27 de mayo de 2025
Ana Karen Krieg Álvarez
«Las vacunas funcionan, pero no son perfectas. El verdadero reto está en cómo nos comportamos frente a ellas». Así resume el Dr. Jorge X. Velasco Hernández, investigador del Instituto de Matemáticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), uno de los dilemas más complejos en el control de epidemias.
Experto en modelación matemática de enfermedades infecciosas, ha dedicado su carrera a construir escenarios que permitan anticipar cómo se comportan los brotes epidémicos; trabajo que le ha llevado a concluir que más allá de los números, lo que realmente complica las predicciones es la conducta humana. «La conducta es complicada de por sí; en el contexto de una epidemia, lo es todavía más».
Las vacunas son herramientas cuya eficacia depende tanto de su diseño como del entorno en el que se aplican. Mientras más alto es el número reproductivo (de la enfermedad), más gente tiene que vacunarse; mientras más bajo es el número reproductivo, menos gente tiene que vacunarse.
«Es necesario alcanzar un umbral, conocido como umbral de inmunidad de rebaño. […] Lo que hace una vacuna, esencialmente, es hacer que el umbral de inmunidad de rebaño alcance un valor suficiente para que no haya transmisión», explicó el investigador nacional, nivel III.
En epidemiología matemática, el teorema del umbral establece que, si el número reproductivo es mayor que uno, se producirá un brote epidémico; sin embargo, incluso en estos casos, siempre habrá una parte de la población que no enfermará, no por inmunidad individual, sino por razones puramente poblacionales.
«Para que un patógeno se transmita en una población, el número de gente susceptible a enfermar debe alcanzar cierto nivel. Si el número de gente susceptible a enfermar está abajo de ese umbral, no habrá transmisión. Ese es el objetivo de las vacunas: hacer que el número de gente susceptible sea bajo para que el patógeno no se pueda transmitir».
De manera analógica, el Dr. Velasco Hernández explicó el funcionamiento de una vacuna. «Una vacuna es una herramienta. Es como un martillo que, en principio, sirve para clavar clavos; aunque, en la realidad, puede doblarlo o romperlo. ¿De qué depende que clave el clavo? De la habilidad del carpintero. Para que una vacuna funcione, debe contar con una eficacia relativamente elevada. Debemos tener una cobertura amplia, es decir, un número elevado de gente a vacunar para que funcione».
Dicho lo anterior, para que una vacuna funcione eficazmente son necesarios los siguientes factores: una vacuna con buena eficacia clínica, una cobertura poblacional amplia, una inmunidad de larga duración y una estrategia bien dirigida. Sin embargo, cuando una vacuna reduce el número reproductivo, pero no erradica la enfermedad, ocurre un fenómeno conocido como biestabilidad; esto es, la erradicación o no de una enfermedad dependerá del número inicial de enfermos.
En palabras del experto, «si tienes una vacuna bien diseñada, con buena cobertura, no importa el número de enfermos con el que empieces, vas a erradicar la enfermedad; pero si tienes una vacuna con deficiencias y una campaña de vacunación insuficiente, su efectividad va a depender de con cuántos enfermos empieces. Si inicias con pocos enfermos, lo más probable es que puedas erradicar la enfermedad; pero si empiezas con muchos enfermos, la vacuna no va a poder erradicar la enfermedad y siempre vas a tener un número de enfermos positivo».
Ante la pregunta sobre si los esfuerzos públicos deberían enfocarse en mejorar la tecnología o en modificar la conducta de las personas, el Dr. Velasco Hernández consideró que «ambos esfuerzos son necesarios. Puedes tener el mejor martillo, pero si no sabes usarlo, no sirve para nada. […] Necesitamos vacunas eficaces, sí, pero también campañas de educación para que la gente entienda por qué es importante vacunarse, cómo funcionan las enfermedades y cómo nuestras decisiones individuales afectan al colectivo».
Consciente de las críticas que suelen recibir los sistemas de salud y reconociendo sus fallas, aclaró que ninguna estructura es perfecta, ni siquiera en los países más desarrollados. De ahí que el cambio deba venir desde la sociedad. «Si queremos erradicar enfermedades prevenibles como el sarampión, la tosferina o la rubéola, necesitamos educación y herramientas técnicas como las vacunas, pero también necesitamos voluntad colectiva, ciudadanía informada y corresponsabilidad».