BIOTHERIA

20.08.2025

El efecto placebo y su hermano, el efecto nocebo: cuando creer sana o enferma

Ilustración: Jorge Alcántara 2024

Dra. Sheila Iraís Peña Corona

En colaboración con el M. en C. Juan Isaac Chávez Corona y el Dr. Gerardo Leyva Gómez

Fotografía: Dra. Sheila Irais Peña Corona

A propósito de las fuertes lluvias que han aquejado a la Ciudad de México en las últimas semanas y, los constantes suplementos y fármacos que ingerimos para aquellos resfríos que podemos contraer, en esta ocasión, hablaremos del efecto placebo de los medicamentos y de otro menos conocido pero existente: el efecto nocebo. Ambos creados por nuestra mente, que pueden tener efectos muy importantes en la respuesta fisiológica de nuestros cuerpos.

 

Imaginemos el siguiente escenario… En una sala de hospital, un paciente recibe una pastilla que, según le dice su médico, es un potente analgésico. Minutos después, el dolor que lo aquejaba disminuye de forma notable. Lo que el paciente no sabe es que la pastilla no contiene principio activo ningún: es azúcar comprimida. El alivio que siente no es producto de un fármaco, sino del poder de su propia mente.

 

En otra habitación, otro paciente recibe una píldora idéntica. Antes de dársela, el médico le advierte que podría causarle dolor de cabeza o malestar estomacal. Horas más tarde, esos síntomas aparecen, aunque la pastilla era igualmente inofensiva.

 

Seguramente, en algún momento de nuestra vida hemos sido parte de alguna de estas escenas, que, por cierto, también se han documentado en estudios clínicos. Estos ejemplos, representan dos fenómenos: el efecto placebo y el efecto nocebo, dos caras opuestas de una misma moneda, que demuestran que nuestras expectativas y creencias pueden modificar los procesos fisiológicos.

 

Llama la atención que, por un lado, se manifieste un efecto terapéutico favorable al aliviar el dolor, mientras que, por otro, se produzcan repercusiones negativas en la salud. Los efectos placebo o nocebo además de ser creencias o sugestiones relacionadas con la ingesta de medicamentos, también se relacionan con cómo interpretamos lo que nos rodea, cómo interactuamos con quienes nos acompañan y, en consecuencia, cómo tomamos decisiones en nuestra vida diaria.

 

Es importante entender qué significa el término placebo. Su origen proviene del latín y se traduce como «complaceré». En el ámbito médico, hace referencia a una intervención que carece de un efecto farmacológico directo, pero que, aun así, puede generar una mejoría real en el paciente. Esta mejoría no implica que sea producto de la imaginación, por el contrario, en numerosos casos se han registrado cambios fisiológicos medibles en el organismo.

 

En tratamientos para el dolor, por ejemplo, el efecto placebo se asocia con la liberación de endorfinas y dopamina; neurotransmisores que reducen la percepción del dolor y generan sensaciones de bienestar. Estudios con resonancia magnética funcional han mostrado que, cuando un paciente cree que recibe un analgésico, su cerebro activa las mismas áreas que se estimulan con medicamentos reales.

 

El efecto placebo no se limita a las pastillas. Cirugías simuladas -en las que se realiza una incisión pero no el procedimiento terapéutico- han producido mejoras en pacientes con dolor de rodilla o enfermedad de Parkinson. También se han observado efectos positivos con terapias físicas ficticias y con simples rituales médicos, siempre que la persona crea que está recibiendo un tratamiento eficaz.

 

El efecto nocebo puede considerarse la contraparte oscura del placebo. Su nombre proviene del latín nocere, que significa «dañar». Este fenómeno se presenta cuando una expectativa negativa desencadena efectos adversos reales en el organismo.

 

En ensayos clínicos, es común que personas del grupo placebo reporten efectos secundarios idénticos a los del medicamento en evaluación. Si se advierte a un paciente que un tratamiento puede provocar náuseas, mareos o insomnio, es más probable que los experimente, aunque reciba una sustancia inerte.

 

El mecanismo es similar al del placebo, pero en dirección contraria: la expectativa negativa desencadena respuestas fisiológicas como aumento del cortisol, tensión muscular o cambios en la actividad eléctrica cerebral, que amplifican la percepción de dolor o malestar.

 

Comprender cómo los efectos esperados pueden influir de forma beneficiosa o perjudicial en la salud implica considerar las experiencias previas que moldean nuestra percepción sobre la administración de un medicamento. A continuación, se describen los principales mecanismos que intervienen en la aparición de dichos efectos.

 

1. Expectativa: Lo que creemos que ocurrirá puede moldear lo que sentimos. La mente anticipa una respuesta y el cuerpo actúa en consecuencia.

 

2. Condicionamiento: Experiencias previas influyen en nuestra reacción. Si un medicamento funcionó antes, esperamos que lo haga otra vez; si nos enfermó, tememos repetir el efecto.

 

3. Contexto y comunicación: la actitud del médico, el entorno de la consulta, el color y forma del medicamento o la manera en que se explica el tratamiento pueden amplificar o reducir estas respuestas.

 

Aunque en un primer momento pueda parecer que se trata de efectos intangibles, limitados a la imaginación o al ámbito exclusivamente psicológico, en realidad, ambos generan cambios físicos comprobables. Procesos como la liberación de neurotransmisores, la modulación de la actividad neuronal y la activación del sistema inmune ocurren de manera independiente a la voluntad consciente del paciente y, pueden ser cuantificados y medidos con herramientas científicas.

 

En el caso del dolor, el placebo puede reducir la actividad en regiones cerebrales asociadas con la señal nociceptiva. El nocebo, por el contrario, puede amplificarla haciendo que estímulos leves se perciban como más intensos.

 

Al conocer los efectos que puede tener la administración de sustancias placebo en la salud, surge la reflexión práctica sobre su uso: ¿es ético prescribir un fármaco que carece de ingredientes activos si sabemos que podría beneficiar al paciente? Este dilema ha acompañado a la medicina durante décadas. El efecto placebo es tan significativo que, en investigación, los ensayos clínicos lo emplean como referencia: para que un medicamento sea aprobado, debe demostrar una eficacia superior a la obtenida con un placebo.

 

El nocebo, por su parte, obliga a los médicos y clínicos a reflexionar sobre cómo comunican la información. Advertir sobre efectos adversos es esencial para la seguridad del paciente, pero hacerlo de forma alarmista puede inducir síntomas innecesarios. Algunos investigadores proponen estrategias de «consentimiento informado positivo», que transmitan riesgos con un lenguaje equilibrado para minimizar el impacto nocebo.

 

Estos fenómenos no se limitan a la relación médico-paciente. La publicidad que vemos todos los días, las creencias culturales, las experiencias compartidas en redes sociales y las opiniones de familiares o amigos pueden actuar como catalizadores de efectos placebo o nocebo. Creer que un alimento «es dañino» sin evidencia puede generar malestar real tras consumirlo; esperar beneficios de un suplemento puede mejorar la percepción de energía o concentración, aunque no haya cambios fisiológicos directos.

 

El placebo y el nocebo nos recuerdan que el cerebro participa activamente en la forma en que percibimos salud y enfermedad. Reconocer este «poder» no significa sustituir tratamientos probados por creencias, sino entender que la mente es una aliada (o una amenaza) silenciosa en cualquier proceso de curación. La próxima vez que decidamos tomar un medicamento, comer un alimento nuevo o se sepa de un diagnóstico, hay que tener presente que lo que se piensa y lo que se siente también forma parte del tratamiento.

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