DRAMATURGIA FÓSIL

07.11.2021

Protagónico: Archaeopteryx lithographica

Dr. Adolfo Pacheco Castro

Archaeopteryx lithogrpafica. Julieta Espinosa.
Fotografía: Jorge Alcántara

Primer acto: el desenterramiento

 

Aloys Senefelder creció tras las bambalinas en los teatros de Praga; para él y su familia el teatro lo era todo, debido a que su padre era un actor dramaturgo del Teatro Real de Múnich. Siendo el primogénito de nueve hijos, su familia veía en él una opción para salir adelante, ya que para finales de 1700 los montajes teatrales no eran una preocupación relevante para los habitantes del Sacro Imperio Romano Germánico. Fue así que su familia se esforzó por mandarlo a estudiar una carrera de Leyes en Baviera, pero al poco tiempo de llegar, escribió su primera obra de teatro, la cual terminó siendo un éxito en su ciudad, Igolstadt. Sin embargo, un año después, murió su padre y mecenas, por lo que Aloys con 19 años tuvo que suspender sus estudios para hacerse cargo de su familia.

 

A su regreso en 1791, Aloys dejó de lado los libros de Derecho e invirtió toda su energía en su pasión, el teatro. Pero, aunque él era un talentoso y ferviente escritor de música, poesía y obras teatrales, tenía bastantes problemas para poder difundir su obra. Las valiosas impresiones sólo eran asequibles para algunos pocos y la familia se encontraba en la ruina. Un día, con las prisas, mientras buscaba dónde poder escribir una lista de la ropa que llevaría a la lavandería, Aloys tomó una roca y escribió sobre ella con un lápiz graso; en ese momento se dio cuenta que la grasa se mantenía sobre la roca y además servía como un sello para futuras impresiones. Esta fue la inspiración para múltiples experimentos que cambiarían su vida: se le ocurrió que podría imprimir de forma poco costosa usando este material tan humilde y las propiedades hidrofílicas e hidrofóbicas del agua y la tinta.

 

Esta técnica de impresión utilizaba como base lajas de rocas calizas, las cuales eran mucho más baratas que las enormes placas de hierro y cobre utilizadas en las imprentas comunes de la época. Además, la textura de los granos que conformaban las losas pétreas imprimía una firma única de irregularidades que exaltaban la obra impresa y permitía que las impresiones dicromáticas tuvieran un matiz en escala de grises que hacía resaltar el más simple de los versos o avivaba la profundidad de las sombras en un paisaje mediterráneo.

 

Con el paso de los años, Aloys se volvió experto en esta impresión sobre roca y patentó su técnica como «impresión litográfica» (dibujo o impresión sobre roca), que rápidamente fue utilizada por toda Europa, donde incluso algunos de los artistas más influyentes de la época, como Goya, adaptaron su arte a ella.

 

Este creciente mercado de rocas litográficas derivó en la explotación de importantes yacimientos en el sur de Alemania, específicamente en Baviera, en donde las mejores rocas se encontraban en la formación de Solnhofen. Estas eran rocas marinas con laminación paralela, que se habían formado en una antigua laguna costera hace 152 a 145 millones de años y estaban compuestas por granos calcáreos muy finos y de alta calidad de impresión. Pero los grabados que de ellas podían obtenerse no eran solamente arte humano, ya que en estas rocas era frecuente encontrar fósiles marinos como corales, esponjas, ammonites, crinoideos, peces y vertebrados, por lo que no pasó mucho tiempo para que la gente de los poblados se acostumbrara tanto a ellos, que incluso los utilizara como pisapapeles, souvenir o moneda de cambio para cualquier transacción.

 

El interés por los fósiles de Solnhofen y otras áreas aledañas creció por parte de los mejores museos de Europa, debido a que estos especímenes tenían una preservación excepcional, por lo que paleontólogos de todo el mundo se mantenían muy atentos por si algún ejemplar único aparecía en escena. Y así sucedió cuando Hermann von Meyer, en 1860, descubrió lo que parecía ser una pequeña pluma fosilizada y solo un año después, en 1861, el médico Karl Haberlein vendió al Museo de Historia Natural de Londres un esqueleto casi completo, sólo sin la cabeza, pero con impresiones de su plumaje, el cual le había sido otorgado como pago por sus servicios.

 

Esta pluma fósil y el espécimen de Londres, fueron descritos como Archaeopteryx lithographica, que quiere decir «pluma o ala antigua en el grabado de roca», un nombre muy apropiado para el registro más antiguo de un ave, cuya impresión fue cuidadosamente preservada en la roca litográfica por 150 millones de años.

