E3: ENERGÍA, ECOLOGÍA, ECONOMÍA

16.12.2024

La utopía energética de México versus la realidad

Dr. Luca Ferrari

Fotografía: Julieta Espinosa 2024
Dr. Luca Ferrari

Recientemente se ha presentado la política energética de la nueva administración. En varios aspectos, ésta presenta continuidad con el sexenio anterior, pero en otros, -por lo menos en el discurso- tiene novedades. Se celebra que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) recuperara la mayor parte de la generación eléctrica al tiempo que Pemex estabilizara la producción petrolera en 1.8 millones de barriles diarios. Se afirma que se han rescatado estas dos empresas públicas «devolviéndolas al pueblo» y que, de esta forma, se garantiza que habrá energía eléctrica, gasolina, diésel y gas LP a precios por debajo de la inflación.

 

Por otro lado, se abre la posibilidad de una mayor participación de empresas privadas para incrementar la producción de energía bajo la rectoría del estado. También, se pone una mayor atención a los temas ambientales prometiendo menores emisiones, remediación de sitios contaminados y, particularmente, mayor contribución de fuentes «limpias» de energía en la matriz eléctrica. En esta contribución analizaremos estas buenas intenciones a la luz de los datos reales del sistema energético mexicano.

 

En las presentaciones públicas, la presidenta y las personas a cargo de la CFE y Pemex han presentado los resultados del sexenio anterior como un éxito; sin embargo, la situación energética que hereda la presente administración es preocupante en diferentes aspectos. Para 2023, los hidrocarburos representaban todavía 85 % de la oferta interna bruta de energía, pero la producción de petróleo y gas está en declive geológico desde hace 20 y 15 años, respectivamente.

 

La promesa de subir la producción de petróleo no pudo concretarse, a pesar de duplicar el presupuesto de exploración y producción entre 2019 y 2023[1]; sólo se pudo posponer el declive cuatro años. Ademas, desde hace nueve años consumimos 25 % más energía de la que producimos, con una creciente dependencia de la importación de gas natural y, una importación de gasolina y diésel que sólo ha bajado marginalmente.

 

En 2023, México consumió 8,514 millones de pies cúbicos diarios (MMpcd) de gas[2], de los cuales importó 6,141 MMpcd desde EE. UU.[3], es decir, 72 %. El gas es, por mucho, el combustible con que se genera más electricidad, una tendencia que ha ido creciendo desde los gobiernos neoliberales hasta la 4T. De hecho, en 2018, 51 % de la generación eléctrica ocurría con centrales basadas en gas -ciclo combinado y turbogas-, pero a 2023 este valor subió a casi 63 %[4], y entre 2019 y 2024, la CFE ha construido 13 nuevas centrales que funcionan con gas y comprado otras más de la empresa española Iberdrola.

 

En la presentación de la estrategia nacional del sector eléctrico, el pasado 6 de noviembre, se ha declarado que el objetivo para 2030 es producir como mínimo 32 % de la electricidad con «fuentes limpias». En la misma presentación, se dijo que también se quiere instalar una capacidad adicional de 9,450 MW, lo que significa un incremento de 10 % de la capacidad actual.

 

En la actualidad, las fuentes renovables tienen una capacidad de 33,517 MW, pero producen solo 21 % de la electricidad. La megacentral solar fotovoltaica que la CFE empezó a construir en 2022 en Puerto Peñasco, Sonora, costará 1,600 millones de dólares y, cuando esté terminada en 2026, tendrá una capacidad instalada de 1,000 MW y generará 2.5 TWh/año, es decir, 0.7 % del consumo actual de electricidad de 2023. Esto significa que para subir de 21 % actual a 32 % de generación limpia para 2030, se necesitarían otras 9.5 centrales como ésta sin que se incremente la generación.

