ECOLOGÍA DEL PAISAJE HOY
18.04.2019
Dr. Pedro Joaquín Gutiérrez-Yurrita
Tiempo ha pasado en que las bestias no se distinguían de los humanos; tiempo ha pasado en que los humanos se distinguieron de los demás monos; y mucho tiempo ha pasado en que los humanos dejaron de vivir en plenitud. Empero, no ha pasado mucho tiempo en que los humanos hemos decidido regresar a vivir en y a plenitud.
El derecho a un ambiente sano y propicio para el desarrollo humano es relativamente reciente en su formato actual, 40 o 50 años, digamos, si tomamos como punto de inflexión la reunión en Estocolmo de ministros y otras personalidades de las Naciones Unidas (del 5 al 16 de junio de 1972), y los años inmediatos que la precedieron y configuraron. De aquellos años a la fecha mucho ha cambiado el mundo: miramos la vida de manera más incluyente en todos sentidos, deseamos fervientemente rescatar tradiciones alimentarias porque consideramos que la manera de comer y cocinar los alimentos de nuestros abuelos era mejor que la actual y, ese rescate, nos lleva irremediablemente a mirar el ambiente en el cual se producen los alimentos.
Recordamos nuestra infancia en el pueblo, las vacaciones en casa de nuestros mayores, nuestras correrías por los bosques e, incluso, balnearios, aunque éstos estuvieran abarrotados de gente. Darse un chapuzón en una poza con agua brotando del suelo natural, sea fría o caliente, era una sensación de bienestar que ahora, décadas después, nos parece que fue hace una eternidad y nos apena que nuestros descendientes no la vayan a disfrutar.
Bien, pues ese era nuestro buen vivir. Frase que se ha hecho icónica en el último lustro con la propuesta de Ecuador de proclamar en su Constitución Política el derecho de Pachamama (madre tierra), bajo el principio Sumak Kawsay (vivir a plenitud). Pachamama o Mama Pacha es una diosa totémica de las culturas andinas (incas, mapuches), que nos recuerda que estar vivos no implica sumergirnos de lleno en el mundo de la tecnología, enclaustrarnos en ambientes de acero, cemento y vidrio, o disfrutar de placeres más fugaces como ir al cine o invitar a un(a) amigo(a) a comer tacos de arrachera con verdura (entiéndase cilantro y cebolla). Como sea, el punto es que ahora estamos inmersos en una sociedad que cree que es autosuficiente y que está más allá de los principios naturales que rigen la vida, y que han sido, más o menos, desvelados por las ciencias del paisaje, en su sentido más contemporáneo.
Alcanzar la meta de la sostenibilidad es alcanzar el desiderata del buen vivir, dicho en palabras más interpretativas del concepto andino, es vivir en y a plenitud, es el buen convivir (Suma Qamaña en aymara). Alcanzar un modo de vida que me permita disfrutar de todos los placeres que hay en el planeta, sin perjudicar a ninguno de mis semejantes como ser vivo, es vivir en armonía con el desarrollo humano y la conservación de la naturaleza. Pachamama provee de lo necesario para vivir a plenitud, de acuerdo con los pioneros andinos y sus descendientes actuales. Reconocer su derecho constitucionalmente hablando, es mucho más que decir que está bajo la tutela del Estado, es mandar un mensaje a todas las personas de Ecuador (y del resto del mundo) de que dañar lo natural es dañar nuestra madre, como proveedora de alimentos, vestido y, por qué no, también de equipos tecnológicos, edificios, coches, etc. Todo lo que la humanidad ha construido, incluso su propia mente, proviene de la misma fuente, la madre tierra.
Ecuador y otros países han reivindicado el derecho de la tierra por sus valores intrínsecos, no evaluados por la humanidad. Dada la naturaleza jurídica de Pachamama, la constitución ecuatoriana también establece que su tutela es múltiple. Todos y todas, como sujetos jurídicos y morales, somos tutores de Pachamama; todos y todas podemos alzar la voz para defender su naturaleza jurídica y de existencia. En nuestras manos está la potestad de defender la naturaleza por sus valores inherentes a ella misma, de proteger nuestros paisajes naturales o patrimoniales, de conservar la vida en todas sus variedades.
La constitución ecuatoriana, lejos de ser perfecta, sí tiene la virtud de haber dado un paso más hacia el regreso a nuestro buen convivir, sin perder los logros tecnológicos ni sociales; esta virtud le otorga el enorme potencial de mejorar los instrumentos jurídicos para que la justicia ambiental deje de ser bella poesía y se convierta en realidad, cada vez con mayor frecuencia. México ya puede crear su código ambiental (del paisaje) bajo esta filosofía, que, dicho sea de paso, no está muy alejada de la filosofía de nuestros pueblos originarios o comunidades indígenas.