Como el teórico Juan Acha lo planteó en el último cuarto del siglo pasado, con el surgimiento de los diseños inició en la cultura occidental —que hoy
por hoy es la cultura hegemónica—, la coexistencia de tres sistemas especializados de producción que forman parte de la esfera de lo estético: el de las artesanías, el de las artes y el de los
diseños.
Él mismo subrayó que son pocas las personas que, en la actualidad, satisfacen algunas de sus necesidades sensibles primordiales mediante el consumo (término que, para el caso de lo cultural no
necesariamente equivale a adquisición) de objetos manufacturados de índole artesanal —y que el número de esos consumidores se reduce, de una manera creciente, como también disminuye la frecuencia con
la que tal consumo ocurre—; que la repercusión social de los productos llamados artísticos es limitada debido al escaso impacto demográfico que consiguen y que, en términos históricos, resultan
arcaísmos; y que, por su parte, los diseños –reproducidos industrialmente– tienen alcances multitudinarios, resultan satisfactores masivos para necesidades estéticas compartidas por la mayor parte de
la población en el presente contexto global y, en este mismo ámbito, constituyen el sistema más avanzado de producción estética.
Tanto es así que —y ya sin inmiscuir directamente a Acha— son cada vez más los artistas visuales y conceptuales en activo que abrevan de los diseños; esto es, que incorporan a sus obras elementos (ya
sean éstos sensibles, temáticos, técnicos, formales o alguna combinación de los mismos) que provienen de los diseños.
A la vez, resulta cada vez más notoria la influencia de los diseños en las artesanías, por ejemplo, en la elaboración de juguetes articulados de madera con la fisionomía de Pink Panther, en la de
coloridas obleas comestibles con rasgos de personajes de The Simpsons o bien, en versiones en relieves cerámicos policromados de la interpretación de la Virgen de Guadalupe de la autoría de Amparo
Serrano, Amparín, quien es titular de la marca registrada Distroller.
Debido, entre otras razones, a la ubicación de la economía de nuestro país en el medio financiero mundial como una economía de índole dependiente y, también, a consecuencia de la toma de las
decisiones políticas en lo internacional –que en el grupo en el gobierno se acatan y se imponen a escala nacional, aun a costa de mermar drásticamente nuestra autonomía colectiva (a la cual desde
luego que tenemos derecho)–, es que el desarrollo de los diseños audiovisuales, de moda o industrial1 mexicanos, por ejemplo, ha sido tan limitado como subsidiario; situación que apenas ha comenzado
a variar mediante casos como el de Distroller, el de los artículos con personajes de Fulanitos o el de Huevocartoons.com.
Ahora bien, contrariamente a lo que ha sucedido con los diseñadores mencionados, desde los años 60 del siglo XX, nuestros diseñadores gráficos y editoriales sí han conseguido resonancia para los
aportes de consideración que han hecho a la cultura local, así como a la de la región latinoamericana y, en consecuencia, a la de Occidente (a la de esta parte de Occidente, al menos).
El abordaje histórico del devenir del diseño gráfico nacional no es incipiente en México, como tampoco es nueva la conformación de acervos documentales especializados, mismos que constituyen las
bases indispensables para toda investigación, sólo que por ciertas razones –que tal vez sean otras que las del azar (aun cuando ignoro cuáles sean éstas)–, en fechas recientes, se editaron dos libros
con el mismo tema: la Historia del diseño gráfico en México durante la centuria más reciente, lo cual ha hecho parecer que en este país apenas se ha comenzado a historiar esta disciplina... mas no es
así, por más que en ambas ediciones se afirme que se trata de estudios pioneros en su ramo.
El primero de estos volúmenes tiene 464 páginas, lleva por título Diseño gráfico en México. 100 años. 1900-2000, su texto principal y su diseño son de la autoría de Giovanni Troconi, fue publicado
por Artes de México en noviembre de 2010 y comenzó a ser distribuido en diciembre de aquel año. El segundo, de 528 páginas, es Historia del diseño gráfico en México de Luz del Carmen Vilchis, fue
diseñado por el despacho S, consultores en diseño y fue editado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en octubre de 2010, aun cuando su distribución comenzó en 2011.
Más allá de los distintos (aunque muy próximos) periodos de estudio mencionados en sus títulos y de la diferencia de 64 páginas que existe entre ambos, estos dos libros contrastan por otras varias
razones y de un peso mayor que unas fechas o unos pliegos.
El que es de la autoría corporativa de Artes de México fue editado por Margarita de Orellana, se realizó en coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana y fue subsidiado parcialmente con
recursos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Además del escrito central de Troconi, cuenta con otros que son ensayos breves firmados por 12 autores y carece de indicación de tiraje.
El de Luz del Carmen Vilchis fue coordinado, en cuanto a lo editorial, por María Eugenia Murrieta. Se trató de una de las publicaciones apoyadas por el Gobierno Federal para las conmemoraciones
bicentenaria y centenaria rememoradas en 2010, asimismo, contó con el patrocinio indirecto —que no se menciona en el volumen— de la Universidad Nacional Autónoma de México, pues su autora fue eximida
durante un lapso de sus labores como investigadora y profesora en la Escuela Nacional de Artes Plásticas para que con el apoyo de 24 becarios se ocupara de finalizar su libro, del cual se tiraron mil
ejemplares.
Amén de las diferencias señaladas en estos dos libros en los que se aborda una parte de indudable peso para la Historia de los diseños mexicanos, existen otras varias de no poca monta, de las cuales
destaca sin duda alguna la pluralidad del de Artes de México, consecuencia de las varias autorías fusionadas merced a una directriz clara, contra lo selectivo que caracteriza al del INBA, resultado
del titánico afán enciclopedista emprendido por la doctora Vilchis. Ambos volúmenes, empero, son bienvenidos en el contexto nacional, en tanto que contribuyen a erigir la Historia de los diseños
mexicanos.
1En México casi no hay industria propia. Acaso hubo maquila.