E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA
05.06.2019
Dr. Luca Ferrari
«Growth for the sake of growth is the ideology of the cancer cells».
Edward Abbey
«Anyone who believes that exponential growth can go on forever in a finite world is either a madman or an economist».
Kenneth Boulding
Todo lo que existe en la naturaleza tiene un inicio, una fase de crecimiento, un máximo, una declinación y un fin; desde los seres humanos, los animales, las plantas, las estrellas y el propio Universo. Este patrón es ineludible pero hay quien piensa que el crecimiento puede continuar para siempre. Observen cualquier escenario de la Agencia Internacional de Energía, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o, en México, el Programa para el Desarrollo del Sistema Eléctrico Nacional, tanto de la administración anterior como de la actual. Los gobiernos e instituciones asumen y planean un crecimiento continuo para este siglo que, además, sigue siendo exponencial. Con un crecimiento de 3 % por año, el tamaño de la economía global (así como el uso de energía y materiales) se cuadruplicaría en la vida de los estudiantes universitarios de hoy. ¿Es eso posible?, ¿es eso deseable? Las dos citas con que empiezo esta contribución -de un ecologista y un economista heterodoxo- lo dicen todo.
El crecimiento exponencial de la población humana y de la economía que hemos experimentado en el último siglo es algo único en la historia de la civilización humana. Sólo ha sido posible gracias al descubrimiento y explotación de los combustibles fósiles, es decir, una fracción de la energía solar del pasado transformada en energía química concentrada gracias a energía geológica que no tuvimos que pagar. Un regalo de la naturaleza que no va a repetirse y gracias al cual, una parte de la humanidad tiene a su disposición energía equivalente a decenas de esclavos, como los reyes de la antigüedad.
El crecimiento de la especie humana y su «invasión» del planeta durante el último siglo no es muy distinto del crecimiento de unas bacterias en una caja Petri. Tanto el sistema capitalista como el comunista (cuando existió) se basan en el crecimiento constante, aunque el primero demostró ser el más exitoso en maximizar el consumo de energía y materias primas. Particularmente, la energía es lo que controla el crecimiento económico y dentro de ella, dada su versatilidad, intensidad energética y facilidad de transporte, el petróleo es el rey.
Nuestra civilización industrial-tecnológica, con todos los servicios que damos por hecho en el mundo desarrollado (electricidad, Internet, agua potable, comida y gasolina siempre disponibles), se ha construido sobre este recurso que fue abundante y barato hasta final de siglo pasado; sin embargo, desde la década pasada hemos entrado en la era de la energía cara. Campos de petróleo y gas cada vez mas pequeños, profundos y más difíciles de explotar (con la consecuente cuadruplicación del precio del barril), carbón de menor calidad y menor poder calorífico.
Al mismo tiempo, hemos rebasado la capacidad de regeneración de los ecosistemas; hemos sobrexplotado los océanos; deforestado grandes áreas; contaminado agua, aire y suelos; hemos provocado la sexta gran extinción de especies. En otras palabras, hemos llegado a los limites biofísicos del crecimiento, tal como lo había vaticinado el famoso estudio Los limites al crecimiento, preparado por un grupo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en los años 70.
¿Por qué entonces se niega la realidad y se sigue hablando de crecimiento como posible y deseable? Porque el sistema económico capitalista actual sólo funciona en modo de crecimiento y nos ha convencido de que ésta es la única vía para progresar. Frente al declive energético y los estragos ambientales, la última esperanza que se nos quiere vender es que es posible crecer, pero de manera «limpia» y «respetuosa con el medio ambiente»; lo que se ha también definido como capitalismo verde, cuyo eje principal es la implementación acelerada de las fuentes de energías renovables.
Como lo he comentado en otra contribución, estas fuentes no son ni completamente limpias, ni libres de impacto; la construcción de su infraestructura requiere combustibles fósiles y materias primas que van a escasear y el costo de su implementación no es menor pero, sobre todo, las fuentes renovables intermitentes y diluidas nunca van a poder sostener el sistema industrial-tecnológico que se construyó sobre las fuentes concentradas, controlables y abundantes de los combustibles fósiles. En la actualidad, estamos viendo el inicio de la desglobalización y del decrecimiento que se enmascara con guerras comerciales y restricciones de tipo ambiental al uso del diésel en Europa o del combustóleo para los barcos cargueros.
¿Cómo puede México ser más resiliente frente a lo que se avecina? Nuestra economía es peligrosamente dependiente de la importación de gasolina, diésel y gas; del comercio exterior; del turismo internacional y hasta de la importación de productos agroalimentarios básicos. Los principios de soberanía y seguridad energética de la nueva administración parecerían atender a una parte del problema al pretender ser autosuficientes en materia de energía, pero los planes a futuro y las decisiones recientes indican la persistencia de una visión economicista tradicional, que asume un crecimiento continuo de la demanda que tiene que ser satisfecha por nueva oferta de energía.
En consecuencia, hemos visto una drástica reducción de los presupuestos de muchas dependencias y programas federales para financiar, entre otras cosas, la construcción de una nueva refinería y producir a marchas forzadas las reservas petroleras que nos quedan. En cambio, una verdadera política de sustentabilidad debería diseñarse a partir de los limites biofísicos del sistema, deberíamos primero establecer la cantidad de recursos energéticos con que contamos a mediano y largo plazo -así como su costo ambiental y económico- y con base en estos límites rediseñar el sistema. Los límites energéticos, ambientales y económicos de la oferta deben determinar la demanda. Volver a adaptarnos a la naturaleza después del breve periodo en el que, gracias a las grandes cantidades de energías fósiles, nos creímos dioses capaces de moldear la naturaleza a nuestro antojo.