E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA
07.10.2023
Dr. Luca Ferrari
Con el agravamiento de la crisis climática cada vez más organizaciones no gubernamentales, movimientos sociales y voces académicas insisten en el abandono rápido de los combustibles fósiles. «Déjenlos en el subsuelo» (Leave it in the ground) es el lema, que se acompaña con acciones demostrativas cada vez más radicales para que esto ocurra y para que se deje de invertir en las compañías petroleras privadas.
La lógica es simple: si los combustibles fósiles son la causa del calentamiento del planeta, ya dejemos de usarlos. Sin embargo, cuando nos adentramos en la complejidad del sistema energético y económico construido sobre estas fuentes de energía de alta densidad, podemos ver que, si bien dejarlas en el subsuelo es inevitable, esto no será por una elección voluntaria. Además de que implica cambios mucho más radicales de los que suponen algunos de los que abogan por esta causa.
Los combustibles fósiles son recursos no renovables, una herencia geológica producto de millones de años de fotosíntesis y fuerzas tectónicas que transformaron energía solar del pasado en energía química altamente concentrada, para la cual no hemos tenido que pagar, salvo el costo de extraerla del subsuelo.
El descubrimiento de estos almacenes de energía del pasado en forma de petróleo, gas y carbón permitió liberar a una gran cantidad de habitantes del planeta del trabajo manual para la producción de comida, ya que una máquina y un litro de diésel pueden generar en unos minutos el equivalente de un mes de trabajo de una persona. Gracias a esta bonanza energética hemos también podido extraer grandes cantidades de materias primas antes inaccesibles, construir un sinnúmero de máquinas que trabajan para nosotros y llegar a establecer ciudades en lugares donde antes sólo podía haber vida nómada.
La posibilidad de que muchas más personas se pudieran dedicar a la ciencia y al desarrollo de la tecnología ha permitido multiplicar la productividad agrícola que, junto con el progreso en la medicina y los sistemas de salud, ha significado un crecimiento de la población del planeta de un orden de magnitud con respecto a la era preindustrial.
Sin embargo, nada es gratis en este universo. El precio que estamos pagando por haber tenido acceso a esta enorme cantidad de energía del pasado -y haberla usado de manera no muy distinta a la de una colonia de bacterias que crece exponencialmente en una caja de Petri- es la alteración profunda del equilibrio que permitió la vida en el planeta.
La liberación casi instantánea, en tiempos geológicos, de grandes cantidades de carbono almacenados en la corteza de la Tierra está modificando rápidamente la composición de la atmósfera, exacerbando el efecto invernadero. Pero esto es sólo uno de los costos. También hermos invadido el planeta deforestando y destruyendo ecosistemas terrestres, y sobreexplotando los mares; estamos envenenado grandes áreas con los desechos tóxicos de la minería, la industria petroquímica y la agricultura industrial con base en pesticidas; estamos provocando la sexta extinción masiva de especies -equivalente a las anteriores que, sin embargo, fueron causadas por la caída de meteoritos o la ocurrencia de muchas enormes erupciones volcánicas en un tiempo corto-.
Hay una consecuencia más profunda a nivel psicológico: la vida de nuestros antepasados estaba estrechamente ligada a los flujos energéticos y los ciclos de la naturaleza. Había una conciencia clara de la interconexión de todas las formas de vida, de que somos parte de un todo. La repentina disponibilidad de grandes cantidades de energía a un costo mínimo nos hizo olvidar nuestro vínculo con la naturaleza, haciéndonos creer que todo el progreso era fruto del ingenio humano y que la naturaleza estaba a nuestra disposición para ser explotada sin restricción alguna.
Por otro lado, la disponibilidad de energía abundante y barata fue aprovechada sólo por una parte minoritaria de la población. A pesar del incremento de la energía y bienes consumidos per cápita, su distribución se volvió más desigual, tanto entre países como dentro de cada país, como resultado del neocolonialismo y del capitalismo más extremos. En la actualidad, las altas tasas de uso de energía en los países ricos, principalmente en el Norte Global, exceden con creces lo que se requiere para satisfacer las necesidades humanas básicas. En contraste, más de tres mil millones de personas en los países más pobres viven en pobreza energética[1].
Si reconocemos todo lo anterior, es claro que el sistema actual es insostenible. Hemos construido un sistema altamente complejo sobre una fuente de energía fósil finita, de la cual hemos consumido la primera mitad, la de mejor calidad y más fácil extracción, en menos de cien años y a un ritmo acelerado. Lo que queda es cada vez más caro, difícil de extraer y con mayor impacto ambiental.
El «pico de la demanda», que vaticinan varias agencias internacionales de energía, no tiene que ver con la decisión voluntaria de dejar el petróleo en el subsuelo, sino con los límites de asequibilidad por una parte creciente de la población. La otra cara de la moneda es que hemos construido una civilización con una huella ecológica creciente, que ha rebasado la biocapacidad del planeta y amenaza con afectar irreversiblemente la biosfera[2]. Y hemos sobrepasado la mayoría de los limites planetarios, sin que esto haya significado una mejora sustancial en varios indicadores de progreso social[3].