 

Segundo acto: el rostro del protagónico

 

Poco tiempo después del descubrimiento de estos enigmáticos fósiles, el gran Richard Owen se dio a la tarea de estudiarlos detalladamente, encontrando que sus caracteres morfológicos eran similares tanto a los reptiles como a las aves. Owen era un experto paleontólogo y, con anterioridad, ya había propuesto que los reptiles del Mesozoico constituían un grupo aparte, al que llamó Dinosauria. Además, conocía de aves, pues poco tiempo antes había escrito un par de monografías sobre la pequeña ave terrestre kiwi y el gigante Moa.

 

Su conclusión con respecto a los especímenes de Archaeopteryx lithographica era que correspondían indudablemente a un ave y ésta expresaba una variación diferente del arquetipo (hipótesis contraria al Darwinismo); ya que, de manera muy interesante, el espécimen de Londres poseía una cola bien desarrollada, la cual era un vestigio de su desarrollo que se mantuvo después de que el polluelo eclosionara del huevo.

 

Estas emocionantes discusiones no pudieron llegar en mejor momento, pues el mundo entero leía las primeras ediciones de El origen de las especies, escrito por Darwin, en donde se proponía que la vida era un proceso dinámico y que todas las especies estaban relacionadas en mayor o menor medida con un ancestro en común. Para Darwin el registro de Archaeopteryx lithographica mostraba de manera inequívoca lo poco que conocíamos del registro fósil y lo utilizaba para argumentar que, incluso, un grupo tan exitoso como las aves no había aparecido súbitamente con todos sus rasgos morfológicos intactos, sino que su origen podría ser muy antiguo y su apariencia distar de nuestro concepto de ave.

 

Darwin escribió en el capítulo X- Sobre los datos imperfectos del registro fósil: «un ave extraña, el Archaeopteryx, con su larga cola de lagarto, dotada de un par de plumas en cada articulación y con las alas provistas de dos garras libres, ha sido descubierta en las pizarras oolíticas de Solenhofen. Difícilmente habrá un descubrimiento reciente que demuestre con mayor fuerza que éste, cuán poco sabemos todavía de los antiguos habitantes del mundo».

 

Estas ideas darwinianas influyeron en uno de sus más grandes seguidores: Thomas Huxley, quien incitado por las ideas contrarias al proceso evolutivo de Owen revisó escrupulosamente los fósiles de Archaeopteryx. Huxley evidenció varios errores anatómicos cometidos por Owen, ya que este último sostenía que el ave mesozoica debería de tener un pico como todas las aves, aunque un fragmento mandibular en el fósil de Londres mostraba claramente dientes como cualquier reptil. Un hecho que sería corroborado posteriormente con especímenes más completos.

 

Para Huxley, las similitudes morfológicas entre Archaeopteryx y los dinosaurios Megalosaurus, Iguanodon y Compsognathus eran más que evidentes y suponían una relación evolutiva entre las aves y los dinosaurios. Esta era la discusión profunda entre darwinistas y antidarwinistas: para ambos Archaeopteryx era un ave, pero ¿era esta ave también un dinosaurio?

 

Para empezar, los fósiles de Archaeopteryx sugerían que debió de ser del tamaño de un cuervo, cubierto enteramente por plumas, tal como las aves (del tipo rémiges o remeras), pero sus miembros anteriores eran más unas manos que un par de alas, con tres dedos cuyas garras bien podrían arrancar un ojo. Además, sus vértebras caudales estaban bien desarrolladas formando una cola larga y regordeta como la de cualquier dinosaurio, a diferencia de las aves actuales que por cola tienen un muñoncito conformado por la fusión de pocas vértebras en su hueso sacro. Incluso Archaeopteryx tienen tantos caracteres morfológicos de pequeños dinosaurios terópodos que hubo quienes creyeron que era una falsificación, un producto bien elaborado de algún pillo que trazó cuidadosamente unas plumas sobre el fósil de un Compsognathus (como lo creyera Hoyle hasta 1980). O de manera inversa, ocurrió que algunos fósiles descritos como Compsognathus en realidad resultaron ser un Archaeopteryx, pero sin sus plumas preservadas.

 

Indudablemente, la fama de Archaeopteryx se elevó por los aires luego de ser el centro de discusión de tan renombradas mentes y sería el espécimen de Berlín (HMN 1880) el que abriría sus alas pétreas para volar alrededor el mundo y posarse en lo alto de cada uno de sus rincones. Actualmente existen centenares de sus réplicas y millares de estas ilustraciones adornan libros, playeras, comics, lápices, juguetes, etc. Éste fósil es un ícono de la paleontología y una de sus más importantes banderas en el movimiento denominado como «El Renacimiento de los dinosaurios» (Dinosaur Renaissance), por lo que resulta muy interesante recorrer sus primeros aleteos entre la comunidad alemana de Solnhofen.

