CAMBIO CLIMÁTICO: HIDROLOGÍA Y SOCIEDAD
11.01.2025
Dr. Enrique González Sosa
Sin duda, hasta hoy no podemos manipular ningún fenómeno aleatorio para producir un resultado especifico. Si tomamos las primeras ideas de Piaget e Hilder (1951) sobre el concepto que tienen los niños para diferenciar situaciones aleatorias y deterministas, que les permite distinguir las características básicas de la aleatoriedad (Botanero, 2011), los efectos del cambio climático también nos llevan a reflexionar sobre estas últimas, sobre todo, con las precipitaciones ocurridas en 2024 en el planeta, que algunos clasifican como precipitaciones extremas o excepcionales y que fueron reportadas como «no registradas» en la zona afectada por inundaciones.
Estos autores, Piaget e Hilder, conciben el azar como la interferencia y combinación de una serie de causas que actúan de forma independiente provocando resultados inesperados. Abordando en este contexto los eventos inesperados, lluvias y nevadas en zonas desérticas, vemos que ocurren en el presente. Ejemplo de ello es la del lago Iriqui al sur de Marruecos; la última vez que tuvo agua fue en 1968 -una ocurrencia de 56 años-, cuando las precipitaciones alcanzaron los 200 lm2 (200 mm) en 24 horas, equivalente a la media anual de la zona.
Desde el punto de vista estadístico, a los eventos de lluvia y escurrimientos le corresponde una probabilidad de ocurrencia o periodo de retorno, es decir, una lluvia con un periodo de retorno de diez años puede presentarse al menos una vez cada diez años, estimaciones con base a los registros de lluvia disponibles. Del mismo modo, puede interpretarse una creciente con un periodo de retorno de cien años.
De esta forma, a los eventos extremos les podemos asociar un periodo de retorno que, en su caso, la métrica puede alcanzar valores poco probables, como se piensa sobre la lluvia que inundó la ciudad de Valencia, España en 2024, con periodos de retorno entre 500 y 3000 años. En otras palabras, la probabilidad de ocurrencia de tales eventos es de 0.2 % y 0.03 %, respectivamente, que pueden considerarse ridículamente probables.
Sin embargo, como en la naturaleza la lluvia es un fenómeno espacio-temporal, los periodos de retorno igualmente varían espacialmente, con periodos de retorno contrastantes entre las zonas montañosas y planas de los valles. Éste fue el caso de las lluvias extremadamente asombrosas ocurridas en el mes de noviembre de 2024 en Valencia, España: 185 lm2 en una hora o 772 lm2 en 24 horas. Cabe destacar que en el libro Hidrología para ingenieros de Lynsley, Kholer y Paulus (segunda edición) ya se reportaban lluvias de intensidad similar «1870 lm2, en Cilaos, La Reunión, en marzo de 1952; incluso, en 1861, lluvias abundantes de 9300 lm2 durante 31 días ininterrumpidos en Cherrapunji, India». Así, al igual que la lluvia, el escurrimiento o caudal puede ser abordado estadísticamente.
En las partes altas de las cuencas, los escurrimientos son pequeños en tanto los gastos en las partes de bajas de una cuenca deben ser grandes debido a la acumulación de los escurrimientos. Este proceso debe ser más evidente y ocurrir cuando hay una buena cobertura vegetal (bosques) y las precipitaciones se presentan en las zonas montañosas; por el contrario, si las lluvias ocurren en las zonas bajas hay una acumulación rápida de agua e, incluso, puede funcionar como un tampón hidráulico de las aguas que escurren por gravedad desde las altas o zonas montañosas.
Por consiguiente, los periodos de retorno y la magnitud de los escurrimientos cambian a lo largo de las corrientes naturales, en términos del desarrollo y longitud de los cauces. Dicho de otro modo, la inversión en infraestructura llega a ser muy grande en zonas inundables en comparación con la inversión que debe hacerse para el manejo y gestión de las zonas de bosques.
Es menos complicado controlar los escurrimientos pequeños e inducir su infiltración, con la consecuente reducción del transporte de sedimentos (lodos) y el aminoramiento de la energía destructiva, debido a que la masa de agua y sedimentos (lodo) que escurre, es menor. Éste es un camino abandonado en la gestión de crecientes a través de la restauración hidrológica forestal, que bien sirve para el control de crecientes y para una buena gestión de los recursos hídricos.
Asimismo, existe una idea errónea de eliminar arboles de los márgenes de los escurrimientos que atraviesan zonas urbanas porque provocan acumulación de detritus de origen forestal, olvidando que la vegetación nativa y arboles reducen la velocidad del agua, y contradiciendo lo observado en las inundaciones recientes en el mundo, en las que se observan montañas de autos y lodo.
Es claro que las zonas inundables están sujetas a la magnitud de las precipitaciones (cantidad-duración) y que el riesgo de inundarse está sujeto a la estimación de la probabilidad de ocurrencia. La pregunta que nos hacemos es: ¿hasta dónde podemos aceptar el azar como una combinación de causas y efectos, o bien, aceptar que es una voluntad de los dioses como lo comprendían los primeros seres que habitaron el planeta y que sigan ocurriendo catástrofes como procesos naturales deterministas, «mala suerte»? Es la combinación de causas…, ¿si el caudal no hubiera crecido en ese lugar, o bien, la ciudad no se hubiera construido en ese mismo lugar?, ¿si los ríos no se hubieran canalizado?