02.02.2018
Dr. Enrique González Sosa
El ciclo natural de la luz, del día y de la noche, sin duda fue un elemento fundamental para que la vida emergiera en la superficie terrestre, generando el desarrollo de fenómenos biológicos de los diversos ecosistemas existentes en el mundo; sin embargo, el crecimiento de la luz artificial que ilumina las noches de las ciudades ha venido a romper ese patrón natural de iluminación. Quizá, en el último siglo, el rompimiento del ciclo se ha acentuado. Hoy en día, existe una diversidad de fuentes de luz artificial: la luz de las calles, las luces de información y de anuncios, las luces arquitectónicas, las luces para seguridad, la luz doméstica y la luz de los automóviles.
Las luces artificiales que iluminan las noches de las ciudades (ALAN, siglas en Inglés) presentan intensidades y tiempos de iluminación incompatibles con el ciclo de lumínico natural del planeta. De acuerdo con las observaciones de la irradiancia emitida por la urbanización, con el Sistema de Escaneo de Líneas (OLS) -implementado en los satelitales del Programa Meteorológico de la Defensa (DMPS) de los EE.UU., con captores espectrales entre 440 nm y 990 nm, de alta sensibilidad en el rango de 550 nm a 650 nm, para cubrir las emisiones primarias de las lámparas que iluminan las noches de las ciudades: de vapor de mercurio (545nm - 575nm), de sodio a alta presión (540 nm - 630nm) y de baja presión de sodio (589 nm)-, se reporta que 99 % de EE.UU., la Unión Europea y cerca de dos tercios de la población mundial habitan en áreas donde la brillantez nocturna rebasa el umbral del estatus de contaminación lumínica (brillantez luminosa del espacio mayor a 10 % de la brillantez nocturna arriba de los 45°).
Si bien, como es referido, la contaminación lumínica podría visualizarse como un impacto antropogénico inerme, en comparación con los efectos asociados a la emisión de gases de efecto invernadero y el aumento de la temperatura del planeta -puesto que sólo altera el ciclo luminoso nocturno; es decir, los espectros luminosos contenidos en ALAN, incluyendo las luces blancas, LED (light emitting diode) y el uso de la iluminación inteligente (Smart Illumination)-, los sistemas biológicos o ecosistemas urbanos son alterados de forma importante por la iluminación nocturna.
Algunos estudios han comenzado a demostrar cambios fisiológicos y en el comportamiento individual de organismos, pero los impactos en la población, comunidades y el funcionamiento de los ecosistemas son poco conocidos. En este tenor, la iluminación nocturna induce que los árboles de zonas urbanas y periurbanas vivan días eternos, que no reposen, que no distingan el tiempo ni el periodo de asimilación de luz, ni el tiempo de florecimiento o de dormir.
Un estudio realizado por investigadores de Finlandia, Hungría y Austria, con un escáner altamente sensible, mostró que los árboles se inclinan 10 cm al llegar la noche y así permanecen hasta al inicio del siguiente día, es decir, duermen. Otro estudio, llevado a cabo por el Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, y publicado en Journal of Ecology (2016, 104, 611-620), señala que la luz nocturna afecta el crecimiento y fenología de las plantas: la iluminación nocturna les hace perder la referencia sobre el proceso de fotosíntesis. En otro trabajo publicado en Nature (548, 206-209, 10 de agosto de 2017), reporta una reducción de 60 % de la presencia de insectos polinizadores y una disminución de las especies en 29 %, ocasionadas por la iluminación nocturna.
Si sólo nos enfocáramos al costo estimado por servicio ambiental (State University of New York) de los arboles urbanos, éste sería de 1.2 millones de dólares por kilómetro cuadrado: producción de oxígeno, reducción de la temperatura y captura de partículas finas, sin tomar en consideración los costos ocasionados por la contaminación lumínica de las ciudades. Es por ello, que aún queda por saber y aprender cómo la contaminación lumínica responde a los embates de los efectos del cambio climático. En una primera idea, podríamos creer que los árboles urbanos del mundo y de México tendrían una mayor transpiración, aumentarían el vapor de agua atmosférico por el efecto disruptivo de las luces de la ciudad y, en consecuencia, un aumento en la precipitación. Ante ello, estaríamos en el dilema: apagamos la luz o engendramos nuevas especies de vegetación urbana antropogénicamente modificadas.