¡Serendipia!  Polvo inteligente

«Químicos de la Universidad de California San Diego (UCSD) desarrollan partículas de silicio que se autoensamblan: un primer paso hacia los robots del tamaño de un grano de arena». Este fue el título del comunicado que emitió la UCSD en agosto de 2003, luego de reconocer que el accidente de laboratorio de su entonces alumna de Química, Jamie Link, había dado por resultado el descubrimiento del «polvo inteligente».

A 16 años de su serendípico hallazgo, estos pequeñísimos chips de silicio son empleados en la detección rápida y remota de tumores, agentes químicos y biológicos; pruebas ambientales; administración de medicamentos; control del agua potable; entre otras aplicaciones.

El acontecimiento ocurrió en el laboratorio del Departamento de Química y Bioquímica de la UCSD, donde Jamie Link trabajaba en el desarrollo de un chip de silicio -una película multicapa delgada de silicio poroso sobre un sustrato cristalino-, cuando durante su manipulación lo rompió accidentalmente y observó el comportamiento de las partes resultantes.

Su asombro surgió cuando notó que cada uno de los trozos presentaba las mismas propiedades del chip original, concluyendo que eran capaces de funcionar de manera independiente. Ahí estaban, chips de silicio del tamaño de un grano de polvo: se unían, orientaban y percibían el ambiente que les rodeaba.

Bajo el acompañamiento de su profesor Michael Sailor, experimentado en el campo de los sensores porosos de silicio desde 1990, Link modificó su descubrimiento dándole a cada cara de las partículas de silicio inteligentes un color y una propiedad distinta, a fin de que éstos sirvieran como detectores: por un lado, verde y reflectante poroso, y por el otro, rojo e hidrofóbico. De esta forma, Link abrió las posibilidades para la aplicación del «polvo inteligente» en la pujante tendencia hacia la miniaturización tecnológica.