero sarbecovirus. Sus parientes más cercanos no tienen una patogenicidad tan grande, pero todos pueden infectar diferentes grupos animales de mamíferos.

 

Después de esta introducción que hoy en día ya parece charla de pasillo de mercado, pasemos a la pregunta interesante propia de esta columna: ¿cómo se relaciona la pandemia de CoVid-19 con la ecología del paisaje bajo un enfoque rizomático? La secuencia genética de CoVid-19 es 96,2 % igual a la encontrada en murciélagos comercializados en los mercados de Cantón (Guangzhou en chino), de ahí que se diga, con fundamento genético, que es probable que el humano se haya contagiado por murciélagos de la especie Rhinolophus affinis portadores de BatCoV-RaTG13. Pero también tiene un alto parecido a la línea genética que infecta a los pangolines, posiblemente de la especie Manis crassicaudata (entre 85 % y 92 %), originaria del mismo sitio que el murciélago mencionado, Yunnan (China); y con la de otros animales domésticos más comunes como dromedarios (Camelus dromedarius) o gatos (Felis catus). Lo que genera tres hipótesis ecológicas como mínimo.

 

Dichas hipótesis dentro del pensamiento rizomático nos hablan de cómo estamos todos los animales conectados; hipótesis que sirven para recordarnos nuestra condición animal y que nos dicen a voz alzada que por más que vivamos en ambientes artificiales, seguimos y seguiremos siendo animales del planeta; un planeta llamado Tierra que es nuestro ambiente holístico.

 

Sin importar el origen ni el tiempo que llevemos juntos unos animales con otros, la pandemia es el resultado de una zoonosis, que bien puede ser directa o indirecta. En este caso, a mayo de 2020, todavía es incierta la forma de cómo se nos transmitió:

 

Hipótesis 1: los murciélagos transportados al mercado de Cantón fueron la fuente original por transmisión directa del CoVid-19 a los humanos.

 

Hipótesis 2: Los pangolines (el animal más traficado en el mercado ilegal en todo el mundo y ampliamente consumido en China y otras regiones asiáticas) o algún animal doméstico como el dromedario o el gato, pudieron haberse infectado de CoVid-19 por los murciélagos y ser los vectores intermediarios del virus para que llegase a los humanos.

 

Hipótesis 3: los pangolines pudieron haber infectado directamente al humano. Como se aprecia, bioquímicamente queda descartada la idea conspiracionista de que fue un virus creado en laboratorio, ya sea por norteamericanos o chinos, y soltado deliberadamente o escapado por accidente al ambiente.

 

Ahora bien, para entender esta pandemia debemos recordar que la ecología rizomática nos habla de que el humano está inmerso en un ecosistema (holón) dentro de ecosistemas mayores hasta llegar al Holo (nuestro todo inmediato, la Tierra) y que cada sistema tiene subsistemas que influyen directamente en los holones adyacentes o alejados.

 

Los murciélagos, por su parte, son un grupo de mamíferos muy especial, porque su capacidad para volar les permite tener una regulación térmica muy amplia (se les llama euritérmicos); al volar, la elevan más allá de los 42° C (una fiebre enorme para los humanos) y al descansar, la bajan en algunos casos a 34° C y en otros, a menos (hipotermia humana letal). Su metabolismo es más intenso que el del resto de los mamíferos y su sistema inmunológico mucho más fuerte, de tal forma, que pueden tener virus, bacterias y parásitos sin causarles daño aparente, pero transportarlos grandes distancias (zoocoria).

 

La maraña del rizoma se extiende indefinidamente, ya que donde llega el murciélago, puede infectar a organismos endémicos como el pangolín o el dromedario, o a animales domésticos comunes, como gatos. Incluso, puede infectar a las personas cuando éstas están amontonadas en un mercado para comerciar y consumir; apiñadas en un campo de refugiados; o aglomerándose en grupos migratorios para escapar de catástrofes ambientales, dictaduras, hambruna, por ejemplo.

 

Las migraciones naturales de la fauna cada día son más extensivas en el sentido de que las fronteras y los sitios de reproducción o alimentación se van ensanchando, cubriendo más área geográfica, interactuando más con el humano como posible consecuencia del cambio climático. El cambio climático estimula conductas migratorias en los animales cada vez más más largas en sus jornadas de búsqueda de sitios para reproducirse, alimentarse, hibernar, etc. Una persona de un sitio que, si antes no tenía contacto con dicho animal, puede infectarse más fácilmente que las personas que convivieron con dicho animal desde hace siglos.

 

Lo más grave es que el tráfico ilegal de especies favorece en gran medida la dispersión de patógenos, ya que los animales traficados carecen de certificado clínico, son transportados en malas condiciones, incrementan su estrés y, por tanto, son más susceptibles de padecer más patógenos y contagiar a la fauna que los acompaña en su travesía y destino final, incluyendo a los humanos, por supuesto, ya que también somos fauna de acompañamiento y fauna de destino final.

 

El rizoma de la Tierra no tiene comienzo ni fin geográfico, carece de un centro y posee nodos con líneas de fuga y de convergencia, los cuales pueden cambiar, aparecer nuevos o desaparecer; pueden, asimismo, modificar sus brazos y extensiones nodales, pero siempre nos recordará que todo el planeta es uno mismo y que la humanidad pertenece a este planeta tanto como un murciélago o un pangolín, cuidarlos es cuidarnos a nosotros mismos.

 

Evitar la introducción y translocación de especies biológicas es una asignatura pendiente de la ecología del paisaje, que ahora nos trata de dar la misma enseñanza que en tiempos de la peste negra (1347-1353), del cólera (1817), de la gripe española (1918) o de la gripe asiática (1957), de las numerosas pandemias por cólera (1961, 1991, 1992…), por gripe porcina (1976, 2009…), gripe aviar (1878, 1997, 2003, 2005, 2006…) y claro, por CoVid (2003-2004). La siguiente pregunta es ¿ya estamos preparados para aprender y aprehender las enseñanzas de la Tierra?

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