E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA
23.07.2025
Dr. Luca Ferrari
Digan lo que digan los economistas neoclásicos, la economía es energía: no existe actividad económica sin consumo energético. La correlación empírica entre el consumo de energía y el Producto Interno Bruto (PIB) es casi perfecta.[1] Aunque se ha sostenido que los países occidentales han logrado desacoplar el crecimiento económico del consumo energético al transformarse en «economías de servicios», lo cierto es que siguen dependiendo de bienes materiales como acero, concreto, productos plásticos y electrónicos, así como alimentos; todos producidos mediante la quema masiva de combustibles fósiles en otras regiones, especialmente en China y otros países asiáticos, pero también en México.
En realidad, la globalización no ha reducido la huella energética del modelo económico global, simplemente ha trasladado la ubicación de fábricas, minas y emisiones. Ninguna economía en el mundo puede considerarse ecológicamente sostenible ni energéticamente eficiente en un contexto global. En esta contribución veremos cómo la transición energética que está ocurriendo no es la que nos dice la narrativa oficial -de fuentes fósiles a renovables-, sino más bien en la distribución geográfica del consumo de los recursos energéticos y materiales que quedan en el mundo.
Una de las publicaciones más completas y reconocidas sobre la situación energética global es el Statistical Review of World Energy, que el Energy Institute (EI) publica anualmente[2]. Su edición más reciente, publicada a finales de junio, ofrece una serie histórica detallada por país o región que abarca varias décadas, lo cual permite analizar cuantitativamente las tendencias globales y regionales del sistema energético.
Lo primero que salta a la vista al revisar esta vasta base de datos es la persistente y abrumadora dependencia del mundo hacia los combustibles fósiles. Este año, el EI actualizó su metodología para estimar la producción de fuentes renovables -hidroeléctrica, solar y eólica- basándose en su contenido energético real, en lugar del método anterior que utilizaba la equivalencia térmica -es decir, la cantidad de combustible fósil que se necesitaría para generar la misma electricidad en una central térmica-.
Con esta nueva metodología, la proporción de energía primaria proveniente de combustibles fósiles pasó de representar 94 % en 1980 a 87 % en 2024; con el método anterior habría sido de 81%. En otras palabras, en 45 años apenas se ha reducido 7 % la dependencia global de los fósiles. Si observamos las cifras absolutas, el consumo total de energía se ha multiplicado por 2.27 en ese mismo periodo. En 2024, el restante 13 % de la matriz energética mundial se repartió entre la energía nuclear (5.1 %) y las fuentes renovables (7.3 %). De éstas, la solar y eólica combinadas apenas alcanzaron 2.8 %, superando por poco a la hidroeléctrica (2.7 %).
A pesar de ser las fuentes con mayor crecimiento relativo, su contribución sigue siendo marginal, lo que pone en duda la viabilidad de mantener el sistema actual basándose exclusivamente en ellas. De hecho, el grueso del crecimiento renovable ocurre en China, que genera cerca de 40 % de toda la energía solar y eólica del mundo. Sin embargo, en ese mismo país, el aumento en la generación a partir de combustibles fósiles es casi el doble que el de las renovables, lo cual evidencia que, en la práctica, no está ocurriendo una transición energética real: las fuentes renovables no están reemplazando a los fósiles, sino sumándose a ellos para sostener un consumo energético global en constante expansión.
En lo que respecta a los combustibles fósiles, el informe confirma que el pico global de producción de petróleo crudo y condensados se alcanzó en 2018. Sin embargo, un aspecto particularmente preocupante es la situación del diésel. Aunque su producción global ha vuelto a alcanzar los niveles de 2018, su consumo per cápita no ha crecido desde el periodo 2008-2015 y ha venido disminuyendo lentamente desde entonces.
El diésel es la columna vertebral del sistema económico moderno. Es un combustible esencial para el transporte pesado terrestre y marítimo, la agricultura mecanizada, la minería, la industria de la construcción e, incluso, para sistemas de respaldo en la generación eléctrica. Se trata de un insumo difícil de sustituir y cuya reducción en el consumo, cuando ha ocurrido, ha sido casi exclusivamente por caídas forzadas en la demanda, como durante la pandemia.
El hecho de que su consumo per cápita esté disminuyendo y que la producción global apenas haya regresado a los niveles previos a la pandemia, sugiere un problema estructural de oferta. Esto se relaciona directamente con el tipo de petróleo que se está extrayendo actualmente. Desde hace casi dos décadas, la producción de petróleo convencional -que incluye fracciones intermedias y pesadas adecuadas para refinar diésel- ha alcanzado su máximo y se encuentra en lento declive. El crecimiento marginal en la producción total proviene del petróleo de lutitas (shale oil), extraído mediante fracturamiento hidráulico (fracking), un crudo mucho más ligero que, por sí solo, no permite obtener diésel.