Con esta visión panorámica de la situación, resulta evidente que descarbonizar la matriz energética, aunque necesario, no solucionará el predicamento ecológico, energético y social en que nos encontramos. Si vemos el problema de manera integral y global no hay alternativa a una disminución de los consumos energéticos y materiales. Está más que demostrado empíricamente con los datos del último medio siglo que existe una correlación casi lineal entre economía (Producto Interno Bruto, PIB), energía, emisiones y huella material[4],[5]. Es decir, si crece una crecen todas.
Si queremos mitigar el cambio climático y el impacto ecológico, necesitamos disminuir el consumo energético y revertir el crecimiento económico perpetuo implícito en los escenarios oficiales. Las fuentes renovables modernas -solar fotovoltaico y eólico-, así como otras seudo-soluciones tecnológicas -hidrogeno verde, geoingeniería, captura de carbono[6]- no hacen la diferencia si insistimos en crecer, porque la infraestructura se construye con materias primas y combustibles fósiles, y tiene que reconstruirse cada 15 a 20 años.
Podemos insistir en crecer extrayendo recursos cada vez más costosos energética, económica y ambientalmente hablando, pero esto nos va a llevar hacia el colapso ecosistémico y, los conflictos sociales y bélicos. La alternativa es intentar una disminución absoluta y consensuada del consumo de energía y materiales.
Los retos para encaminarnos en esta vía son mayúsculos. En primer lugar, tanto el sistema capitalista de mercado vigente en Occidente, como el capitalismo controlado centralmente por los estados (p.ej. China, Rusia) se basa en el crecimiento económico perpetuo, el mantra de casi todos los economistas. Si bien hay una extensa literatura científica sobre el decrecimiento[7] el concepto es prácticamente tabú entre los políticos de todo color.
En segundo lugar, todavía 80% de la energía que consumimos procede de los combustibles fósiles, fuentes que además de ser altamente concentradas son muy versátiles: concreto, acero, materiales plásticos y fertilizantes. Los cuatro pilares de la civilización moderna son productos de petróleo, gas y carbón.
Finalmente, está el problema de la brutal desigualdad en el consumo y las emisiones, donde el 10% más rico es responsable dl 50% de las emisiones globales; mientras que el 50% más pobre, sólo de 10%[8]. Así que si reducimos los consumos sin cambiar la distribución de los recursos, sólo provocaremos más tensiones, conflictos, migraciones masivas y sufrimiento.
Una sociedad sin combustibles fósiles tendrá que enfocarse a la satisfacción de las necesidades básicas de la vida, ser más simple, local, democrática y en armonía con la naturaleza. Si bien los retos energéticos y tecnológicos son significativos, los mayores desafíos son de tipo cultural y psicológico. La ideología económica actual valora la riqueza financiera a corto plazo por encima del valor real de los ecosistemas de la Tierra, para descontar el futuro a expensas del presente en la búsqueda de un crecimiento exponencial infinito, lo cual es simplemente imposible en un planeta finito[9]. Tenemos que cambiar el paradigma, no el coche de gasolina por uno eléctrico.
[1] Kikstra JS, Mastrucci A, Min J, Riahi K, Rao ND. Decent living gaps and energy needs around the world. Environ Res Lett 2021; 16: 095006. DOI 10.1088/1748-9326/ac1c27
[2] Seibert, M. K., & Rees, W. E. (2021). Through the eye of a needle: an eco-heterodox perspective on the renewable energy transition. Energies, 14(15), 4508. https://www.mdpi.com/1996-1073/14/15/4508
[3] Fanning, A. L., O’Neill, D. W., Hickel, J., & Roux, N. (2022). The social shortfall and ecological overshoot of nations. Nature Sustainability, 5(1), 26-36. https://www.nature.com/articles/s41893-021-00799-z
[4] Hickel, J., & Kallis, G. (2020). Is green growth possible?. New political economy, 25(4), 469-486. https://doi.org/10.1080/13563467.2019.1598964
[5] CO₂ emissions per capita vs. GDP per capita. https://ourworldindata.org/grapher/co2-emissions-vs-gdp
[7] Kallis, G., Kostakis, V., Lange, S., Muraca, B., Paulson, S., & Schmelzer, M. (2018). Research on degrowth. Annual Review of Environment and Resources, 43, 291-316. https://doi.org/10.1146/annurev-environ-102017-025941
[8] Gore, T. (2015). Extreme Carbon Inequality: Why the Paris climate deal must put the poorest, lowest emitting and most vulnerable people first.
[9] Murphy Jr, T. W., Murphy, D. J., Love, T. F., LeHew, M. L., & McCall, B. J. (2021). Modernity is incompatible with planetary limits: developing a PLAN for the future. Energy Research & Social Science, 81, 102239.