E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA
16.04.2020
Dr. Luca Ferrari
«Normal is an illusion.
What is normal for the spider is chaos for the fly».
Charles Addams
En la década que llevo escribiendo en Serendipia he abordado repetidamente el tema de la insostenibilidad del crecimiento perpetuo de nuestra civilización industrial y, de cómo la llegada de los límites de la disponibilidad de recursos no renovables (energía fósil y materias primas) y de la capacidad de los ecosistemas de sobrevivir a la invasión humana y reciclar nuestros desechos (cambio climático, contaminación, destrucción de biodiversidad, etc.) nos ha puesto en una situación de extrema fragilidad.
En este contexto, la pandemia de la COVID-19 puede considerarse una consecuencia de la crisis ambiental y de la globalización, pero también un elemento que está acelerando las crisis financiera, energética y económica que se han estado gestando en las últimas décadas. El virus no salió de la nada, surgió de la invasión de los ecosistemas causada por el desarrollo económico que impulsa patrones de uso de la tierra ecológicamente disruptivos. Éste y otros virus similares, que anteriormente estaban aislados en nichos ecológicos silvestres, están ahora interactuando con las cadenas alimentarias humanas, debido a la creciente deforestación de grandes áreas para la agricultura de monocultivo y la urbanización1, 2. Por otro lado, la globalización permite una difusión rápida del contagio de las personas, la economía y las finanzas.
Las autoridades y los medios de información tienden a considerar la pandemia como un evento excepcional e impredecible que, una vez superado, regresará todo a la «normalidad». Esta visión, sin embargo, parece olvidar que vivimos en un sistema altamente interconectado y muy poco resiliente, que está empezando a desmoronarse. Es tristemente probable que la Covid-19 causará cientos o miles de muertos y que podrá colapsar el ya frágil sistema de salud mexicano, además de ramificaciones en una multitud de áreas.
Es de esperarse que el mundo no regrese a la «normalidad» previa a la crisis desencadenada por el virus. Éste sólo fue el disparador de muchas situaciones críticas que ya existían. La situación va a cambiar fundamentalmente porque la COVID-19 está poniendo de manifiesto que hemos alcanzado los límites del crecimiento, que evidentemente no puede continuar de manera indefinida en un planeta finito, a pesar de que la mayor parte de los economista diga lo contrario.
Mas allá del grave problema de salud, lo que más preocupa es el impacto de la pandemia sobre el sector energético y la economía. Debido a la baja de la demanda de bienes y servicios, asociada a las medidas para contener a la pandemia, se avizora una recesión que puede fácilmente durar un año con un crecimiento negativo del PIB de 15 % - 20 %. Pero la crisis ya estaba presente.
El crecimiento espectacular del sector financiero de la última década no tenía correspondencia alguna con la economía real. Las grandes cantidades de dinero creado de la nada, que los bancos centrales habían inyectado al sistema financiero con la justificación de «reactivar la economía», sólo provocaron una burbuja bursátil que enriqueció a 1 % de la población, mientras las clases medias de los países occidentales se empobrecían progresivamente.
Esto ya había redundado en una baja del consumo de energía y bienes, cuyo aspecto mas notorio fue una caída del precio de los commodities y, en particular, del petróleo a finales de 2014. Sin embargo, la perspectiva de contracción de la economía real asociada a la COVID-19 ha provocado una caída espectacular de las bolsas. El primer trimestre de 2020 enfrentó la peor caída de la historia financiera, con el índice Dow Jones de EE.UU. perdiendo 23 % con la «evaporación» de 19,6 billones de dólares.
