07.2017
Dra. Laurence Le Bouhellec
Directora Académica
Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte
Universidad de las Américas Puebla
Aunque quizá no resulte tan obvio, Francis Bacon es un artista, cuya producción se inscribe en la más pura tradición de la pintura occidental, construida en torno a la representación de la figura humana. Y si bien, en un principio, los óleos del irlandés más bien disgustaron -lo que lo llevó a destruir la mayor parte de su producción realizada antes de los años 40-, hoy en día alcanzan altísimos precios: el pasado 21 de junio, un tríptico pintado en 1969 se vendió por más de 142 millones de dólares en la casa Christie’s de Nueva York, imponiendo de paso un nuevo récord como la obra de arte más cara jamás subastada. En otra venta, realizada en mayo, Doble autorretrato de Francis Bacon, se vendió en 35 millones de dólares en Sotheby’s, Nueva York. Estos precios indican que se está ahora reconociendo como uno de los grandes artistas del siglo XX y uno de los pintores más originales de este siglo, no solamente por su peculiar tratamiento dado a la figura humana, sino también por su atípica concepción del campo pictórico de representación.
Data de abril 1945, la primera de sus obras que Francis Bacon reconoció como seria. Se titula Tres estudios de figuras al pie de una crucifixión y contiene algunos de los ingredientes que, décadas más tarde, permitirían identificar el inconfundible estilo del pintor. Entre aquellos ingredientes destacan: un cierto tipo de pincelada, abiertamente brusca, combinada puntualmente con pintura directamente aventada sobre el lienzo, una paleta de colores que busca producir un shock visual, una sistemática distorsión del campo figurativo con un cierto énfasis en la cabeza y la boca abierta1, y una muy personal concepción del espacio de representación de la escena: cerrado y vacío a la vez, con algunos elementos curvos.
En más de una ocasión, al ser interrogado sobre el porqué de sus figuras humanas siempre distorsionadas, Francis Bacon contestó que, para él, si algo caracteriza precisamente al espectador moderno es el hecho de buscar sensaciones estéticas no sometidas ni relacionadas con una representación fiel de la realidad. Este trabajo de deconstrucción de la estructura anatómica humana -para decirlo de manera muy general- fue la punta de lanza de las luchas emprendidas por las primeras vanguardias artísticas históricas para poder deshacerse del canon académico de representación.
Pero a este ingrediente de corte histórico, Francis Bacon agregó su toque personal: la concentración, entendida como la posibilidad de no dispersar el campo de visibilidad del ser humano en detalles anatómicos o de vestimenta, sino condensar y consolidar la imagen del cuerpo representado a partir de sus elementos más importantes a nivel de impacto estético: la boca, la musculatura o el movimiento de alguno(s) de sus miembros.
Al respecto, hay que agregar que el pintor irlandés siempre dejó muy clara la separación que existe entre una imagen y una ilustración: como pintor figurativo se abocó a la producción de imágenes y una imagen puede llegar a presentar una realidad distorsionada a diferencia de una ilustración, que obliga al artista a cumplir al pie de la letra con el canon de representación preestablecido para asegurar que lo visualmente producido se parezca con la realidad. Dicho, en otros términos, como pintor, Francis Bacon ha producido imágenes cuya esencia está en la cristalización de un concentrado de realidad antropomorfa y en las que cualquier campo de narrativa queda excluido: «No cuento historias porque no tengo nada que contar».
Pero, sin la menor duda, parte de la peculiaridad visual de lo que ha producido Francis Bacon se origina también en su singular técnica: todo sucedió cuando se le ocurrió voltear uno de los lienzos que ya tenía trabajado y empezar a pintar al revés, sobre la parte no preparada de la tela. Y sobre esta parte, a diferencia de la otra, no se puede borrar porque la superficie virgen atrapa y fija instantáneamente lo que se le aplica. Entonces, el trabajo tiene que realizarse sin el menor error. Desde aquella vez en que lo descubrió, Francis Bacon no ha vuelto a trabajar sobre la parte preparada de la tela.
A nivel técnico, su gran rival es la fotografía. En su diminuto estudio se apilaban cantidades impresionantes de libros de fotografías que, a menudo, hojeaba y consultaba: de las fotografías observadas solían surgir imágenes que lo obsesionaban hasta que intentase -y lograse- plasmarlas en el lienzo. Las que más le gustaban eran de animales salvajes, en específico, las que los representaban en movimiento. También le gustaban las fotografías de seres deformes, en particular, las que fueron tomadas por Edward Muybridge. Pero no se trata de imitar el trabajo del fotógrafo ni tampoco de rebanar el campo de representación de la imagen en el lienzo, como lo han hecho los futuristas italianos que buscaron también una manera de fijar el movimiento en el lienzo. El objetivo del artista irlandés es muy claro: crear una imagen antropomorfa dinámica -y bien se entiende que, por lo mismo, no puede presentar más que un concentrado de realidad-.
Francis Bacon no recurre ni al dibujo ni al esbozo previo; siempre ha confiado que, desde su más profundo inconsciente pueden surgir imágenes increíbles y si bien dice tener una idea clara de lo que quiere hacer, el mayor desafío siempre ha estado en encontrar la técnica adecuada para recrear lo real de carne y hueso en pintura. Al público que ha tachado de «fea» su pintura, él ha respondido tranquilamente que uno no puede decir que una pintura es fea, porque recrea la realidad y la violencia de la propia vida; solamente la ilustración y no la imagen de la realidad puede ser «bella» o «fea»; la imagen solamente es.
Desde la tradición del pensamiento aristotélico, se ha repetido que lo que caracteriza al trabajo del artista es darle forma a la materia. Para Gilles Deleuze, la pintura de Francis Bacon marca la transición entre esta tradicional y antigua pareja materia-forma hacia otra: material-fuerzas, porque ya no se trata de reproducir o inventar formas, sino de captar fuerzas. Si el arte ha logrado deslindarse por completo del acto de sometimiento de una materia pasiva a la forma es porque ha dejado de ser un fijar para convertirse en un devenir. Y para captar y representar fuerzas cada vez más intensas, al artista le toca elaborar materiales cada vez más ricos y consistentes. Esta manera diferente de trabajar la materia pictórica fundamenta una peculiar lógica de la sensación, que establece una precisa relación entre la obra y el espectador en términos de afectos o sensaciones: en el material elaborado por el artista se van a ir manifestando fuerzas imperceptibles que solamente se vuelven perceptibles y aprehensibles por un preciso material y su específica manera de haber sido trabajado por el artista, fuerzas que terminarán afectando al espectador.
Por otra parte, para Gilles Deleuze y Féliz Guattari, uno de los principales logros del trabajo pictórico de Francis Bacon es haber logrado en la visibilidad y trazabilidad de la materia pictórica un CsO, dicho en otros términos, lo que para el artista es un concentrado de realidad, para estos dos investigadores es un Cuerpo sin Órganos, un CsO, un cuerpo intenso, un cuerpo intensivo que ha logrado transformarse en un potente centro de afectos al posicionarse en un más allá definicional de lo que cierta tradición epistemológica suele entender como cuerpo, tanto a nivel teórico como en cuanto a campo de representación plástica. Y sin la menor duda posible, tal es el desafío que se planteó -y logró- Francis Bacon.
1Francis Bacon tuvo en su juventud un libro sobre enfermedades bucales con ilustraciones hechas a mano que llegaron a fascinarlo. De ahí, su interés en que las bocas que se dejan ver en sus lienzos sean abiertas, aunque casi siempre aparecen negras y no se llega a distinguir a detalle su interior.