CAMBIO CLIMÁTICO: HIDROLOGÍA Y SOCIEDAD
05.08.2024
Dr. Enrique González Sosa
La escasez de agua tiene un alto impacto global, regional y local. El calentamiento global especialmente empeora y acentúa los problemas en regiones semiáridas. El uso intensivo de sus recursos hídricos desencadena dos temas de interés científico y de reflexión central: «escasez de agua» y «estrés hídrico», ambos vinculados con la agricultura y los usos ligados con la relación agua-energía-clima.
La escasez de agua se agrava en ciudades altamente urbanizadas ubicadas en las regiones semiáridas, originada por patrones particulares de consumo; por el crecimiento de la población y el desarrollo económico; la salinización de los suelos; y la contaminación de los acuíferos, cuerpos de agua y ríos. De igual manera, el estrés hídrico estimulado por la estrechez de lluvia, las oscilaciones de estaciones secas y húmedas, y periodos prolongados de sequías, restringe la producción agrícola e impacta los ecosistemas y la salud.
La solución a la «escasez de agua» y «estrés hídrico», por siglos, fue resuelta con la construcción desenfrenada de infraestructura hidráulica; misma que ha jugado un papel fundamental en el desarrollo humano como una solución inmediata, a través de la canalización de ríos y arroyos, construcción de acueductos, canales y presas para almacenar y conducir el agua a los sitios de consumo, dejando en el olvido la restitución de los procesos naturales para la incubación y generación de nueva agua.
Esencialmente por el desinterés de las zonas montañosas, topológicamente denominadas «torres de agua», dichas fuentes naturales de agua para las áreas bajas contiguas han sufrido abandono y la degradación de sus servicios ecosistémicos. 50% de las montañas del mundo son esenciales en el soporte y producción de los recursos hídricos fundamentales para el desarrollo de las zonas bajas, en tanto 37 % de las montañas suministran los recursos hídricos necesarios de las zonas semiáridas (Viviroli et al, 2007).
Las montañas son las torres de agua -islas húmedas dentro de climas secos- que alimentan los estanques -acuíferos- de los valles, cuyos flujos -superficial, subsuperficial y subterráneo- provienen del gradiente de energía que existe entre ellos -«tierra alta-tierra baja»-. Un claro ejemplo es la analogía que existe en la cuenca del rio Querétaro, entre el cerro Pinal del Zamorano y el valle de Querétaro, una diferencia media de 1520 m, la cual puede clasificarse como una «torre de agua» de una gran altitud, una relación hidrológica relevante «tierra alta-tierra baja».
La gestión inadecuada y la falta de interés por preservar los servicios ecosistémicos de las tierras altas y, por qué no expresarlo, la falta de visión de los tomadores de decisiones para promover y preservar las «torres de agua» -como una vía fundamental para la conservación de los recursos hídricos de las «tierras bajas»- contraviene el proverbio popular, «las ranas no secan el estanque donde viven». Por todo ello, es necesario crear políticas públicas para la conservación y preservación de las fuentes naturales de agua y, así, reducir las tendencias de desertificación, porque no hay sistemas hidrológicos que soporten más de 500 años de explotación de sus recursos hídricos.
Es claro que la gestión adecuada de los recursos hídricos en regiones áridas, por más de 10 000 años, ha permitido la subsistencia enfrentando las fluctuaciones de los recursos entre los valles y las montañas, mediante la captación de obras subterráneas y excavaciones de pozos cuando los niveles del agua estaban profundos, obras a escala familiar.
Algunos de esos métodos se siguen utilizando en lugares como Omán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Destacan los qanats «foggaras-Norte del Sahara»; acueductos profundos para captar el agua subterránea y transpórtala por gravedad a sitios para usos agrícolas y de consumo humano, los cuales se extendieron por todo el mundo a través de la conquista los romanos en el norte de África y mediterráneo-oeste, la colonización del conteniente americano e, incluso, hasta China a lo largo de la ruta de la seda.
Nosotros, que habitamos un país donde cerca de 60 % de la superficie es semiárida y hemos devastado las áreas montañosas creyendo que los flujos de agua son infinitos, ¿cómo debemos actuar ante crisis provocadas por los malos manejos de los recursos hídricos en asincronía con la hidrología «tierra alta-tierra baja»? El patrimonio hídrico de las regiones semiáridas no va a cambiar de raíz y los efectos combinados de calentamiento global no dejarán de cesar, en tanto no se alcance una nueva estabilidad climática global de las fuentes naturales. Recuperar las «torres de agua» para tener una vida en armonía con nuestro entorno y el nuevo clima del planeta, sin duda, es una opción sustentable de la hidrología de los flujos «tierra alta-tierra baja».