Por otro lado, el crecimiento de las fuentes renovables, así como la electrificación del transporte y de ciertos sectores industriales, enfrenta un obstáculo crucial: la limitada expansión en la producción de cobre, un insumo esencial para todas las aplicaciones eléctricas y electrónicas. Según los datos del Statistical Review of World Energy, a pesar del aumento proyectado en la demanda de este metal, la producción prácticamente no ha crecido en la última década y varios estudios vislumbran un déficit significativo para 2030.
Otros minerales críticos, como los del grupo del platino -utilizados en diversas aplicaciones industriales, incluidas las tecnologías verdes-, muestran una tendencia similar. Aunque es tentador creer que las fuentes renovables «aprovechan la energía del Sol», estas tecnologías también se construyen a partir de materiales no renovables extraídos y procesados con energía no renovable[3]. La infraestructura necesaria para explotar las fuentes renovables requiere combustibles fósiles en todas las etapas de su ciclo de vida. En ese sentido, un gran parque solar depende de combustibles fósiles y recursos minerales no renovables como una central termoeléctrica.
Si bien aún existen millones de toneladas de minerales y grandes cantidades de petróleo en el subsuelo, solo una fracción de estos recursos es técnica y económicamente accesible. El resto se encuentra a grandes profundidades, en condiciones geológicas complejas o presenta una calidad tan baja que no resulta rentable su extracción.
Un problema estructural que afecta a toda la industria extractiva -tanto en el ámbito de los combustibles fósiles como en la minería, esta última esencial para el desarrollo de la industria «verde» y renovable- es el aumento constante de los costos de extracción. Esto se debe a que los yacimientos más ricos y de fácil acceso ya han sido explotados, y los que restan requieren una mayor inversión energética, mayor uso de agua y más infraestructura para poder ser aprovechados.
En el caso de los combustibles fósiles, esta dificultad se manifiesta en una creciente dependencia de los llamados recursos no convencionales, como el petróleo y el gas de lutitas (shale), cuya extracción exige el uso masivo de fracturamiento hidráulico (fracking). Esta técnica, además de tener un alto impacto ambiental, ofrece una productividad mucho menor por pozo y una vida útil significativamente más corta. En promedio, los costos de producción pueden ser hasta tres veces superiores a los de los yacimientos convencionales.
En la minería, el fenómeno se manifiesta en la disminución continua de la concentración de mineral (la ley del mineral)[4]. Esto significa que, para obtener la misma cantidad de metal refinado, es necesario remover y procesar volúmenes crecientes de roca. Este proceso requiere grandes cantidades de energía -principalmente en forma de diésel- y agua, utilizada en las distintas etapas de concentración de los metales[5]. Como resultado, no solo aumentan los costos energéticos y operativos, sino también la generación de residuos y el impacto ambiental asociado.
Incluso sin considerar los costos ambientales -que deberían ser contabilizados, pero que con frecuencia se externalizan-, los recursos fósiles y minerales aún por explotar son significativamente más costosos que en el pasado. Además, la exploración, evaluación y desarrollo de nuevos yacimientos se ha vuelto cada vez más compleja, llegando a requerir 17 años antes de iniciar la producción efectiva[6]. Este panorama ha generado una creciente reticencia por parte de las empresas a invertir en nuevos proyectos que implican grandes desembolsos iniciales y largos plazos de recuperación, sin garantía de que los precios futuros cubran los costos.
Al mismo tiempo, el aumento de la desigualdad en los países occidentales ha limitado la demanda, ya que solo una minoría puede absorber el encarecimiento de los bienes. En este contexto, desde hace más de una década, varias compañías del sector optan por no desarrollar nuevos proyectos y, en su lugar, reinvierten sus utilidades en recomprar sus propias acciones. Esta estrategia eleva artificialmente el valor en bolsa de la empresa, mejora los dividendos y beneficia directamente a los altos directivos a través de bonos e incentivos vinculados al desempeño bursátil.
Las tendencias descritas son generales pero su desenlace no es uniforme en todo el mundo. El sistema internacional se está reorganizando en torno a dos grandes bloques con un acceso claramente diferenciado a los recursos que aún quedan. Por un lado, se encuentra EE. UU. junto con sus aliados (subordinados) tradicionales del G7 -la Unión Europea, el Reino Unido, Canadá y Japón-; por el otro, los países que integran la alianza BRICS+, conformada inicialmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y recientemente ampliada con la incorporación de Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e Indonesia. Este último bloque, BRICS+, representa aproximadamente 45 % de la población mundial, frente al 10 % del G7. Además, concentra alrededor de 36 % del Producto Interno Bruto global medido en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), superando el 30% que agrupan los países del G7.
