26.05.2025
Dr. Carlos M. Arróyave Hernández
Era nuestro primer día clases, cuando me encontré con que uno de mis compañeros no estaba dentro de nuestro pequeño grupo de ronda, Joselito, que era hasta ese momento mi mejor amigo. Pregunté si alguien sabía qué había pasado con él y me dijeron que tenía una infección respiratoria, por lo que no había asistido a clases.
Esta no era la primera vez que sucedía, por lo que no era algo por lo que tuviera que preocuparme. Al llegar a casa, lo primero que hice fue hacerle una llamada telefónica para saber qué era lo que le pasaba. Entonces, él me explicó que, durante los últimos días de vacaciones, había ido a casa de unos familiares, donde uno de sus primos tenía un resfriado muy fuerte.
A los pocos días, inició con un cuadro febril y tos, por lo que visitó a un médico, quien le recetó antibióticos y alertó a su familia de que no era la primera vez que se enfermaba, que era muy importante hacer una evaluación de su estado de salud y, como parte de ella, valorar cómo estaban sus defensas.
De inmediato, me pregunté si esto era posible de realizar, pues era la primera vez que oía sobre la evaluación de la forma en que uno se defiende de una infección. Cuando traté de investigar sobre el tema, me encontré con que la forma en que uno se defiende de cualquier microbio se inicia desde antes del nacimiento y que todos, al nacer, tenemos unos mecanismos llamados innatos, los cuales son los primeros que utilizamos para defendernos de cualquier agente agresor.
Esta forma de defendernos está presente en nuestra piel, que es una barrera que impide que entre en nuestro cuerpo cualquier sustancia, virus, bacteria, hongo etc. La piel, además, tiene una serie de células que forman unas glándulas que producen sudor, el cual -debido a la acidez que presenta- actúa como un mecanismo de defensa al destruir la capa exterior, conocida como membrana, de algunos microbios.
Al igual que el sudor, producimos saliva y lágrimas, cuya acidez actúa protegiendo el sitio en el que se encuentran. Además, tienen lisosomas, unas sustancias capaces de romper en pedazos la membrana de los agresores. Por otra parte, nuestras vías respiratorias y digestivas funcionan como un muro que impide que productos extraños entren en nosotros y produzcan una infección.
Lo que encontré, también, es que cualquier acción que rompa o destruya estas barreras o muros que nos defienden, permitirá que haya entrada de microbios, bacterias o virus, que pueden vivir y reproducirse dentro de nuestro cuerpo produciendo una infección.
Una vez que esto sucede y que nuestros agresores -que eran unos cuantos- se reproducen, un ejército de células dentro de nuestro organismo se percata de su presencia y envían información a otras células para que vayan al sitio donde están estos extraños, ayuden a eliminarlos y, de esta manera, detengan la infección. Así, en un momento dado, aún sin medicamentos, podemos nosotros mismos controlar la infección.
Una parte del ejército, que llamaremos policías locales o fagocitos (neutrófilos y macrófagos), tratarán de inmovilizar a los agresores, llevando objetos atractivos (receptores) a los agresores para que éstos se acerquen y puedan ser inmovilizados. Estas mismas células son capaces de hacerse de unas manos grandes o seudópodos para rodear y, dentro de la célula por medio de ciertas sustancias que contienen (enzimas), destruir a los agresores.
Los policías locales, específicamente los macrófagos, adquieren distintos nombres de acuerdo con el lugar en el que se originan; así, si están presentes en la piel, reciben el nombre de Langerhans; mientras en los pulmones, macrófagos alveolares; y en la sangre, monocitos.
Para eliminar a los virus contamos con un ejército de células asesinas, que tienen la particularidad de tener dos motores en su membrana, cuya función es acelerar el proceso de inactivación de los agentes que se acercan o de evitar su acercamiento, el cual tiene como punto final la destrucción del bandido virus.
Los motores son capaces de identificar productos propios de nuestro organismo, de tal manera, que permiten su acercamiento. En este punto, el segundo motor inactiva al primero manteniendo a salvo los productos propios, pero si los dos motores identifican al bandido, la célula asesina actúa por medio de una enzima que perfora al virus o agente agresor (perforina) y, posteriormente, por otra llamada gran enzima, que hace que el agente agresor se mate (apoptosis).
