3 de junio de 2025

El legado de David A. Johnston a 45 años de la erupción del Monte Santa Helena

Ilustración: Jorge Alcántara 2025

Ana Karen Krieg Álvarez

El 18 de mayo de 1980, una violenta explosión cambió el paisaje del estado de Washington marcando un antes y un después en la historia de la vulcanología. Aquella mañana, el Monte Santa Helena estalló con una fuerza inesperada, provocando una de las erupciones más devastadoras del siglo XX y arrebatándole la vida a 57 víctimas. Una de ellas, el joven vulcanólogo David Alexander Johnston, quien -con tan sólo 30 años- murió en cumplimiento de su deber, mientras monitoreaba el volcán desde un sitio considerado seguro.

 

El Dr. Gerardo Carrasco Núñez, investigador del Instituto de Geociencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), compartió que David A. Johnston fue un volcanólogo muy joven, pero brillante. «Fue un estudiante brillante, egresado de la University of Washington, con experiencia en el estudio de gases volcánicos. Su trabajo era clave: buscar en la composición de los gases, señales precursoras de una erupción».

 

Johnston formaba parte del U.S. Geological Survey (USGS) y encabezaba el monitoreo del Monte Santa Helena; un volcán activo con 123 años de aparente reposo hasta que, en marzo de 1980, comenzó a presentar signos de reactivación: temblores, fumarolas, deformaciones del terreno y una alarmante protuberancia en el flanco norte del cráter.

 

De acuerdo con el investigador nacional, nivel III, «el volcán tiene una historia no tan vieja, desde el punto de vista geológico, con alrededor de 40 mil años. Había tenido mucha actividad hasta hace mil años; su actividad más reciente había sido en 1857, es decir, tenía alrededor de 123 años en reposo… pero en marzo de 1980 se reactivó». Debido a ello, fueron implementados monitoreos ininterrumpidos, en los que Johnston coordinaba los turnos de vigilancia.

 

El día anterior a la erupción, David A. Johnston ocupó el lugar del joven estudiante Harry Glicken. Decisión que marcaría el rumbo de su destino. «Era una zona elevada, se creía segura. Nadie imaginaba que una explosión dirigida, fenómeno no documentado hasta ese momento, pudiera ocurrir», explicó el Dr. Carrasco Núñez.

 

Fue en ese momento que el tiempo se detuvo para Johnston. La nube piroclástica arrasó con todo a su paso. «Estaba aparentemente tranquilo el volcán, entonces, no había mucho de qué preocuparse […], pero alrededor de las 8:30 de la mañana, comenzó lo inesperado. No se registró en los equipos. Lo peor fue que se trató de un evento bastante explosivo y, lamentablemente, se dirigió hacia donde él estaba cubriéndolo completamente. […] La erupción duró un tiempo considerable». El cuerpo del joven vulcanólogo jamás fue recuperado, sólo quedó la grabación de su última transmisión por radio: «Vancouver! Vancouver! This is it!».

 

Para la ciencia, la tragedia significó una valiosa lección. La explosión lateral del Santa Helena modificó los modelos de riesgo volcánico en todo el mundo. «A partir de esa erupción se integraron nuevas variables en los mapas de riesgo. Hoy se consideran eventos que antes no se conocían, lo cual ha salvado miles de vidas», destacó el experto en reconstrucción de la historia eruptiva de centros volcánicos del Cinturón Volcánico Mexicano.

 

La enseñanza ha permitido conocer mejor cómo trabajar con volcanes. La tecnología ha avanzado, hoy se emplean satélites, sensores remotos, espectroscopía de gases y monitoreo casi en tiempo real, por lo que ya no es necesario tomar muestras in situ. Uno de los casos más exitosos fue el del volcán Pinatubo en Filipinas, en 1991, cuya erupción fue anticipada con precisión. «Se logró evacuar a decenas de miles de personas. Fue un resultado directo de lo que se aprendió con Santa Helena».

 

No obstante, el riesgo persiste. El Dr. Carrasco Núñez explicó que el subsuelo sigue siendo un misterio. «Es como tratar de diagnosticar a un paciente sin poder hablar con él; sabemos lo que pasa en la superficie, pero en la profundidad, la Tierra es caótica, irregular. Aún hay mucho por entender».

 

David A. Johnston no murió en vano. Su compromiso con la ciencia permitió evitar una tragedia mayor. Hoy, 45 años después, su historia sigue inspirando a quienes dedican su vida al estudio de los volcanes. Su legado vive en cada evacuación oportuna, en cada predicción acertada, en cada vida salvada.

 

«Si en 1980 se hubieran conocido las explosiones dirigidas, como ahora, probablemente habría sobrevivido; pero gracias a él, hoy estamos más cerca de entender cómo trabaja la Tierra». concluyó el investigador.

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