 

Por el tiempo de realización y el monto necesario, el objetivo de generación limpia de    32 % en 2030 luce prácticamente imposible, sobre todo, cuando también se prevé que para 2030 habrá una demanda 30% superior a la de 2024. Si las renovables sólo pueden cubrir una parte, ¿de dónde vendrá el resto? En la práctica, sólo puede venir del gas natural, lo que implica incrementar aún más nuestra dependencia de las importaciones de EE. UU., en un momento en el que, desde hace un año, la producción de gas shale de este país ya ha llegado a un máximo[5] y expertos independientes consideran que puede empezar a declinar en los próximos dos años.

 

Estados Unidos tiene un excedente de gas de 15 % respecto a su consumo interno y 30 % de esta capacidad se exporta a México. El resto cada vez más a Europa y Asia como gas natural licuado. Frente a esta situación, una disminución de la producción de EE. UU. se traduciría cuanto menos en un incremento de los precios -para competir con el mercado de Europa y Asia- o, incluso, en una reducción de la disponibilidad.

 

En cuanto al sector hidrocarburos, Pemex enfrenta una serie de retos financieros mayores para sobrevivir. A pesar de las conspicuas aportaciones de Hacienda en el sexenio anterior, sigue teniendo una deuda de 97,300 millones de dólares (MMdd), una deuda con proveedores de 19,750 MMdd, mientras que los pasivos totales (4.1 billones de pesos) equivalen a 1.8 veces sus activos totales (2.3 billones de pesos)[6].

 

Para 2023, se ha estimado que los recursos asignados a Pemex son practicamente equivalentes a sus ingresos, por lo que estos últimos no se traducen en una contribución neta al estado[7]. Frente a estos números, no sorprende que el objetivo prioritario de la nueva administración sea el de mejorar la rentabilidad de la empresa, mediante un plan de austeridad y reestructuración administrativa que prevé un ahorro de 50 mil millones de pesos. Sin embargo, ésta no es una tarea sencilla, ya que -entre otras medidas- implica negociar con el sindicato una reducción del personal. La gran diferencia de Pemex con otras petroleras del mundo es su nómina: la cantidad de crudo que Pemex extrae por empleado ha caído a cerca de 14 barriles al día, mientras que la empresa estatal de Brasil produce casi 48 barriles diarios por empleado y Colombia, 27[8].

 

La decisión de aumentar la capacidad de refinación que se tomó en el sexenio anterior no se ha visto todavía reflejada en una importación significativamente menor de gasolina y diésel. En lo que va del año, México ha consumido alrededor de 800,000 barriles diarios de gasolina y 400,000 de diésel, de los cuales importamos 63 % y el 55 %, respectivamente[9]. Si agregamos la producción de la refinería de Deer Park en Texas, adquirida por Pemex en 2023 -que envía sólo 10 % de su producción a México-, estos valores bajan a 43 % y 34 %, respectivamente.

 

Cuando finalmente la nueva refinería de Dos Bocas funcione a su capacidad, podría reducir ulteriormente la importación, pero difícilmente se podrá llegar a cero. Además, ya actualmente la producción de crudo no sería suficiente para alimentar el parque vehicular que funciona con gasolina[10] y aún menos a futuro, dado que la producción va nuevamente a la baja desde mediados de 20231.

 


[3] EIA, 2024. U.S. Natural Gas Pipeline Exports to Mexico (Million Cubic Feet). https://www.eia.gov/dnav/ng/hist/n9132mx2A.htm

[4] Deniau Y. Et al., 2024. El Sistema Eléctrico Nacional PARTE 1. Integración y análisis de la información sobre capacidad instalada, generación y factor de planta. https://conahcyt.mx/cuaderno-tematico-3/

[9] Datos obtenidos del Sistema de Información Energética. https://sie.energia.gob.mx/inicio/#/

[10] Ferrari et al., 2024. A 20 años del pico del petróleo en México: análisis del sector hidrocarburos e implicaciones para el futuro energético nacional. Revista Mexicana de Ciencias Geológicas. https://www.rmcg.unam.mx/index.php/rmcg/article/view/1770

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