Sin embargo, lo más relevante en esta transformación global no son solo los indicadores económicos, sino los recursos que controla cada bloque y su capacidad industrial. La mayoría de las reservas remanentes de petróleo convencional se encuentran en los países BRICS+, que en conjunto producen más de la mitad del petróleo mundial. Asimismo, los principales productores de minerales críticos para la industria de tecnologías renovables también pertenecen al bloque BRICS+ o se localizan fuera del ámbito del G7, particularmente en América Latina. Finalmente, la gran mayoría de los minerales vinculados a las energías renovables -como el litio, el cobalto, las tierras raras y el cobre- son procesados en China, que ha consolidado una posición dominante en las cadenas de suministro estratégicas para la transición energética.
En este contexto, la verdadera transición energética que está ocurriendo no es una sustitución global de fuentes fósiles por renovables, sino una transición del poder económico y político desde el llamado «Occidente colectivo» (los países del G7 y sus aliados) hacia las naciones asiáticas en rápida industrialización y electrificación, con China a la cabeza.
El Statistical Review of World Energy permite visualizar claramente esta transformación al diferenciar el consumo energético de los países de la OCDE -esencialmente el Occidente colectivo- del resto del mundo. Según los datos de la edición 2024, los países de la OCDE consumieron 3 % menos de energía en comparación con 2014, y la Unión Europea, en particular, redujo su consumo en 10 %. Este descenso refleja un proceso acelerado de desindustrialización, especialmente desde la imposición de sanciones contra Rusia y ahora exacerbado por las políticas arancelarias de la administración Trump.
En contraste, el resto del mundo ha incrementado su consumo energético en 26 % durante el mismo período, lo que indica que aún experimenta cierto crecimiento económico real. Este patrón, sin embargo, tampoco es sostenible a largo plazo. Mientras el sistema energético global siga dependiendo en 87 % de combustibles fósiles y dado que, incluso, las energías renovables requieren grandes cantidades de carbón, petróleo y gas en su ciclo de vida hasta que los combustibles fósiles fáciles de obtener se agoten en los países BRICS+, el equilibrio de poder seguirá desplazándose hacia el Este.
No se les puede acusar de insensibilidad hacia la crisis climática: Europa occidental ha agotado primero sus recursos fósiles y EE. UU. lo está haciendo también hasta donde pueda. En conjunto, estos países han emitido muchas veces más cantidades de CO2 que el resto del mundo[7]. China, Rusia y sus aliados no dejarán de usar los recursos fósiles más baratos todavía a su alcance y continuarán ganando peso estratégico. Mientras tanto, Europa será cada vez menos relevante y EE. UU. enfrentará el agotamiento progresivo de su petróleo no convencional y la erosión de su hegemonía financiera, a medida que el dólar va perdiendo su capacidad de imponer señoraje en un sistema internacional cada vez más multipolar. Tiempo para reflexionar si una mayor integración con EE. UU. es realmente lo que conviene a México.
[1] Veáse https://www.artberman.com/blog/this-is-how-oil-ends/ (Fig. 6) para 2022 y https://ourworldindata.org/grapher/energy-use-per-person-vs-gdp-per-capita para una comparación histórica desde 1990.
[2] https://www.energyinst.org/statistical-review. El reporte fue publicado hasta 2022 por la empresa BP.
[3] https://www.revistaserendipia.com/ciencia/e3-energ%C3%ADa-ecolog%C3%ADa-econom%C3%ADa/el-mito-de-las-energ%C3%ADas-limpias-y-del-coche-el%C3%A9ctrico-no-contaminante/
[4] Slow but steady: declining ore grades jeopardize the mining industry’s sustainability - https://rough-polished.expert/en/analytics/140353.html
[5] Calvo, G., Mudd, G., Valero, A., & Valero, A. (2016). Decreasing ore grades in global metallic mining: a theoretical issue or a global reality? Resources, 5(4), 36. https://www.mdpi.com/2079-9276/5/4/36
[6] Para el cobre el tiempo medio entre el descubrimiento y el inicio de la producción es ahora de 17.9 años: https://www.spglobal.com/market-intelligence/en/news-insights/research/major-copper-discoveries; en el caso del petróleo es de 16.9 años: https://www.iea.org/data-and-statistics/charts/global-average-lead-times-from-discovery-to-production-2010-2019