Para fortalecer la acción de los diferentes grupos policiacos, tenemos a la corporación de complemento, la cual cuenta con equipo especializado para diferentes acciones: proteínas que están dentro de ciertas células y que sirven de comunicación entre ellas, así como para aumentar o disminuir la agresividad de los diferentes grupos de defensa (citocinas, proteína C reactiva, interleucinas y algunas otras).
Dentro de la serie de protectores a nuestro organismo al nacer, contamos con anticuerpos con características que han pasado de la madre al hijo y que son transitorios. Estos defensores actúan contra cualquier extraño que entre a nuestro organismo, independientemente de que sea la primera vez o de manera subsecuente, ya que no tenemos ni nos va a dejar memoria o aumentar el número de defensas por conocerlo.
El sistema innato se va formando durante el desarrollo del bebé durante su gestación. Este concepto es interesante, pues quiere decir que -en forma excepcional- hay situaciones en las que el bebé, durante su gestación, puede iniciar el proceso de inmunidad adquirida.
Es importante mencionar que el sistema inmune está completo al nacimiento, pero es inmaduro. Entonces, dentro de la inmunidad innata tenemos a las barreras físicas, la fagocitosis, las células propias del innato y el sistema de complemento.
Hasta este momento, me han hablado de la inmunidad con la que nacemos, pero entendí que además hay otra que, conforme vamos creciendo, va apareciendo en nuestro organismo (inmunidad adquirida). ¿Cuáles son las razones para esto? Una de ellas es que, muchas veces, los agresores son capaces de atravesar esta barrera o aprovechar que está dañada, como ocurre cuando recibimos un golpe o nos producimos una cortada, permitiendo a los seres infectantes llegar a otras partes de nuestro cuerpo y producir una enfermedad. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que convivimos con el medio ambiente, quedando expuestos a una serie de agresores desconocidos y compuestos por una serie muy grande de proteínas.
La inmunidad innata no es especifica contra microbios o agentes nocivos a nuestro organismo. En ella, cuando el agresor vuelve a presentarse, no lo recordamos, por lo que todos los policías y diferentes grupos de apoyo, se forman de nueva cuenta en cada una de las corporaciones y echan mano de todas las herramientas con las que contamos para defendernos.
La inmunidad adquirida, en cambio, tiene dos aspectos muy importantes: el primero es que cuando el bandido se nos presenta nuevamente, lo recordamos de sus visitas anteriores, es decir, existe memoria. El segundo aspecto es que la presencia del bandido hace que, en vez de que toda la inmunidad con la que nacimos participe, únicamente cierto tipo de defensores y policías se encargan de deshacerse de él, mediante mecanismos especializados.
Esta forma de defenderme se divide en dos grupos específicos de trabajadores. Unos son proteínas o sustancias que actúan reconociendo al agresor, mandando mensajes a los diferentes grupos de defensa, aumentando su capacidad de agresividad o disminuyendo ésta, entre muchas otras funciones.
El otro grupo tiene como finalidad construir un arma única para cada tipo de agresor, función en la que intervienen dos constructores diferentes, que llamamos células B y células T.
La B, de las células B, refiere a su origen, que está en la medula ósea. Son constructores, que has recibido a través de las citocinas, de la información necesaria para iniciar su labor de diseño del mecanismo que hará que el agresor sea eliminado. Ellas son las encargadas de fabricar los anticuerpos.
Las células B tienen ciertas placas en su uniforme, que es la superficie de su membrana, que hacen que sean identificables y atractivas para que los malhechores se acerquen a ellas. En ese momento, es activada una señal dirigida a unos ayudantes (células B), para que se multipliquen en muchas iguales a ella.
Durante este proceso, surgen dos grupos de células trabajadoras. El primero, conocido como células memoria, tiene como función guardar información relevante para que, si en un futuro, dichos malhechores vuelven, sean fácilmente identificados. Por otra parte, el segundo grupo se encarga de hacer armas (anticuerpos) para apresar a los malos y, en concierto con otras sustancias, destruirlos.
Las otras células, que no tienen en sí un uniforme, sino que visten de manera común y sólo con ciertas particularidades son las células T, las cuales actúan mediante componentes (receptores) que tienen en su interior y en su membrana, y cuya finalidad es reconocer a los agentes extraños activando mecanismos de destrucción de las células que entran en contacto con ellas, en un mecanismo conocido como inmunidad mediada por células.
La inmunidad adquirida generará memoria, cuya su duración puede ir de muchos años a toda la vida; es decir, si el agresor nos ataca nuevamente, lo recordaremos y actuaremos con un grupo mayor de policías y de manera más intensa.