Dr. Luca Ferrari
Uno de los mayores retos de la transición energética hacia las energías renovables es el transporte. En 2014, ya había en el mundo 1200 millones de vehículos de combustión interna y 97% de todo el transporte se hacía con derivados del petróleo. Los biocombustibles sólo pueden sustituir una fracción muy pequeña de la gasolina y el diésel que se consumen actualmente y, en todo caso, su uso prioritario debería dirigirse hacia la aviación, dada la imposibilidad de volar aviones para pasajeros y carga con electricidad. El reto que se presenta entonces es la electrificación del transporte.
La sustitución de más de 1200 millones de vehículos de combustión interna con vehículos eléctricos es impensable por varias razones:
1. Falta de electricidad. La electricidad en el mundo representa poco más de 22 % de toda la energía que se consume y el sector del transporte representa 25%. Además, la electricidad se genera en 68% con combustibles fósiles. Por lo tanto, si queremos tener un coche eléctrico sin combustibles fósiles (por lo menos en su uso) necesitaríamos multiplicar por seis o siete veces la producción de energía eléctrica, lo que es inviable. Además, recargar tantos coches eléctricos al mismo tiempo requeriría reforzar sustancialmente la red eléctrica para que pueda absorber picos de demanda mucho mayores a los actuales.
2. Falta de inversión. Para poder producir y distribuir tanta energía eléctrica se necesitan gigantescas cantidades de capitales, que se tendrían que sustraer de otras áreas. El mundo ha llegado ya a un nivel de endeudamiento insostenible y, el enorme costo de potenciar la producción y distribución de electricidad difícilmente puede ser absorbido por el usuario final.
3. Falta de materias primas. Las baterías para coches más eficientes contienen varios kg de Litio, un elemento cuyas reservas no son abundantes y están concentradas en un puñado de países (principalmente Chile, Bolivia, China e Argentina). Además, el Litio no se usa sólo para las baterías de los coches sino también para las propias de laptops, tablets, smartphones y todo tipo de productos electrónicos portables. El reciclaje de este material es posible pero extremadamente complejo y caro; actualmente cuesta cinco veces más que extraerlo de las minas a cielo abierto.
4. Falta de mercado. A pesar de que el motor eléctrico es más eficiente que el de combustión interna, las baterías tienen una intensidad energética mucho menor que la gasolina y el diésel, por lo tanto, el coche tradicional siempre tendrá mejores prestaciones que el coche eléctrico. En la actualidad, los coches eléctricos son más caros, pero si queremos prestaciones similares a los de gasolina y diésel, entonces el precio se dispara a más de un millón de pesos. En conclusión, mientras el petróleo sea accesible, es difícil pensar en una adopción generalizada del coche eléctrico y cuando el petróleo ya no sea asequible, tendremos demasiados problemas como para pensar en tener un coche.
En este sentido, la única solución sensata es el transporte público eléctrico, un campo en el que México está muy rezagado. El problema mayor no es tanto el transporte de personas, sino la transportación de bienes y los servicios asociados. Nuestro sistema de extracción, de materias primas, producción y distribución de productos industriales y agrícolas está basado en largas cadenas de suministro, soportadas esencialmente por motores de diésel.
Un detallado estudio del sistema estadounidense (Friedman, 2016, When the trucks stop running. Springer, p. 131), muestra que la civilización como la conocemos terminaría en cuestión de semanas si no pudiéramos mantener funcionando los camiones de carga y la maquinaria agrícola. En pocos días, los supermercados y las gasolineras se vaciarían; los hospitales no podrían operar y en las farmacias se acabarían las medicinas; los bomberos, la policía y el ejercito estarían bloqueados. Incluso, la operación de minas, la extracción de petróleo, la agricultura y la producción industrial se pararía. Obviamente, los motores diésel no van a dejar de funcionar al mismo tiempo como en una película distópica, pero como los combustibles fósiles son finitos, si no encontramos una forma renovable de hacerlos funcionar, tarde o temprano, todo el sistema se detendrá.
México tiene un sistema de transporte parecido al de Estados Unidos, que privilegia fuertemente el transporte sobre carretera. Estados Unidos usa 36 % de toda la energía que consume para el transporte y 6 % de ésta viene de biocombustibles y electricidad. México está aún peor, ya que usa 43 % de toda su energía para el transporte y sólo 0.2 % de ésta es electricidad. Es decir, el transporte eléctrico casi no existe. En 2015 (últimos datos disponibles en la Sener), México ya importaba 39 % del diésel que consumía y el consumo de energía para el transporte continúa creciendo. La fragilidad de nuestros sistemas de producción y distribución es evidente pero lamentablemente de esto no se habla en los medios y en los debates entre candidatos a puestos de representación popular. Hasta que el futuro nos alcance…