E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA

29.08.2019

La falacia de la teoría económica dominante

Dr. Luca Ferrari

Embustero. Ilustración: Jorge Alcántara 2019
Dr. Luca Ferrari

Se dice que el dinero mueve al mundo y, quizá, por esta razón los economistas tienen tanto poder. La Secretaría de Hacienda (o los ministerios de finanzas en otros países), así como los bancos centrales, están manejados por economistas que tienen un gran poder sobre la política de un país, a veces, hasta mayor que el del presidente. También existe un consenso acerca de que la ciencia es la mejor descripción y explicación de los procesos del mundo físico; sin embargo, el pensamiento económico dominante no considera las leyes de la Física, la Geología y la Ecología.

 

Desde el siglo XIX, la economía ha sido una ciencia social muy separada de las ciencias físicas y naturales. En las escuelas de todo el mundo la teoría dominante es la llamada Economía Neoclásica, en la que los sistemas económicos se modelan como un flujo circular de dinero entre empresas que producen y hogares que consumen, sin considerar el flujo de energía y materiales desde y hacia el medio ambiente1.

 

En realidad, el dinero es sólo un medio de intercambio y lo que mueve al mundo es la energía y las materias primas, que pueden ser transformadas gracias a ella. En el modelo económico estándar, la energía y las materias primas que entran al sistema económico se ignoran o, en el mejor de los casos, se incluyen bajo el término «tierra» o «capital» sin ningún tratamiento explícito aparte, ocasionalmente, su precio.

 

Otro aspecto que no se considera es el flujo hacía afuera, es decir, los desechos de las actividades económicas, como lo son los gases de efecto invernadero que enviamos a la atmósfera y todas las sustancias contaminantes que vertimos al agua y al suelo. La actividad económica, al parecer, puede escaparse de la segunda Ley de la Termodinámica.

 

Los economistas hablan a menudo de «sustitutos» y de «innovación tecnológica», como si éstos pudieran suplir los recursos energéticos no renovables menguantes o la, cada vez menor, capacidad del medio ambiente y de los ecosistemas de absorber nuestros desechos. Al ignorar los límites energéticos y ambientales del planeta en que vivimos, los economistas creen que la economía puede crecer infinitamente y centran su mirada en un solo indicador: el crecimiento del PIB, que además se mide en incrementos anuales y, por lo tanto, es exponencial. Para ejemplificar qué significa esto, consideren lo siguiente: el consumo de energía de Estados Unidos desde 1650 ha crecido a una tasa de 2,3 % por año. Si continuara creciendo a ese ritmo, en 345 años se necesitaría toda la energia solar que llega a la Tierra; en 1350 años, toda la energía del Sol; y en 2450 años, toda la energía de la Galaxia2.

 

¿Por qué esta aparente locura? Parte de la respuesta radica en el periodo reciente de energía fósil barata y aparentemente ilimitada, que ha permitido ignorar los límites biofísicos del planeta. Sin restricciones significativas de energía y otros recursos, los economistas han creído que cualquier transacción económica se basa en la elección de humanos insaciables que intentan obtener la máxima satisfacción psicológica del dinero a su disposición y donde el mercado parece tener una capacidad infinita para satisfacer estas necesidades y deseos.

 

De hecho, la abundancia de energía barata durante el siglo pasado pemitió el crecimiento casi constante de la economía mundial, sólo puntuado por breves periodos de recesión debidos a los excesos del mercado (burbujas especulativas). Sin embargo, al entrar en la era de la energía cara (petróleo y gas no convencionales, fuentes renovables intermitentes) y a medida de que los impactos sociales y ambientales de la producción, y el consumo de energía (destrucción de los ecosistemas, cambio climático) se convierten en los principales problemas mundiales, el pensamiento económico neoclásico se vuelve cada vez más falaz.

 

Desde hace medio siglo existen alternativas a la Economía Neoclásica, sin embargo, se han quedado como visiones minoritarias en la disciplina. El economista y matemático estadístico de origen rumano, Nicolas Georgescu-Roegen, es considerado el padre de la Economía Ecológica Moderna (también llamada Economía Biofísica). En su obra más famosa, La ley de la entropía y el proceso económico, publicada en 1971, hace una crítica profunda a la teoría neoclásica desde la perspectiva de las Leyes de la Termodinámica. El segundo principio de la termodinámica dice que en toda transformación, la energía tiende a degradarse a cualidades cada vez más pobres (de un estado de mayor orden a uno de menor orden), lo que la hace progresivamente menos aprovechable. En este sentido, Georgescu observa que todas las actividades económicas del hombre están acelerando la degradación de la energía y también de la materia: «Durante el uso de materiales, siempre hay una parte que se degrada y que es imposible de recuperar, ni con los métodos más futuristas de reciclado». Su conclusión más importante es que el crecimiento económico no es la solución a los problemas económicos, sino es la principal causa de los problemas ambientales: «Es imposible un crecimiento exponencial indefinido en un medio ambiente que es finito».

 

Existe también una visión económica ética del problema. En contraste a la lógica consumista occidental, algunos economistas proponen aplicar los preceptos del budismo para llegar a una economía enfocada en la comunidad y que se haga responsable de su entorno natural. El primer economista que propuso crear una economía basada en los fundamentos budistas fue E. F. Schumacher que, en 1956, publicó su obra Lo pequeño es hermoso, donde ideas tan arraigadas en nuestra sociedad como: «el crecimiento es bueno» o «más es mejor» son descartadas por ser claramente insostenibles.

 

Mientras que la economía tradicional se concentra en el interés propio, los economistas budistas creen que el enfoque basado en el interés propio y oportunista, finalmente, siempre produce sufrimiento, porque se basa en deseos que nunca dan la felicidad verdadera y que en el camino, frecuentemente, perjudican a los demás. El pensamiento económico tradicional enfatiza la importancia de maximizar las ganancias y las ganancias individuales, mientras que el principio subyacente de la economía budista es el de minimizar el sufrimiento (pérdidas) para todos los seres vivos o no vivos, en otras palabras, maximizar el bienestar por medio de un consumo suficiente. Para ello, el PIB, incompleto para medir el bienestar, es sustituido por la Felicidad Nacional Bruta, que mide el bienestar y la felicidad a través de varios factores como el bienestar económico y ambiental; la salud física y mental y; el bienestar laboral, social y político. Ideas para incorporar a la cuarta transformación.

 

 

1 Hall, C. A., & Klitgaard, K. (2018). Energy and the wealth of nations: An introduction to biophysical economics. Springer.

2 https://dothemath.ucsd.edu/2011/07/galactic-scale-energy/

 

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