 

El espécimen de Berlín fue colectado entre 1874 y 1875 por un granjero de nombre Jakob, quien lo vendió al dueño de una posada para comprar una vaca, el cual lo revendió al hijo del médico Haberlein y, ya en manos de su padre, difundió el interés por vender el fósil ante la comunidad internacional. Marsh, paleontólogo afamado de EE.UU., ofreció comprarlo para su estudio, pero la suma de diez mil dólares del médico Haberlein extinguió cualquier interés. Fue entonces que el millonario alemán Werner Siemens pagó por el fósil y lo donó al Museo de Berlín. En este flujo de transacciones mercantiles, es emocionante pensar cuántos de estos hombres se tomaron el tiempo para sentarse uno enfrente del otro, mientras contemplaban la cabeza, el torso, las garras, la cola y las plumas de un dinosaurio-pollo, al tiempo que preocupaciones más banales influían en su negociación.

Tercer acto: interpretación viva

 

Con el descubrimiento del espécimen de Berlin y otros denominados como los especímenes de Maxberg, Eichstatt, Solnhofen, Munich, Daiting, Chicken Wing, Thermopolis, el onceavo y el doceavo, la discusión sobre la morfología de Archaeopteryx en los últimos años se ha centrado en los caracteres que definen a las primeras aves dentro del grupo de los dinosaurios.

 

Actualmente Archaeopteryx se considera un ave, al igual que otras aves contemporáneas del Jurásico de China como Confuciusornis; y éstas, a su vez se consideran dinosaurios terópodos (suborden Theropoda) por la presencia en sus extremidades de tres dedos funcionales, así como huesos huecos. Dentro de los Theropoda pertenecen al clado de los Tetanurae, por mantener tres dedos en las manos y en Tetanurae se consideran Maniraptora por la forma de su hueso semilunar. Como maniraptores se consideran aves por tener el primer dedo del pie invertido y menos de 26 vértebras caudales. Esto según Padian y Chiappe.

 

Incluso Archaeopteryx podría no estar dentro de las aves más antiguas, ya que se discute si el fósil de Protoavis del Triásico tardío de Texas (210 millones de años) es o no un ave. Fuera de esta discusión, las aves forman parte de la diversidad de dinosaurios que vivió durante el Jurásico y Cretácico, especialmente durante este segundo periodo. Actualmente, suponemos que una gran variedad de parvadas de enantiornitas convivieron cotidianamente con algunos de los dinosaurios más icónicos como saurópsidos, ceratópsidos, hadrosáuridos y tiranosáuridos. ¡Volando y cantando coloridamente sobre su reinado!

 

¿Pero Archaeopteryx podía volar? Actualmente esta es una discusión emocionante entre los paleontólogos, quienes han formulado varias hipótesis. Se ha propuesto la hipótesis de «trepar para escapar», en la cual se sugiere que esta ave era arborícola y trepaba a plataformas -rocas o árboles- de despegue para de ahí impulsarse en un salto aleteando hasta una plataforma más alta de resguardo, desde la cual podría lanzarse y planear brevemente. Otra hipótesis, «carrera inclinada facilitada por las alas», propone que estas aves podrían utilizar el batido de sus alas para generar un impulso vertical hacia el suelo en superficies muy inclinadas, es decir, las aves buscarían mantener un centro de gravedad bajo para alcanzar mayor velocidad al correr cuesta arriba. Por último, se ha considerado la hipótesis «desde el suelo hacia arriba», en la cual se propone que estas aves podían alcanzar una gran aceleración al batir sus alas mientras corrían, pasando de 2 m*s-1 a 7.8 m*s-1 para luego brincar y comenzar a volar en una estela de vórtices continuos, incapaces de poder volar a baja velocidad o maniobrar. Imagine cuántas de estas aves no escaparon despavoridas de sus depredadores, volando en vaivén con respecto al suelo, en donde incluso la enorme cola contribuía en la sustentación del ave.

 

Cuán fácil es sentir el vuelo cuando pensamos en aves, pues son estos dinosaurios los que actualmente conquistan nuestros cielos. Pensar que su acelerada búsqueda por elevarse inició hace 150 millones de años y que de esos primeros intentos por alejarse del suelo, es que una pluma se les ha desprendido y grácilmente ha caído. Hoy sabemos que esta primera pluma antigua de 1860 era una pluma de cobertura, cuyos melanosomas sugieren un patrón de coloración negro mate, el cual se vuelve más negro hacia la punta. Una litografía sólo posible en las rocas calizas del lagerstatten Solnhofen, por aquellos organismos que han transitado entre la inmiscibilidad de la tierra y el cielo, la extinción y la vida.

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