La falta de acuerdo entre Arabia y Rusia, acerca de recortes adicionales a la producción de crudo, provocó una guerra de rebajas que llevó el petróleo West Texas Intermediate a ~20 dólares por barril (dpb) y la mezcla mexicana a 10 dpb. En la actualidad, el petróleo cuesta menos de la mitad del agua embotellada. La baja del precio es por falta de demanda, pero el petróleo que queda por extraerse es caro. En consecuencia, la industria petrolera ha anunciado una reducción drástica de las inversiones, que la consultora Rystad Energy estima en 60 000 millones de dólares para este año. Pero golpe mayor es para la ya muy poco rentable industria del fracking de EE.UU. y de las arenas bituminosas de Canadá, que verán la quiebra de gran parte de sus empresas. En consecuencia, 2020 quedará como el año del pico del petróleo global.
La situación de México dista mucho del optimismo que manifiesta el presidente. Dos de los pilares de la economía mexicana (gracias a las decisiones de los últimos cinco sexenios que, sin embargo, parecía querer continuar la 4T) son el turismo internacional y la industria de la exportación, y ambos van a tener un golpe mortal. No obstante, a pesar del sufrimiento que esto va a generar en el corto plazo, también existe la oportunidad de un cambio de rumbo, para que finalmente nos enfoquemos hacia las necesidades básicas de nuestro país.
Deberíamos paulatinamente dejar a una lado ese tipo de industrias con grandes proyectos centralizados para impulsar la creación de oportunidades de producción y consumo a nivel local, sobretodo, en áreas rurales. Habría que reconvertir la economía de los grandes polos turísticos tomando en cuenta que el crecimiento que se vislumbraba antes no se va a materializar. Reconvertir la industria de exportación hacia productos más básicos que se van a necesitar en el mercado interno. La generación de energía distribuida y proyectos agroecológicos impulsados por comunidades y cooperativas, ahora se vuelve más urgente. Los programas de estudio de nivel medio-superior y superior también tendrían que revisarse y mucha más gente tendría que tener una educación técnica en el campo de la agricultura orgánica o para oficios básicos que vamos a necesitar. En pocas palabras, tenemos que enfrentar el decrecimiento y la desglobalización tratando de evitar el colapso.
En esta perspectiva, se deberían también revisar los grandes proyectos insignia de la 4T como el nuevo aeropuerto de Santa Lucia, la refinería de Dos Bocas o el tren Maya que, de acuerdo con varios expertos, nunca fueron realistas pero que, en esta nueva situación y en el caso de que finalmente se terminaran, se convertirían en elefantes blancos. Además, con el precio actual del petróleo mexicano estamos produciendo en pérdida y no se vislumbra que esta situación pueda cambiar pronto.
En este punto deberiamos reducir la inversión en exploración y producción en PEMEX, reducir la producción a lo que consumamos internamente, para no subsidiar la exportación con dinero del Estado y también para que los campos petroleros duren lo más posible. Deberíamos impulsar medidas radicales para disminuir el consumo de combustibles para el transporte (vía disminución de los traslados e inversión masiva en transporte público eléctrico) e impulsar las fuentes renovables pero no por el camino de los megaproyectos centralizados, sino en proyectos a escala local, en los que se involucre la sociedad, consiguiendo con esto una mayor democratización de la energía.
En el corto plazo, el dinero que se ahorraría de los grandes proyectos (aeropuerto, refinería etc.) deberia servir para paliar la situación de penuría de los sectores más pobres de la sociedad, mientras empezamos a crear oportunidades distintas a nivel local. En conclusión, la esperanza es que esta crisis pueda servir para empezar a diseñar un nuevo imaginario para mundo más solidario, pacífico, resiliente y finalmente sustentable.
1Jones, R. T., Tusting, L. S., Smith, H. M., Segbaya, S., Macdonald, M. B., Bangs, M. J., & Logan, J. G. (2018). The impact of industrial activities on vector-borne disease transmission. Acta tropica, 188, 142-151.
2 Carlson, C. J., Albery, G. F., Merow, C., Trisos, C. H., Zipfel, C. M., Eskew, E. A., & Bansal, S. (2020). Climate change will drive novel cross-species viral transmission. bioRxiv.