10 de junio de 2025
Ana Karen Krieg Álvarez
Dormir tarde, comer a deshoras o pasar largas jornadas frente a una pantalla son hábitos comunes de la vida moderna; sin embargo, estas prácticas generan alteraciones en el organismo que, con el tiempo, deterioran la salud. Dicha alteración es conocida como desincronización de los ritmos circadianos
El Dr. Moisés Pérez Mendoza, profesor investigador de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), señala que «esta alteración en los ritmos circadianos puede desencadenar una serie de desequilibrios metabólicos, que van desde indigestión y aumento de peso hasta enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, hipertensión, hígado graso e, incluso, cáncer hepático».
Especialista en ciencias biomédicas, actualmente, enfoca su investigación en dichas alteraciones metabólicas y su relación con los ritmos circadianos, analizando cómo la desincronización del reloj biológico puede afectar la salud metabólica y contribuir al desarrollo de enfermedades crónicas.
El investigador explica que en cada célula del cuerpo existe un reloj interno y uno, en particular, que coordina a todos los demás: el reloj central, ubicado en el núcleo supraquiasmático del cerebro, encima del quiasma óptico. Así, de manera análoga, compara a este conjunto, de aproximadamente 20 mil neuronas, con un «director de orquesta» que marca el ritmo y la sincronía del funcionamiento de todos los órganos.
«Tenemos diferentes instrumentos. El director de la orquesta va dando su tiempo y su momento para que cada uno toque a su ritmo […]. Es lo que hace el núcleo supraquiasmático […], dicta en qué momento cada órgano, cada ruta metabólica, cada hormona puede liberarse para actuar en la fisiología o en lo que se tenga que hacer en ese momento del día».
Este reloj se sincroniza con los zeitgebers o sincronizadores externos, como son la luz y el alimento; sin embargo, cuando esos marcadores del tiempo se distorsionan, la armonía del cuerpo se rompe. Los órganos periféricos como el estómago, el hígado o el páncreas dejan de recibir correctamente las señales del reloj central y el cuerpo entra en un estado de desincronización circadiana, es decir, los procesos fisiológicos ocurren en momentos inadecuados.
«Cuando se pierde la comunicación entre los osciladores periféricos y el reloj central, ocurre una alteración o desincronización circadiana. El orquestador dice: ‘A ver, el trombón y el violín toquen’, pero no les llega la señal. Entonces, de repente, está tocando el violonchelo o, incluso, el trombón, pero no al ritmo que lo está pidiendo. Ahí es cuando sucede la desincronización».
Un ejemplo común de esta desincronización se observa en el metabolismo de la glucosa. Cuando la comunicación entre el reloj central y los receptores celulares no es adecuada, la insulina -la hormona encargada de facilitar la entrada de glucosa a las células- puede liberarse en exceso sin lograr su efecto. Como consecuencia, la glucosa se acumula en la sangre, lo que favorece el desarrollo de resistencia a la insulina y, con el tiempo, diabetes.
Este tipo de alteraciones se agravan cuando los hábitos alimenticios no están en sintonía con los ritmos naturales del cuerpo e interrumpen el metabolismo nocturno, lo que contribuye al desajuste metabólico «Muchas personas cenan alimentos pesados, como tacos o frituras, lo que desajusta por completo el metabolismo nocturno».
De acuerdo con el miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I, este tipo de alteraciones circadianas son más comunes en trabajadores nocturnos como médicos, enfermeros, guardias de seguridad, obreros, entre otros. «Ellos comen de noche para mantenerse despiertos, cuando el cuerpo debería estar en reposo. Esto va alterando la fisiología o la comunicación de los osciladores periféricos con el reloj central. El alimento también es un fuerte sincronizador, entonces, si nosotros estamos consumiendo alimento en un momento en el que no deberíamos de hacerlo, el reloj central se confunde, manda señales a los órganos periféricos, pero los órganos periféricos dicen: ‘no, todavía no me toca’ y no responden de la misma manera, lo que desencadena una alteración metabólica».
Todo ello trae como consecuencia un aumento de lípidos en la sangre, espesamiento del flujo sanguíneo y, en el peor de los casos, eventos cardiovasculares como infartos. El Dr. Pérez Mendoza explica que estudios han demostrado que los ataques cardíacos son más comunes en las primeras horas del día, justamente cuando los niveles de cortisol aumentan y la sangre está más densa por la alimentación nocturna, lo que genera mayor dificultad para fluir.
Si bien, todos estamos expuestos a este tipo de alteraciones, la vulnerabilidad aumenta con la edad. «A partir de los 25 años, la fisiología comienza a cambiar y la maquinaria de reparación celular se vuelve menos eficiente». Por ello, es fundamental adquirir buenos hábitos desde la juventud para prevenir enfermedades metabólicas en etapas más avanzadas.
El Dr. Pérez comparte algunas recomendaciones para mantener en sincronía el reloj circadiano y evitar desequilibrios metabólicos como mantener horarios constantes: comer y dormir a la misma hora todos los días; no comer de noche -si es necesario ingerir algo durante una jornada nocturna, que sean alimentos ligeros como frutas, semillas o fibra-; tomar de 15 a 30 minutos de luz solar durante la mañana para reforzar el ritmo circadiano; reducir la luz azul de los celulares, computadoras y televisores, ya que inhiben la producción de melatonina (hormona del sueño); y, finalmente, evitar siestas prolongadas (no más de 20 minutos) después de comer.
Es importante tener presente que el reloj interno del cuerpo humano es una maquinaria finamente calibrada y alterarlo tiene consecuencias reales en la salud. «Si aprendemos a respetar nuestros ritmos biológicos, podemos prevenir muchas enfermedades antes de que se manifiesten».